Yo
no sé si el fin del mundo está cerca o no, como proclaman los adictos al
acabóse, los seguidores de las profecías mayas o los lunáticos de la catástrofe
final, esos que almacenan en los sótanos y desvanes de sus casas toneladas de
comida, generadores eléctricos y trajes y escafandras de astronauta para
sobrevivir a la lluvia ácida, los gases tóxicos o a un posible diluvio de
meteoritos que dejen la tierra como los desiertos de la luna.
Fue Jesús el que nos advirtió que, cielo y tierra pasarán
pero no sus palabras, y en algunas de ellas nos avisó que únicamente el Padre
sabe el día y la hora en que el Creador ponga el punto y final a este valle de
lágrimas.
El mundo anda revuelto y el hombre
moderno, a medida que ha llenado su vida de cachivaches, su cartera de tarjetas de crédito y su tiempo de sexo, alcohol y drogas, ha vaciado su corazón de
Dios. Es el ladrillo hueco que, al golpearlo, nos alerta que detrás de él hay
un universo oculto por donde el individuo quiere escapar de su conciencia. Por
eso el hombre actual se divierte pero no es feliz, inventa pero no cree, juega
pero no medita, y es, en definitiva, un ser profundamente insatisfecho.
Por ello tienen tanto éxito los
predicadores del fin del mundo, los filósofos de bolsillo, los chamanes,
echadores de cartas, videntes televisivos, los profetas del apocalipsis, las
sectas que lavan el cerebro y trajinan la billetera, los vendedores de crecepelo
espiritual de la Nueva Era, donde tienen cabida cualquier creencia y su
contraria, si uno está lo suficientemente desesperado para comprar una moto sin
ruedas y una espiritualidad sin Dios. Tengamos cuidado de dónde nos metemos,
porque además de perder la fe nos van a robar la cartera.
Simplemente muy bueno
ResponderEliminar