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Una
vez desclavado a Jesús del madero, el evangelio del sufrimiento ya no tiene
sentido. El hombre de hoy no quiere saber nada de errores ni de horrores. De
tanto mirarse al espejo se ha convencido de que, por mucho que pasen los años,
siempre podrá encontrarse hermoso. Corre diez kilómetros diarios, se engrasa de
potingues para apuntalar la juventud, estirar arrugas y tonificar muslos y brazos; inventa pócimas
de belleza eterna y aparatos que prometen devolvernos el tono muscular de los
veinte años. La industria de la belleza mueve cada año inmensas fortunas, por
todas partes nos anuncian fábricas de cosméticas y clínicas de adelgazamiento
que, por lo que cuesta un riñón pero a pagar a plazos, nos vuelven más altos,
más jóvenes, más saludables. En el fondo, están logrando que el hombre se crea inmortal
y que podemos esquivar la muerte con trucos de esteticistas y recetas de
curandero.
Quizá
por eso muchos cambian el móvil dos veces al año, de zapatos cada temporada y
de mujer cada tres meses. El televisor nos dura lo que tarde en llegar a las tiendas
uno más sofisticado. Ya no se remienda la ropa ni se arreglan lavadoras. Los
abuelos que vivían con nosotros cuando ya no se valían por sí mismos, ahora los
empaquetamos y les enviamos a residencias donde no nos recuerden que también a
nosotros nos llegarán los achaques de la artrosis, el temblor de las manos y el
olvido de la memoria. Pero claro, seguimos amando a esos seres que queremos ver
lo más lejos posible de nuestra vista y, como no deseamos que sufran los
pobrecitos, lo mejor es que se vayan en paz.
Por
eso a la eutanasia lo llaman muerte digna. Los que logran que les pinchen un
chute de morfina demasiado generosa que acabe con sus vidas, son presentados
como héroes y mártires de una causa que debería ser común al resto de la
humanidad. Se presiona para que la ONU la inscriba en la carta de los Derechos
del Hombre. Todo el que se oponga es arrinconado y lanzado a los leones de lo
políticamente correcto.
Alejandro
Amenábar en su película Mar adentro logró
presentarnos como un santo a quien, postrado en una cama, luchaba desde hacía
años porque le asesinaran. Algo parecido vimos en Millon Dollar Baby, y muchos quisieron ser como Clint Easwood. Pero
la auténtica muerte digna fue la de Olga Berjano, tetrapléjica durante décadas y que, sin poder
hablar, logró escribir dos maravillosos sobre el valor de la vida. O Chiara
Luce Badano, que murió de cáncer de huesos, enamorada del regalo que le dio
Dios al nacer. O como Ron Hoube, un enfermo belga que estuvo en coma durante
mucho tiempo y que fue declarado que moriría en estado vegetativo, pero que un
día despertó veintitrés años después
proclamando que “yo gritaba pero nadie me
escuchaba”.
Anna
Shapiro entró en coma el mismo día que asesinaron al presidente Kennedy. Su
esposo juró amarla y serle fiel en la salud y la enfermedad todos los días de
su vida hasta que la muerte los separase. Y cumplió su promesa. Él estuvo a su
lado durante casi treinta años: la aseaba, la peinaba, le daba de comer, rezaba
junto a ella. En los primeros tiempos, Anna sufrió lo que se llama tener ojos de muñeca, dormía con los ojos
abiertos y su marido Ron le administraba unas gotas en los ojos para evitar que
se secaran. En 1992 Anna despertó del coma, y se encontró a su lado con un
viejo al que no reconocía: era su marido. Al verse en el espejo, ella misma se
sintió extraña.
-Encienden
la televisión, Ron, para ver Yo amo a
Lucy –le dijo al marido nada más despertar, creyendo que aún emitían un
programa de éxito tres décadas atrás.
Lo
curioso del caso es que Anna y Ron vivieron otros once años de feliz
matrimonio.
No
hay nada más anacrónico que el modernismo. El hombre antiguo sacaba fuego de
frotar dos troncos o aplastar una piedra, hasta que lo moderno fueron las
cerillas o el mechero. Durante algún tiempo fue lo más fashion llevar el pelo largo, y otras en que lo que se usaba era el
cabello corto; unos tiempos era moda los pantalones de campana y después
llevarlo por la rodilla o con pierna de tubo.
Ahora nos quieren convencer de que la eutanasia es el último grito de la
solidaridad humana. Mientras ese modernismo se pasee por las pasarelas de la
historia desenchufando los cables de las máquinas a los que se aferran los
enfermos graves o clavando jeringuillas envenenadas de muerte a quien nos dice
no querer seguir viviendo, siempre existirán las Chiaras y las Annas que se
nieguen a devolverles a Dios el regalo de la vida.
Gracias a ese Jesús herido, dolido, clavado, yo encuentro sentido a mis sufrimientos. Gracias por la entrada. UN FUERTE ABRAZO.
ResponderEliminarAy como me gusta tu blog.
ResponderEliminarMe parece triste cuando hablo de mi Jesus en la cruz y alguien me refuta...ustedes porque matan a Jesus todo el tiempo el esta vivo,y yo le contesto porque es imposible olvidar el dolor que El padecio por mis pecados,de esa manera cuando peco,me averguenzo al mirarlo en la cruz...que dolor siento por mis pecados.
Mil bendiciones.