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El Ruido de un Trueno es un cuento de
Ray Bradbury. En él se cuenta el viaje en el tiempo de un grupo de cazadores
que dan vueltas al revés al cronómetro de la historia para matar un dinosaurio.
El
jefe de la expedición les advierte que todo está previsto. Sólo deberán
asestarle un par de tiros en la cabeza a un animal prehistórico que, por lo
demás, si no se altera el curso de los acontecimientos, morirá accidentalmente.
El organizador del viaje confiesa que, a lo mejor, están equivocados y la
teoría en que se basan es una conjetura inofensiva que sólo provocará un cambio
tan leve como una suave brisa o un cabello roto. O tal vez matar por accidente
a un ratón en el pasado remoto provoque, primero, un desequilibrio entre los
insectos que se alimentan del cadáver del roedor; una mala cosecha más tarde;
hambrunas colectivas después. Acabar por accidente con un ratón conllevaría
destruir las futuras familias de ese bicho, luego una docena, más tarde mil, un
millón después.
“Por la falta de diez ratones, muere un zorro. Por falta de diez zorros,
un león muere de hambre. Por falta de un león, especies enteras de insectos,
buitres, billones de formas de vida son
arrojadas al caos y la destrucción. Al final todo se reduce a esto: cincuenta y
nueve millones de años más tarde, un hombre de las cavernas, uno de la única docena que hay en todo el mundo,
sale a cazar un jabalí o un tigre para alimentarse. Pero alguien ha aplastado
con el pie a todos los tigres de esa zona al haber pisado un ratón. Así que el
hombre de las cavernas se muere de hambre. Y el hombre de las cavernas es toda
una nación futura. De él nacerán diez hijos. De éstos surgirán cien niños, y
así hasta llegar a nuestros días. Destruya usted a este hombre, y destruye una
raza, un pueblo, una historia viviente. Es como asesinar a uno de los nietos de
Adán. El pie que ha puesto sobre el ratón desencadenará así un terremoto, y sus
efectos sacudirán nuestra tierra y nuestros destinos a través del tiempo. Con
la muerte de ese hombre de las cavernas, mil millones de otros hombres no
saldrán nunca de la matriz. Quizás Roma no se alce nunca sobre las siete
colinas. Quizás Europa sea para siempre un bosque oscuro. Pise usted un ratón y
aplastará las pirámides. La reina Isabel no nacerá nunca., Washington no
cruzará el Delaware, nunca existirá un país llamado Estados Unidos”.
El hombre moderno está
preocupado por el cambio climático, y eso es bueno. Por la lucha contra la
extinción de muchas especies, y eso es bueno. Moviliza recursos y apela
conciencia para evitar matanzas como la de la caza de las ballenas, y eso
también es bueno. Nos conmovemos ante un animal maltratado, por un gato que ha
caído en un pozo o por un perro que ha atravesado solo Norteamérica para
encontrarse con el dueño que lo había perdido. Y eso también es bueno.
Sin embargo, nos ponemos frente
al televisor con una bandeja de palomitas de maíz mientras el telediario
anuncia cinco mil muertos en un terremoto, el recuento del último parte de
guerra en Oriente o el detalle de la crónica negra de asesinatos, redadas,
trata de blancas o de náufragos sin nombre ahogados en su travesía hacia el
paraíso europeo. No nos duele el dolor de tantos hermanos. Nuestra conciencia
ha sido domada hasta el punto de no provocarnos ningún escalofrío cuando la
multinacional del aborto anuncia que, desde 1980, en el mundo más de mil
millones de fetos han sido eliminados.
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En medio de esa multitud tan
increíble de los mil millones de embriones abortados, se habrá frustrado el
talento de muchos músicos, que se dejen de escribir algunos quijotes y hamlets,
que dejen de pintar los nuevos Rembrandts y los nuevos Picassos, que no vuelvan
a surgir Da Vincis y Miguelángeles. Dentro de cien o doscientos años, quizás no
haya médicos suficientes para atender a tantos enfermos, ni trabajadores
cotizando para costear el retiro de tantos pensionistas. Dentro de un par de
siglos tal vez miles de asilos tendrán que cerrar y millones de ancianos
deberán malvivir sus últimos días empujados a morir solos. Habrá ciudades sin
zapateros remendones o sin poetas, pueblos sin fiestas, mujeres si esposos,
esposas sin marido. Cerrarán multitud de escuelas y tal vez ya no habrá quien
sepa contar un cuento o enseñar una oración.
El rastro el aborto en la
sociedad es una trampa de relojería que irá detonando poco a poco en pequeños
cataclismos cada vez más potentes, contagiados por una especie de epidemia
diabólica hasta que un último estallido formidable haga que la humanidad entera
salte por los aires y no quede nadie para retirar los desperdicios.
Soy tremendamente emotiva y lloro con facilidad, igual de emoción, de pena, de alegria. Puedo llorar viendo las noticias y nunca me oculto, siempre intento explicar a mis hijos los que es el sufrimiento ajeno y enseñarles a mirar y a llegar más allá de lo consideran suyos. Eso es lo que como mujer yo acepté un día al tener mis hijos. Somos los "evolucionados", queremos ser iguales a los demás. Ay, pero siempre igual al forrado de dinero, nunca al pobre que pide en la plaza. Queremos tener. Y sin darnos cuenta estamos perdiendo lo más valioso, la oportunidad de tener el privilegio de ser participe de la vida con Dios. Yo nunca quise casarme, ni tener hijos y doy gracias a Dios por poner en mi vida a Pepe. Con él y con Dios hemos tenido a Lucy e Iván y jamás crei que ser participe de algo que parece tan simple a primera vista, me trasportase a ver de un modo tan distinto el milagro de la vida.
ResponderEliminarMe pregunto que sentido tiene la matanza de tantos inocentes, le pregunto a mi Padre y no encuentro respuesta. Así que sigo orando para que la mujer no sea más engañada y descubra el gran tesoro que puede albergar su cuerpo.
Un abrazo.
Dificil detener la barbarie del ser humanos sino es con buen ejemplo y oración. Mostrar en los colegios que es un aborgto y las imagenes de dentro de la madre cuando se produce puede ser el ratón que sobrevive y con ello salva a otros tantos, o el ejemplo de cada uno tiene el mismo efecto.
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