jueves, 25 de noviembre de 2010

Lo que pesa una Misa


Hace años, en Luxemburgo, un capitán de la guardia forestal se entretenía en una conversación con un carnicero cuando una señora mayor entró a la carnicería. Ella le explicó al carnicero que necesitaba un pedazo de carne, pero que no tenía dinero para pagarlo. Mientras, el capitán encontró la conversación muy entretenida.

-¡Un pedazo de carne desea! Pero, ¿cuánto me va a pagar por ello? - preguntó el carnicero.

La señora le respondió:

-Perdóneme, no tengo dinero, pero iré a misa por usted y rezaré por sus intenciones.

El carnicero y el capitán eran buenos hombres pero indiferentes a la religión y se empezaron a burlar de la respuesta de la mujer.

-Está bien -dijo el carnicero- vaya usted va a Misa, y cuando regrese le daré tanta carne como pese la Misa".

La mujer se fue a la iglesia y regresó. Cuando el carnicero la vio acercarse cogió un pedazo de papel y anotó la frase: "Ella fue a Misa por ti". Lo puso en un plato de la balanza, y en el otro colocó un pequeño hueso. Nada sucedió e inmediatamente cambió el hueso por un pedazo de carne. El pedazo de papel siguió pesando más.

Los hombres comenzaron a avergonzarse, pero continuaron. Colocaron un gran pedazo de carne en un plato de la balanza, pero el papel siguió pesando más. Desesperado, el carnicero revisó la balanza, pero advirtió que todo estaba en perfecto estado.

-¿Qué es lo que quiere, buena mujer, es necesario que le dé una pierna entera de cerdo?, preguntó.

Mientras hablaba, colocó una pierna entera en la balanza pero el papel seguía pesando más. Luego un pedazo más grande fue puesto en el plato, pero el papel siguió pesando más.

Fue tal la impresión del carnicero que se convirtió en ese mismo instante y le prometió a la mujer que todos los días le daría carne gratuitamente. El capitán se fue transformado y se convirtió en fiel asistente a la Misa diaria. Dos de sus hijos serían luego sacerdotes, uno jesuita y otro del Sagrado Corazón. El capitán los educó de acuerdo a su experiencia de fe. Luego advirtió a sus hijos:

-Deberán celebrar misa todos los días correctamente y que nunca deberán dejar el sacrificio de la Misa por algo personal..

El Padre Estanislao, que fue el que dio a conocer esta historia, acabo confesando:

-Yo soy el sacerdote del Sagrado Corazón, y el capitán era mi padre.

jueves, 11 de noviembre de 2010

El Último Mantra


Lo reconozco: la progresía tiene un talento de virtuoso para la propaganda. Conocen los resortes de la mentira, saben del arte de destripar una idea, engrasarla para que no chirríe, empaquetarla con un envoltorio atractivo y lanzarla al mercado para que un pueblo adormecido se lance a consumirla como si fuera la oferta de 2x1 de langostinos en Navidad. Ya lo anunció Goebbels: una mentira mil veces repetida se transforma en verdad.

La visita del Papa a España ha dejado muchos heridos de guerra en el bando políticamente correcto de la ideología de género, el proabortismo y el laicismo visceral. Para tratar colocar piedras en el zapato a la fiesta católica, lanzaron sus comandos a las calles tratando de desviar la atención, se morrearon en público y hasta organizaron una convención de laicos radicales tratando que alguno de los flash que inmortalizaran el paso del Pontífice por Barcelona o Santiago les cogiera de rebote en alguna foto, aunque fuese sólo como figurantes.

Los fieles acompañaron al Papa y le siguieron por millones en televisión. No les quedó otro remedio que escuchar de la boca del sucesor de Pedro lo mismo que llevan diciendo todos que se han sentado en su cátedra desde hace dos mil años, y eso fue intolerable. Una vez zarpó el avión, se han lanzado a degüello contra los que rompieron los cristales de las convicciones progres.

El Último mantra que han estrenado es el de que la Iglesia recibe cada año del estado seis mil millones de euros. Lo dijo un contertulio en una emisora amiga, y nadie se lo rebatió. Se lo reprochó un político catalán y de izquierda a Zapatero, y el fundador de la Alianza de las Civilizaciones no lo negó. Quizá por no aparecer como defensor de la Iglesia, quizá por ignorancia, pero no lo negó. Y habrá mucha gente que se lo crea porque la infamia tiene la lengua muy larga y el pueblo español unas tragaderas tan grandes que no les costará esfuerzo digerirla sin sufrir flatulencias.

Si alguien está interesado en saber sobres las cuentas de la Iglesia en España, pinche aquí

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Lo de Dios y lo del César


Nada nuevo bajo el sol. Pasó el Papa por España, y los anticatólicos de carrera se fueron a recibirle vestidos con los mismos atuendos comecuras de siempre. Esta vez el traje que ha hecho furor entre los pancarteros anticlericales que le salieron al paso fue el de los gastos del viaje. Pero ésa es vestimenta ya muy ajada, tiene los tejidos deshilachados y un tinte descolorido y sin brillo, está lleno de remiendos y huele a sudor rancio y a sobaco de comuna hippy.

