
-¿Cuánto
ha dicho que me falta? –preguntó la mujer a la cajera.
-Veintitrés
euros con quince céntimos.
La
señora respiró hondo y echó un vistazo a los artículos que había ido metiendo
en el carro. Tenía que decidir lo que debía dejar atrás, y eso era como tener
que escoger entre lo esencial y lo básico. Eligió un paquete de cereales, unas
galletas y un envase de arroz.
La
señorita retiró los productos rechazados y, cuando los iba a meter en la cesta
de las devoluciones, el señor que esperaba detrás, la detuvo:
-Espere
un momento, señorita, me hacen falta esos productos. Déjemelos que yo me los
llevo.
-Muy
bien, señor –dijo, y luego, dirigiéndose a la mujer del niño:
Quitó
los huevos, un paquete de pan de molde y un par de envases de zumo.
-¿Quitando
esto ya me da?
El
hombre le hizo señas que también se quedaba con la segunda remesa de cosas
rechazadas.
-Trece
con treinta le faltan, señora. ¿Por qué no quita también las chuches del niño?
-Esas
nos la llevamos –dijo la cliente, y siguió quitando productos otras dos veces,
pero de seis en seis.
-Qué
cabeza la mía, señorita –volvió a insistir el hombre reclamando las cosas-.
También se me olvidó comprar esto; me los llevó.
La
compra se quedó en la mitad, pero aún le faltaban cincuenta céntimos.

-¿Me
puedo quedar con las chuches, mami?
-Sí,
mi cielo, nos la llevamos.
La
mujer llevaba los ojos rayados en lágrimas, pero escapó de situación tan
engorrosa con una sonrisa y mucha dignidad.
Ya
había bajado las escaleras mecánicas arrastrando el carro de la compra con una
mano y con la otra agarrando la del crío, cuando, desde alguna parte, oyó un sssss que la llamaba.
-Un
momentito, señora –dijo una voz de hombre-.
Era
el cliente que había acaparado los productos que la mujer no pudo pagar.
-Todo
esto es suyo, señora.
-¿No
eran cosas que le hacían falta?
-Le
pido perdón: soy un mentiroso. Verá, pocas veces tengo la ocasión de ser bueno
con alguien. Si me hace el favor de aceptar estas cosas, me hará un hombre
feliz. Quizás para usted eso no signifique nada, pero para mí eso es mucho.
Esa
semana, en la casa de esa familia, madre e hijo pudieron comer todos los días.
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