Leí
hace algún tiempo que un grupo de ateos estadounidenses se quejó a las
autoridades porque se aburrían en Navidad. El mismo hastío debe de postrarles
en un rincón del sofá los domingos por ser el día del Señor, la Semana Santa y cualquier
otra fecha de guardar. Ese tedio estéril es probable que les tenga agarrados al
mando de la tele en cada ocasión en que el calendario les ponga delante el
espejo de Dios y les recuerde el carácter perecedero de la condición humana, y
que la certeza de que la muerte nos espera más pronto que tarde a la orilla del
camino, es una forma de descubrir que el ateísmo es, en sí mismo, una gran
derrota.
Pero cuando estos ateos pelmas se
cansan de juguetear con el control remoto, empuñan el matasuegras para dar la
serenata a los cristianos con la cantinela de que los iconos y las tradiciones
religiosas les resultan ofensivas. En muchos colegios se han descolgado las tallas de santos y de la Virgen de sus
peanas, se han prohibido los belenes y nadie canta villancicos o se disfraza de
Papá Noel. Los ateos aburridos y ofendidos quieren una Navidad sin belén, una
música sin ruido, sin guirnaldas, luces ni niños Jesús. Una Navidad sin
Navidad, neutra, muda, despojada de su carácter religioso; una estampa que sea
una foto fija que sólo enseñe un trineo surcando un mar de nieve que viene de
ninguna parte y se dirige a ningún sitio.
Montar un pesebre en un espacio
público, colgar de un web institucional una réplica de un cuadro de María,
nombrar a Dios desde un tribuna parlamentaria, es hacer sonar los tambores de
guerra para que acuda en zafarrancho de combate la división Panzer del laicismo
feroz que muchas veces logra que su pataleta de inmensa minoría prevalezca
sobre la voluntad de la mayoría. Cada vez es mayor el número de centros
educativos sin árboles navideños, aulas sin crucifijo y Nochebuenas sin
zambomba ni pandereta.
Esos mismos que consideran un ataque
a su sensibilidad las misas en las capillas universitarias, la asignatura de
religión y los pasos de la Semana Santa, son los mismos que se ponen
fanfarrones cuando los creyentes somos los ofendidos ante una exposición de “arte”
blasfemo, cuando quieren mandar a un obispo a la cárcel por predicar las verdades
del evangelio, o les entrar urticaria cuando la Conferencia episcopal recuerda
a los católicos que no es lo mismo votar por los que defienden la vida que a
aquellos que la aplastan.
Lo ofensivo es rodear a los
peregrinos en las Jornada Mundiales de la Juventud, escupirles y golpearles
sólo porque pisaban las mismas calles que ellos. Lo ofensivo son las carrozas
del Orgullo gay que parodian groseramente la liturgia y la indumentaria
católicas. Lo ofensivo es ver las contorsiones de una “drag queen” pasada de
carnes y de alcohol imitando a una bailarina de barra americana al que sólo le
cubre sus vergüenzas un tanga más
delgado que un hilo dental. Lo ofensivo es que se gaste el dinero de los
creyente para hacer millonarios a los matarifes de las clínicas abortistas, en
pagar el sueldo de los políticos de la hoz y el martillo que quieren segar la
yerba y algo más a todo lo que huela a Iglesia.
Así que yo me voy a hacer el belén y
ensayar villancicos para la Nochebuena, y si a algún ateo no le gusta que coja
el mando de su tele y se ponga a adorar la caja tonta. Porque cada uno es libre de escoger al Dios al que
quiere servir.
Mejor dicho, no pudo ser, hermano. Esa es la contradicción en que viven a diario estos seres sin esperanza, fe ni nada parecido. Se hinchan de aire y van por todos lados soltando su "sabiduría". Pobres necios, que el Señor les de la luz que les hace falta.
ResponderEliminarPaz y bien.
Me ha hecho reír mucho con esta entrada. Que aunque antigua es muy buena.
ResponderEliminarMuy buena. Gracias