lunes, 19 de noviembre de 2012

Profetas de Bolsillo


Yo no sé si el fin del mundo está cerca o no, como proclaman los adictos al acabóse, los seguidores de las profecías mayas o los lunáticos de la catástrofe final, esos que almacenan en los sótanos y desvanes de sus casas toneladas de comida, generadores eléctricos y trajes y escafandras de astronauta para sobrevivir a la lluvia ácida, los gases tóxicos o a un posible diluvio de meteoritos que dejen la tierra como los desiertos de la luna.

            Fue Jesús el  que nos advirtió que, cielo y tierra pasarán pero no sus palabras, y en algunas de ellas nos avisó que únicamente el Padre sabe el día y la hora en que el Creador ponga el punto y final a este valle de lágrimas.

            El mundo anda revuelto y el hombre moderno, a medida que ha llenado su vida de cachivaches, su cartera de tarjetas de crédito y su tiempo de sexo, alcohol y drogas, ha vaciado su corazón de Dios. Es el ladrillo hueco que, al golpearlo, nos alerta que detrás de él hay un universo oculto por donde el individuo quiere escapar de su conciencia. Por eso el hombre actual se divierte pero no es feliz, inventa pero no cree, juega pero no medita, y es, en definitiva, un ser profundamente insatisfecho.

            Por ello tienen tanto éxito los predicadores del fin del mundo, los filósofos de bolsillo, los chamanes, echadores de cartas, videntes televisivos, los profetas del apocalipsis, las sectas que lavan el cerebro y trajinan la billetera, los vendedores de crecepelo espiritual de la Nueva Era, donde tienen cabida cualquier creencia y su contraria, si uno está lo suficientemente desesperado para comprar una moto sin ruedas y una espiritualidad sin Dios. Tengamos cuidado de dónde nos metemos, porque además de perder la fe nos van a robar la cartera.

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