
Frente al misterio del dolor humano
y el mal en el mundo, el hombre sin fe, como Camus, se pregunta dónde está
Dios, por qué permite el sufrimiento de los débiles. A lo largo de todas las
épocas, las distintas religiones han querido aportar una respuesta a este
dilema que para muchos les resulta insuperable. En el Antiguo Testamento, la
enfermedad y las calamidades sufridas por las personas eran fruto de los
pecados de sus antepasados. En el Islam, vemos cómo en países como Afganistán o
Arabia Saudí, la mujer violada no sólo no es una víctima de un acto cruel, sino
que se la considera colaborador de él. En uno y otro país nos llegan casos de
mujeres que han sufrido esta agresión y son obligadas a casarse con su
violador, e incluso son condenadas a doscientos latigazos y penas de cárcel.
En el hinduismo, las desgracias que
ocurren a los seres humanos son fruto de las malas acciones obradas en las
vidas anteriores de los parias que la sufren, y deben pagar con su karma hasta
que a lo largo de muchas existencias consecutivas, sus errores sean corregidos
por siglos de penitencia. Es frecuente ver a los hinduistas haciendo abluciones
en las orillas del río Ganges y cómo, en medio de tantos devotos religiosos,
puede verse a enfermos terminales sacudidos por convulsiones. Nadie de los que
les rodean acudan a socorrerle y le dejan morir solos porque ése es su karma.

Que nadie diga que Dios es
indiferente al dolor humano, que se cruza de brazos y mira hacia otro lado
mientras un niño se ahoga en la piscina, un adolescente la emprende a tiros o
un avión cae al mar. Dios se hizo hombre y fue calumniado, torturado y
ajusticiado como el peor de los criminales. Él no habla de oídas, ha
experimentado nuestra fragilidad humana y se ha calzado la piel del hombre,
sabe de lo que hablamos y sentimos cuando alguien mira al cielo y le dice:
¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Jesús no sólo sufrió el dolor sino
que además nos hizo ver en él una fuente de salvación y un camino a la gloria
sin fin. “Venid a mí los que estéis cansados y agobiados que yo os aliviaré”.
“El que quiera salvarse, que tome su cruz y me siga”. “Bienaventurados los que
lloran porque ellos serán consolados, bienaventurados los perseguidos a causa
de la justicia porque de ellos es el reino de los cielos, bienaventurados los
que buscan la paz, porque ellos verán a Dios”. “Bienaventurados seréis cuando
os injurien, os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el Cielo: de la
misma manera persiguieron a los profetas que os precedieron”.

Dostoievski, que experimentó una
profunda conversión religiosa cumpliendo condena en una cárcel rusa, hizo esta
declaración de amor incondicional a la figura de Jesús:
“Soy hijo de este siglo, de la
incredulidad y de las dudas y lo seguiré siendo hasta el día de mi muerte. Pero
mi sed de fe siempre me ha producido una terrible tortura. Alguna vez Dios me
envía momentos de calma total, y en esos momentos he formulado mi credo
personal: que nadie es más bello, profundo, comprensivo, razonable, viril y
perfecto que Cristo. Pero además –y lo digo con un amor entusiasta- no puede
haber nada mejor. Más aún: si alguien me probase que Cristo no es la verdad, y
si se probase que la verdad está fuera de Cristo, preferiría quedarme con
Cristo antes que con la verdad”.
La
Cruz y el Microscopio (14)