viernes, 23 de noviembre de 2012

Palancas y Desiertos



San Agustín escribió que quien salva un alma, asegura su propia salvación. Arquímedes pedía una palanca para mover el mundo; los creyentes de hoy necesitamos recitar un millón de avemarías para conmover el ánimo de un solo pecador.

            Todos tenemos un impenitente de cabecera, un alma particularmente querida por la que pedimos con esfuerzo redoblado por el padre alcohólico, el hijo que se gasta el sueldo y consume la salud y destruye la paz de los que le rodean a causa de los estragos del juego, el sexo o la droga, el amigo blasfemo que escupe sobre el santo nombre de Dios. Por ellos rezamos novenas, ofrecemos misas o multiplicamos ayunos y penitencias.

            Pero, a veces, esa tarea se presenta como un echar andar siempre cuesta arriba, sin llanuras donde repose nuestros pies exhaustos ni puertos de avituallamiento; sin que sople viento favorable que te empuje, aunque sea un poquito. Antes al contrario, el caminar del evangelizador –profesional o vocacional como los blogueros- es un trabajo sufrido, gris, de pequeñas recompensas y grandes desiertos, de pocos aplausos y mucho bregar en el escenario del mundo con un público difícil más dispuesto al rechazo y al tomatazo que a los vítores y al hosanna.

            El que se ha encontrado con Cristo se acaba enamorando de Él.  Y el que le ha hallado y le ama, ya no puede hacer otra cosa que darlo a conocer, pregonarlo por las plazas y caminos, gritarlo a los cuatro vientos. Pero vender la historia de Jesús a los que creen haber encontrado el Edén entre las quimeras del mundo, es una aventura de alto riesgo. Antes que a los pobres de espíritu y a los limpios de corazón, la gente moderna prefiere al que mejor se sube a la pasarela, a la estrella del pop, al más habilidoso con el balón o al que mayores intereses nos reporta. Los nuevos héroes no son los santos o los poetas, sino los futbolistas, los actores de cine, los que acumulan más amantes  o los que ocupan más portadas, los que tienen la cartera más abultada o la mansión más grande.

            Los ojos de la sociedad están puestos hacia donde apuntan los potentes reflectores que colocan sobre el primer plano del escenario a quien mete más goles, lleva más público a los conciertos o cuentan con más seguidores en las redes sociales. En casi todos los casos, son personajes que no llevan vidas modelos o que de sus comportamientos visibles dudosamente podríamos sacar provecho moral alguno.

            En la sombra, lejos de la algarabía trompetera del que más entradas vende o más éxitos ha colocado en las vistas de los números uno, los cristianos seguimos ofreciendo lo mismo al mismo precio que hace dos mil años –lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis-, porque la buena nueva de Cristo es un elixir sin fecha de caducidad.

            El valor de un alma ganada para el cielo no tiene precio de mercado, es un tesoro manufacturado en vasijas de barro. Aquellos que hemos decidido dar un paso al frente y mantener alzada la cruz de Cristo, debemos esforzarnos en mantenerla viva, como rompeolas para cuando, de vuelta de la felicidad pasajera de las glorias del mundo, hallemos en la orilla a cuantos náufragos iniciaron el camino de vuelta después de sentirse estafados por la seguridades del sexo, el dinero o la fama. Cuando esos robinsones inicien el trayecto de regreso porque en la tierra no hallaron el paraíso que les había sido prometido, ahí debemos estar los creyentes, con un poco de sopa caliente espiritual y la manta de la fe con la que guarecer a cuantos se perdieron por la carretera. Por uno solo que salvemos, todo nuestro esfuerzo habrá valido la pena.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Profetas de Bolsillo


Yo no sé si el fin del mundo está cerca o no, como proclaman los adictos al acabóse, los seguidores de las profecías mayas o los lunáticos de la catástrofe final, esos que almacenan en los sótanos y desvanes de sus casas toneladas de comida, generadores eléctricos y trajes y escafandras de astronauta para sobrevivir a la lluvia ácida, los gases tóxicos o a un posible diluvio de meteoritos que dejen la tierra como los desiertos de la luna.

