¿Qué
pensarían ustedes si un día, al abrir la puerta de casa, se encuentran con un
amigo que lleva veinte años muerto?
O
eso me habían dicho y yo me lo creí. Tanto que desde entonces oía misa todas
las mañanas por él, aplicaba el rosario por su alma y tengo las rodillas que
parecen un cráter de hincarme a suplicar por su salvación eterna. Y ahora lo
tenía delante de mí, más guapo que nunca, con un bronceado de tenista y
mirándome con una sonrisa que le daba la vuelta a la cara como si acabara de
venderme un cachivache enorme y carísimo.
-¡Coño,
qué bien se te ve, brother! –saludó-.
-Tú
también estás mejor de lo que esperaba para llevar tanto tiempo bajo tierra.
Me
temblaban las piernas y no sé cómo llegué a la cocina y me puse a preparar café
para los dos. Me acordé que nunca pude llevarle flores a su tumba porque no
había dejado familia que le llorase y a la que acudir para saber el número de
su nicho, y además me enteré con dos meses de retraso de su “entierro”.
-La
última vez que te vi te dije que tu vida iba a ser muy corta –le dije-, y ahora
parezco tu hermano mayor. ¿Cuál es tu secreto?
-Dejé
la bebida, mi hermano. Por eso estoy aquí: estoy en los pasos 8 y 9. Vengo a
pedir perdón por lo mal que te lo hice pasar.
Le
conté que me habían dicho que estaba muerto y su carcajada hizo ladrar al perro
del vecino.
-¿Te
acuerdas –dijo- de que cuando íbamos al colegio un denunciante anónimo te acuso
de robar la cartera del profesor? Fui yo. ¿Te acuerdas de Elisa, aquella novia
tuya que te volvía loco y que de la noche a la mañana perdió interés por ti?
Fui yo el que te la quitó. ¿Te acuerdas las apuestas a la primitiva que
jugábamos a medias y que yo administraba? El dinero me lo quedaba yo.
Siguió
con una lista enorme de desagravios pendientes, y por un momento, aprovechando
que para mí lleva dos décadas fallecido, el Flaco Wilson me tentó para que lo
rematara allí mismo, pero me acordé de Nuestro Señor y me pregunté qué haría Él
en mi caso, y no tuve más remedio que perdonarle.
-Dime
una cosa, Flaco –le dije-. ¿En alguno de esos pasos dice que debes reparar el
mal causado?
-Sí,
en el 9, siempre y cuando al hacerlo no implique un perjuicio para ti o para
mí.
-Se
me ocurre una reparación ideal para estos casos.
-Tú
dirás.
-Todos
los días, a las siete, me vas a acompañar a misa a San Blas durante un mes.
Me
miró mientras movía ligeramente la cabeza, desconcertado.
-Bueno, brother, si es a
las siete de la tarde, puedo hacerte un hueco.
-Es
a las siete de la mañana.
Se
levantó como si una tarántula estuviera trajinándole el trasero y comenzó a
mover las manos protestando. Le detuve con un gesto.
-Durante
veinte años estuviste calumniándome y estafándome, y durante otros veinte recé
para que te salvaras porque sabía que eras un golfo, ¿y te parece excesivo un
mes de madrugón por mí? Creo que deberías volver al primer paso y comenzar de
nuevo porque no estás preparado.
-¿Sabes
una cosa –dijo? Tienes razón. Te acompañaré. Un mes.
Cumplió
su promesa. A los treinta días, nos dimos un abrazo y me despedí de él pensando
que quizás ya no volvería a verle en al menos otros veinte años. Pero al día
siguiente estaba allí, arrodillándose conmigo en la consagración. Al final del
oficio, en la plaza de la iglesia, confesó que aún le quedaba otra cosa por la
que debía pedirme perdón.
-¿Te
acuerdas de aquellas cien mil pesetas que te debía y nunca llegué a pagarte?
-Me
acuerdo, Flaco, pero dalas por saldadas.
-¿Te
acuerdas de Andrea?
-Sí,
la que me trajo la noticia de tu “fallecimiento”.
-La
mandé yo. Yo fui el que la convencí para que te engañara con mi muerte.
Acababa
de comulgar y no estaba dispuesto a perder el control aunque lloviese al revés.
-¿Y
por qué ideaste una mentira tan gorda?
-Porque
no podía devolverte las cien mil pelas.
-Bueno,
viejo, en ese caso vas a tener que seguir madrugando para la misa hasta que el
Señor quiera.
Que entrada tan espectacular!!!,me he reidoooo!!!,
ResponderEliminarque bueno,pues es hora de ir a misa y me voy con una sonrisa mas grande que de costrumbre.
Mil bendiciones,un abrazote.
La realidad supera la ficción, bien saldada quedará la deuda si consiguió redimir un alma.
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