En la misma trinchera donde se apostaron para ver si, al paso del papamóvil, lograban lanzarle una tarta al Santo Padre o sacarle un ojo con un preservativo envenenado de odio, en ese foso, digo, se mezclaron ateos y librepensadores, anarquistas y sindicalistas, transexuales, gais y feministas, fuerzas de asalto progre que, como todos sabemos, hacen tanto por la humanidad, predican la paz y la tolerancia, atienden ancianos y visitan enfermos. No hay más que verles la cara a los angelitos cuando salen por la tele, la sonrisa franciscana, los ojos limpios, ni una mala palabra ni un mal gesto contra nadie. Dan ganas de comérselos a besos. Siempre son los mismos saliendo todos los días en todos los telediarios, todos las jornadas del año, las veinticuatro horas, apriete el sol de agosto o llueva a mares, siempre los encontraremos al otro lado de la pantalla haciendo guardia esperando el avión del Pontífice o a punto de romper el cordón policial al grito de vamos a quemar la Conferencia Episcopal.

Y no nos preocupemos si no tienen tiempo para ganarse la vida. De eso ya se ocupa papá estado que, religiosamente, cada año le extiende el cheque de la subvención con el que mantener abiertos sus chiringuitos. Son los niños pijos y malcriados, gamberros pero graciosos que se pasan la vida mano sobre mano, organizando botellones, viviendo a cuerpo de rey, preñando novias y quemando mobiliario urbano o destrozando las tiendas capitalistas. Y no deben preocuparse por las consecuencias, siempre estará papá estado pagando el aborto a la chica de turno o contando con fiscales comprensivos para que sus delitos contra el honor o la propiedad sean liquidados en algún campamento de verano.

Según leo, las ochenta organizaciones que convocaron el otro día a unos dos mil manifestantes contra la visita de Benedicto XVI, recibieron el año pasado más de dos millones de euros en subvenciones. Es decir, unos veinticinco elementos de media por convocante, mil euros por persona, obtenidos del erario público, del ustedes y del mío, del doctor Morín y de los católicos a los que fueron a sacudir. He estado en partidas de mús con más participantes. En otras palabras, sacan la pancarta, la pandereta, la burra y el buey para cargar porque con el dinero de todos se han sufragado parte de los gastos de la visita. Y nos lo gritan los estómagos agradecidos de la ayuda pública, los palanganeros que le hacen el caldo gordo a la cultura de la muerte, los aplaudidores de la aniquilación de los inocentes, del condones para todos, de la barra libre a cualquier forma de perversión sexual, y al que no esté de acuerdo que se calle o le corto la lengua.

Ningún contribuyente está obligado a ayudar a sostener la Iglesia, y sí todos lo estamos para mantener a sindicatos, partidos y organizaciones de toda calaña. ¿Cuántos hospitales, ambulatorios y asilos atienden los sindicatos? ¿A cuántos parados dan de comer, a cuántos inmigrantes acogen, a cuántos drogodependientes sacan del infierno de la droga estas feministas, liberadores de gais y transexuales? ¿No son las organizaciones obreras partidarias del gasto público para crear el empleo? ¿Por qué se quejan entonces de que el dinero de la visita sirviera para el servicio de policías, médicos y bomberos, para pagar las horas extras del personal de la limpieza, para dar empleo a los montadores de escenarios, electricistas, carpinteros, técnicos de iluminación y sonido? Porque del griterío infernal de estos angelitos da la impresión que el dinero de la visita se la desembolsó íntegra la Guardia Suiza, y no me imagino a Benedicto él solito colocando bombillas, repartiendo las sillas, barriendo el suelo de la plaza del Obradoiro o reorganizando el tráfico a la entrada de la Sagrada Familia.

He estado repasando la hemeroteca y no he visto a los mismos que denunciaron el despilfarro de la visita papal cargando contra la señora Obama cuando en verano pasó por Marbella. Se movilizaron cientos de policías, se cerraron playas, se pagaron el sueldo de muchísimos de periodistas; los paseos de la gran dama y su séquito se convertían en romerías cada vez que salía del hotel para visitar la Alhambra, ir a cenar en familia o meterse en una tienda. No los he oído protestar cuando los Rolling Stones, Madonna o U2 organizan conciertos, cortan el tráfico y movilizan funcionarios públicos. Ni cada domingo en los estadios de fútbol, ni cuanto treinta mil moteros celebran cada año un concierto infernal de tubos de escapes picados, y olor a aceite quemada y neumático recalentado. Sospecho que el interés de estos progres por el dinero público es una coartada para montarle el follón a los creyentes. Qué le vamos hacer: Dios le da sombrero a quien no tiene cabeza.