Cada miércoles, al concluir la
oración del grupo en la parroquia, todos los miembros que hemos acudido a
cantar y alabar al Señor, nos damos la mano y rezamos el Padrenuestro. Nuestros dedos entrelazados dibujan una cadena donde
cada hermano toca al que está a su lado. Es como el abrazo de Dios.
La
otra tarde, Viti se sentó junto a Rafa. Ella es la ricachona del grupo. Rafa es
el limosnero de la comunidad. Mientras él mendiga a la puerta de la iglesia y
vive arrastrando desde hace meses una pierna metálica, ella se mantiene de la
renta de negocios exitosos.
En
aquel círculo en que los extremos de la sociedad se tocaron mientras
recitábamos la plegaria de Jesucristo, percibí la imagen de la Iglesia , el concepto del
cuerpo místico de San pablo.
Todos
somos iglesias: la acaudalada y el indigente, el que muere de hambre y el que
fallece a causa del colesterol, el que gana más de lo que puede gastar y el que
sobrevive gracias a la limosna.
Somos iglesia los
buenos y malos, santos y pecadores, el místico y el blasfemo, el devoto y el
hereje, el que ama y el que odia, el que sufre y el que goza, beatos y
apóstatas, el que busca siempre y el que no encuentra nunca,.
Somos iglesia
los que se mantuvieron siempre fieles y los que regresan después de una larga
peregrinación por otros credos, de tener el corazón en otros dioses y de
haberse extraviados por mil caminos truculentos.
Somos iglesia los
artesanos y los científicos, los sabios
y los necios, los que blanden las armas y los que manejan la pluma, los
consagrados y los seglares, los fervientes, los tibios, los fríos, los que
rezan a todas horas y los pecan todo el tiempo.
Todos somos
del rebaño del Buen Pastor, a todos ha salido a buscar y las puertas de nuestras
casas está llamando para sentarse a nuestra mesa y cenar con nosotros. Santa
Mónica estuvo llorando y orando por la conversión de su hijo durante treinta
años. Santos y pecadores formamos la iglesia, y debemos interceder los unos por
los otros, orando y llorando como Mónica por el borrachito que muere ahogado
por el vino en cualquier callejón oscuro rodeado de vómitos y ratas; por el
marido maltratador, por el que apuesta el sueldo con el que debe mantener a su
familia, por el adúltero, por el pornógrafo, por el que cabalga a lomos del
caballo y la heroína para que, entre trato y trago, entre apuesta y apuesta, entre paliza y paliza con la que lastima
a la mujer con la que está unido, nuestra oración sea la mano que detenga la
puñalada fatal y les haga volver el rostro hacia Jesús que, con los brazos
abiertos y la mirada del padre bueno, siempre espera que vayamos al encuentro
de su abrazo.
Doy gracias a Dios por que en el no existe la casualidad, solo el amor.
ResponderEliminarVengo de otro blog amigo donde he comentado su entrada y acto seguido entro aqui y loeo esto que es lo que pienso, siento y con otras palabras he dejado escrito en mi comentari en su blog. No, en dios no existe la casualidad. Existe el AMOR y lo derrocha en Jesucristo, en su Iglesia que somos todos, carne de su carne, creaturas de su mano y todos hijos amados para Él independiente de lo que seamos o en que perfil de individuo nos hayamos convertido.
Gracias hermano. Un abrazo.