Según Kipling, las palabras son
la más potente droga utilizada por la humanidad. Quevedo dijo que son como
monedas, que una vale por muchas y muchas no valen por una sola, y Horacio
expresó que la palabra dicha no sabe volverse atrás.
Hace
muchos años me contaron la anécdota de una bailarina que, minutos antes de
subirse al escenario, se torció un tobillo. La megafonía del teatro no
funcionaba, por lo que sólo los espectadores de la primera fila supieron de la
pequeña lesión de la estrella y de que el espectáculo debía suspenderse. Los
presentes fueron transmitiendo la noticia unos a otros, añadiendo en el boca a
boca un tanto de gravedad por cada nueva versión contada. Cuando el aviso llegó
a las butacas del fondo, la bailarina ya estaba en coma irreversible y hasta le
habían administrados los últimos sacramentos.
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Scott
Fitzgerald afirmaba que se puede acariciar a
la gente con las palabras y
Demóstenes prefería las que salvan a las que gustan.
Con
palabras decimos qué guapa estás, cómo me gustas, te quiero. Con palabras se
escriben versos, se envían felicitaciones, cantamos un cumpleaños feliz,
levantamos el ánimo y damos el pésame. Hay palabras que se transforman en
brazos que rodean y en remedios que curan. Con ellas se recitan plegarias, se
componen baladas y se proclama la buena noticia. De las palabras se sirven los
profetas y los pregoneros, los cantantes y lo juglares; con ellas contamos
chistes y confiamos secretos. Con palabras se arengan las tropas, se presta
juramento y pedimos matrimonio; se escriben las leyes y se dicta sentencia,
comunicamos el nacimiento de un hijo y felicitamos la Navidad.
Las
palabras pueden sanar. Hace unos años, en Nueva York, una profesora llamó uno
por uno a cada uno de sus alumnos y le entregó a cada uno tres cintas azules
donde estaban escritas en cada una de
ellas “Mereces mi reconocimiento”. Les
pidió que entregaran la primera de ellas
a alguien especial por el que sentía admiración; y que las otras dos deberían
formar una cadena con otras personas que fueran importantes para alguien.
Uno
de los chicos de la clase fue donde un joven ejecutivo de una empresa cercana
que le había ayudado en otro tiempo. Colocó cinta azul en su camisa y le dio
las otras dos cintas.
-Estamos
haciendo en clase un proyecto sobre el reconocimiento a otras personas que
fueron algo importante para nosotros –le
dijo-, y me gustaría que usted busque a alguien a quien admire para que le dé
estas una de estas dos cintas, y que esa persona haga lo mismo con alguien más.
El
ejecutivo que recibió la primera cinta, fue esa misma tarde a hablar con su
jefe, un tipo huraño. Se sentó al lado de este ejecutivo malhumorado y le dijo:
-Le
admiro profundamente porque es usted un ejecutivo muy creativo, y me gustaría
colocar en el pecho esta cinta como regalo.
-Hazlo
–dijo su jefe.
-¿Me
haría un favor más? ¿Quiere tomar esta cinta extra y dársela a alguien más que
sea muy importante para usted?
Esa
noche, el ejecutivo llegó a su casa, buscó a su hijo adolescente y se sentó
junto a él.
-Hoy
me ha pasado algo increíble. Estaba en mi oficina cuando uno de mis jóvenes
ayudantes entró en mi despacho y me regaló esta cinta. Me dijo que me admiraba.
Me dio una segunda cinta y pidió que se la entregara a una persona que
significara mucho para mí. Quiero darte este reconocimiento. Vivo días muy
agitados, y cuando llego a casa no te presto atención. A veces te grito por no
sacar buenas notas o por tener el cuarto hecho un desastre. Tu madre y tú son
las personas más importantes en mi vida y ¡te quiero!
El
adolescente comenzó a sollozar:
-Papá,
estaba planeando suicidarme esta mañana porque pensaba que tú no me querías.
Pero ya no necesito hacerlo.
Martin
Luther King tuvo un sueño en el que todos los hombres, blancos y negros, judíos
y gentiles, protestantes y católicos, gritaban juntos: ¡Por fin somos libres! Con
cuatro palabras Churchill convenció a un pueblo desmoralizado que, con sangre,
sudor y lágrimas lograrían ganar la guerra. Con siete de ellas pronunció Jesús
su último sermón, y con una sola el juez siempre decide sobre la libertad de
las personas.
