martes, 1 de febrero de 2011

Las Manías de la Vieja

Un domingo, después de la misa del mediodía, el padre Andrés se dirigió a la sacristía para despojarse de las vestimentas litúrgicas.

-¿Puedo hablar con usted un momentito, padre?

-Llámame Andrés, Luisa. Ya se lo he dicho muchas veces –dijo el sacerdote, molesto. En verdad aquella mujer menuda y sesentona, de cintura de bailarina y manos de niño, conseguía ponerle nervioso. Lo más irritante de ella era su sonrisa, su eterna sonrisa. Sonreía siempre, lo mismo lloviera que nevara, le sacaran una muela sin anestesia o recibiera un abrazo. Por muy descortés que fuera con ella, no lograba quebrarle la sonrisa ni apagarle esa chispa de felicidad que despedía su mirada.

-Ya sabe, don Andrés, que burro viejo no aprende inglés, y ya soy muy antigua para esas familiaridades con un ungido del Señor.

-Haber, ¿qué quieres? Llego tarde y me esperan para almorzar.

El cura temió que volviera a insistirle con lo de dejarla rezar el rosario desde el ambón antes de comenzar la misa diaria, práctica que él prohibió desde que se hizo cargo de la parroquia.

-No, padre. El Señor nos manda obedecer y si esto es lo que usted ha decidido, ya lo rezo yo en silencio, que la Virgen Santísima tiene un oído muy fino y sé que me oye por muy bajo que ore. Aunque, sí quería hablarle de ella.

-Abrevia, Luisa, que llego tarde.

-Es que cuando estaba don Julián, que Dios lo tenga en la gloria, antes de dar la bendición, le rezábamos el avemaría y le cantábamos una canción de despedida.

El canto a la Virgen lo habían sustituido por “Si en verdad Dios te ama”, una canción festiva y ruidosa que va acompañada de un coreografía de aplausos, pataleos, palmas y chasquidos de dedos. El tema entusiasmaba a los niños y arrancaba un aplauso al final de la ceremonia.

-Y vienes a quejarte porque ya no le cantamos la canción.

-Ni le rezamos el avemaría.

Otra manía de vieja. No tenía tiempo de pararse a discutir, así que cortó por lo sano:

-Si le cantamos a María la gente se marcha después de la bendición, pero si hacemos el “Si en verdad”, la gente se queda hasta el final.

Luisa le miró sin dejar de sonreír, pero algo confundida:

-Entonces, don Andrés, ¿me está diciendo que para que la gente se quede un minuto más en la misa debemos echar a la Virgen de la iglesia?