sábado, 30 de junio de 2012

Un Cura Feliz


Padre Ignacio Muguiño, S.J.
La gente anda enferma de tristeza. A ratos sueñan con alegrías de plata, y mendigan el ritmo de una música epiléptica en la jarana, o el trance horrendo de la droga… Pero, poco a poco, las luces de todas sus fiestas se van apagando, y el pobre corazón vuelve a quedarse más solo, más poeta y más triste en penas. A los cristianos tristes habría que esconderlos hasta que se les pase. A los curas aproblemados y gruñones, sólo el sueño eterno les amansa. Unos y otros arruinan el cristianismo de las Bienaventuranzas, la fiesta que se lleva en el corazón, la que nunca se acaba…, la que llamamos Dios. ¡Cristo es un Dios alegre!
Hoy a nosotros, los pequeños Cristos rotos, nos queda hacer el nuevo milagro de la alegría en este mundo de tristes; llevar siempre un Magnificat en los labios, heredado de la Madre, y un Dios de la alegría bien metido en el corazón.
¡Cura! Sin salud, sin plata, sin coche ni móvil, sin viajes, sin aplausos, sin juergas, sin amores tapados, ni espacios escondidos…, llevas una orquesta de alegría en tu corazón, de pie, mirando las estrellas desde donde te habla Dios. Contagias a tu paso esa felicidad que Dios te da y que no se compra en la tierra.
Cura de Dios, vas curando a tu paso las penas de todos, y la gente vuelve a creer en los milagros. Todos quieren saber el secreto de tu alegría, y cómo se llama tu Dios. Los enfermos sonríen tanto, que hacen reír a los sanos; los pobres buscan a alguien con quien compartir su pequeño pan; los ricos empiezan a arruinarse entre risas como aquel Zaqueo, y las víctimas echan el brazo al hombro del verdugo y le hacen llorar al llamarle amigo, y así hasta mil…, a quienes les recuerdas mucho al Dios campesino de Nazaret.
A este paso por la tierra le llaman calle de la amargura. Quisiera cambiar este nombre. Cristo recorrió ese camino muy golpeado, pero nadie vio odio en su mirada, ni amargura, ni rencor. Iba mudo, pensando que los que le pegaban eras sus hermanos pequeños, en un mal día, cuando mataban al que más los quería.
Cura bueno de todos los días, que a la mañana coges a Cristo en las manos y lo miras con ternura, y al caer la tarde llevas alguna cruz; no la arrastres entre gemidos, haz de tu cruz una guitarra y llévala en volandas, y echa al vuelo tu mejor chiste en forma de cantar y suspirar… Aunque la voz te salga un poco quebrada, harás reír a los que, con su cruz, te siguen.
Y si alguno, desde la acera, te dice con burla: «Eres un olvidado de Dios», arráncate con tu mejor canto, que Dios te hará dentro del alma la segunda voz. Al oír la voz de los dos, saldrá al camino la mujer única de tu vida, a darte en un beso volado el cariño que tiene una madre por su cachorro, Santa María.

miércoles, 27 de junio de 2012

El Trigo y la Cizaña


«El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: “Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?” El les contestó: “Algún enemigo ha hecho esto.” Dícenle los siervos: “¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?” Díceles: “No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero."»” Mateo 13,24-30

            Antoñita acaba de cumplir ochenta años. A su edad, ya le han practicado varias operaciones, sufrido algunas caídas y se le han roto un par de costillas. Además de la artrosis, las debilidades de la memoria y los achaques de la vejez, Antoñita cree que goza de buena salud.
            Por eso cada tarde de jueves, de octubre a junio, reúne a su grupo de niños para darles la catequesis. Así lleva cuarenta años, dando gratis lo que recibió gratis, sin un mal ejemplo, sin un grito, sin una falsa sonrisa.
            Nunca ha venido ningún periodista a contar sobre su apostolado silencioso, ni su nombre ha salido en los periódicos ni hay nadie que la tenga por heroína. Como tampoco ocupan titulares los cientos de miles de sacerdotes honestos, los millones de voluntarios católicos que entregan su tiempo a lo largo del mundo asistiendo ancianos, visitando enfermos, repartiendo desayunos y almuerzos en los comedores sociales, la multitud inmensa de almas consagradas que gastan la vida haciendo el bien. Como las religiosas de clausura que oran y laboran por la conversión de los corazones, para que las manos dejen de empuñar las armas y los hijos pródigos regresen a  casa. Como los miles de misioneros perdidos en aldeas remotas dando de comer al hambriento y vistiendo al desnudo, enseñando al que no sabe o consolando al afligido.
Conocí a un hombre en mi parroquia que viajó cincuenta kilómetros para devolver cinco euros a un camarero que se había equivocado con el cambio, y a una viuda que siempre hace un plato de comida de más por si algún pobre llama a la puerta. De entre los cristianos católicos comprometidos abunda la gente buena, las personas sencillas y honradas que nunca se saltan las colas, pagan los impuestos y devuelven lo prestado, que ni mienten ni engañan, que no es ni envidiosa ni alcahueta.
Junto a ellos, creciendo junto al trigo, florece también la cizaña. Como el arzobispo que lleva años consagrando impuramente mientras mantenía relaciones con una amiga de la infancia. Mucho se ha hablado de los sacerdotes pederastas; nos llegan noticias de alguno otro que sisó el dinero del cepillo y otros que fueron sorprendidos haciendo circular pornografía con menores. En estos casos siempre hay mil y un periodistas para coger la parte por el todo y elevar la anécdota a la categoría de juicio general contra la Iglesia y todos los católicos. El pecado de unos pocos debemos  sufrirlos todos los demás, las Antoñitas, los misioneros y las religiosas de todo el mundo. La debilidad y la miseria de un puñado de pecadores nos señalan al resto, nos anatemizan y nos condenan por igual. Ése es el salario del creyente honrado: poner nuestro hombro para ayudar a Cristo a cargar el peso de la miseria humana, seamos trigo o cizaña.
Entonces despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo.» El respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga. Mateo 13,26-43