Un
proverbio sentencia que hay que masticar las palabras más que un trozo de pan,
y otro nos recuerda que el que mucho habla, mucho yerra. Para Robert Burton,
una palabra hiere más profundamente que una espada, y para Ortega y Gasset es
un sacramento de difícil administración. El Evangelio, por último, nos recuerda
que deberemos dar cuenta de cada palabra ociosa.
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-Desde
luego, bonita, tienes menos sentido del ritmo que una cafetera.
Esas
palabras fueron como una sentencia de muerte para una mujer que llevaba meses
luchando al borde del precipicio. Lo que no sabía la coordinadora del grupo que
ese día a Rosa le robaron el bolso en el mercado, se le pegó la comida y el
esposo le anunció que se largaba a vivir con una amiga. Cuando llegó a su casa,
Rosa se atiborró a tranquilizantes, y, horas después, luchaba por su vida en un
hospital.
De
la misma manera que las palabras pueden ser instrumentos de bendición, pueden
transformarse también en armas de herir y de matar. Oímos cosas como “maldito
seas”, “vete al infierno”, “ojalá te mueras”, “hijo de Satanás”, “sal de mi
vista”. Las palabras esparcen infundios, escupen calumnias, lanzan reproches y
cursan amenazas. Sirven para hundir reputaciones, disparar rumores sin
fundamento y entablar pleitos. Las
palabras pueden servir para condenar a inocentes o para proporcionar coartadas
tramposas a los granujas. Las palabras juran en vano y prometen imposibles,
esconden verdades y airean secretos escandalosos. Con ellas los pornógrafos de
papel hacen fortuna y los editores de libelos pisotean el buen nombre de gentes
y empresas, o contaminan la opinión pública señalando enemigos o creando
simpatías hacia causas mezquinas.
Aquella
noche Rosa llegó a Urgencias a tiempo de que le hicieran un lavado de estómago
y sobrevivió. Es cierto que la frase lapidaria que escuchó de la directora del
coro fue sólo el último lego que remataba una torre gigantesca de desprecios,
pero esas palabras insensatas pudieron causar la condenación de Rosa.
Muchas
veces las palabras son más peligrosas que los cuchillos. Una ofensa puede dejar
una cicatriz más profunda que un navajazo o un par de costillas rotas. En
ocasiones pasan años y aún nos quema el recuerdo de un insulto o una injuria
recibida.
En
estos últimos tiempos ha surgido una nueva casta: los chismosos profesionales.
La televisión ha lanzado al estrellato a una legión de cotillas de lengua muy
larga y conciencia muy escasa que destrozan vidas y arruinan carreras. Lo peor
del asunto es que cuenta con un público multitudinario dispuesto a digerir
cualquier bulo, a reírles la gracia y respirar sus ventosidades. Son en
escenarios como ésos donde se manosean las palabras sin cuidado, donde se
cargan las metralletas del odio y donde surgen las leyendas negras que al final
terminan colando como verdades irrefutables.
Según
la marquesa de Sévigné, hay palabras que suben como el humo y otras que caen
como la lluvia. El ser humano es la única especie que se vale del lenguaje para
comunicarse. Y lo hace por medio de palabras que usan para amar y para odiar,
que salvan o hunden, que confortan o descorazonan, que siembran la paz o
declaran la guerra, que valen para ganar fortunas o dejar en la ruina. Palabras
con las que se apalabran negocios, se urden fraudes y se cometen perjurios, que
sirven lo mismo para el conjuro de una hechicera o para formular el juramento
hipocrático, que arrancan sonrisas o nos hacen llorar, con las que decimos
siempre y nunca, te quiero o no vuelvas más, con las que cantamos un gloria o
lanzamos amenazas y chantajes. Con las palabras los santos alaban a Dios y los
tiranos aterran al pueblo.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjBAkWJkeAYd_WgIx3iklZUYwh1zHhVizb1M8c23qrdKJhjTw_IfvFJqCURvvekKp9lQ-QI6zFj4Dr6G2dwrrm4ixsbFGHDd5SxGpOIJUcrAMjlBPjigp12FuyZvVh2weoTgfQE4Dvae4lE/s1600/Qui%C3%A9n+dijo+qu%C3%A9+1.jpg)
Cuidado
con las palabras que pronunciemos, porque de cada una de ellas somos
responsables y de ellas nos pedirán cuentas.
Es verdad ,las palabras te pueden cortar el corazon a pedacitos o levantarte hasta el cielo de alegria,por eso le pido a mi Jesus cada dia, que bendiga por favor mis sentidos para con ellos glorificar su nombre.Me encanta tu blog.
ResponderEliminarQue entrada tan sabia.
Mil bendiciones.