            Fue Jesús el  que nos advirtió que, cielo y tierra pasarán pero no sus palabras, y en algunas de ellas nos avisó que únicamente el Padre sabe el día y la hora en que el Creador ponga el punto y final a este valle de lágrimas.

            El mundo anda revuelto y el hombre moderno, a medida que ha llenado su vida de cachivaches, su cartera de tarjetas de crédito y su tiempo de sexo, alcohol y drogas, ha vaciado su corazón de Dios. Es el ladrillo hueco que, al golpearlo, nos alerta que detrás de él hay un universo oculto por donde el individuo quiere escapar de su conciencia. Por eso el hombre actual se divierte pero no es feliz, inventa pero no cree, juega pero no medita, y es, en definitiva, un ser profundamente insatisfecho.

            Por ello tienen tanto éxito los predicadores del fin del mundo, los filósofos de bolsillo, los chamanes, echadores de cartas, videntes televisivos, los profetas del apocalipsis, las sectas que lavan el cerebro y trajinan la billetera, los vendedores de crecepelo espiritual de la Nueva Era, donde tienen cabida cualquier creencia y su contraria, si uno está lo suficientemente desesperado para comprar una moto sin ruedas y una espiritualidad sin Dios. Tengamos cuidado de dónde nos metemos, porque además de perder la fe nos van a robar la cartera.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

El síndrome de la mano ajena


Aunque parezca una fábula sacada de la fantasía de un escritor de ciencia ficción, el síndrome de la mano ajena es una de esas tantas enfermedades raras descrita y catalogada por la literatura médica.

            Los pacientes que desarrollan esta patología lo hacen después de sufrir infartos cerebrales o haberse sometido a cirugías radicales para tratar epilepsias, entre otras causas. La mano que se comporta como si tuviera voluntad propia es la contraria al lado donde se ha producido la lesión. Así, los enfermos que sufran esta anomalía describen casos como que, mientras una mano trata de abrochar la camisa, la otra la desabotona; al mismo tiempo que una intenta girar el picaporte de la puerta, la otra lo impide; mientras la lógica mete los platos en el fregadero, la autónoma los saca; la primera trata de escribir, la rebelde retirar el papel una y otra vez.

            Esto de la mano revoltosa me recuerdo a nosotros, los cristianos, que formamos el cuerpo místico de Cristo, cuando muchas veces los miembros rebeldes de esa unidad en Jesús salvador ponemos en aprietos al cuerpo entero. Los malos ejemplos de sacerdotes y laicos, las doctrinas heréticas, el catecismo a medida donde cada católico rechaza o acepta los mandamientos según le vaya en la plaza, el evangelio según Pepe o según Paco, los casos de abusos sexuales, los malos ejemplos y los malos consejos de quienes deberíamos ser espejo, modelo y guía para quienes se preguntan sobre la verdad del cristianismo, son esos dedos ingobernables que nos cierran la puerta cuando el resto de nuestra voluntad se empeña en traspasarla.

            En la barca de Pedro seguiremos gobernando el timón aunque tengamos que mantener atada a esa mano intrusa que se empeña se arrojar a los remeros por la borda o en inundar la nave de agua.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Rosas en el Desierto


Fue Platón el que dijo que nada cuanto sucede es malo para el hombre bueno. Pero nunca  es fácil tragar la píldora de una tragedia personal, la pérdida de un ser querido o la renuncia a un sueño. Encendemos la televisión o sintonizamos la radio, y nos enteramos que en Guatemala un terremoto se ha llevado por delante a cientos de personas, que muchas miles de  ellas han perdido sus casas y enseres y que a multitud  no les queda tiempo para llorar a sus muertos mientras tratan de rescatar de los escombros a los vivos. En Madrid, algunas madres se enteraron por la prensa que no volverían a ver a sus hijas después de haberse despedido de las chicas con un beso distraído antes de que las muchachas acudieran a una fiesta que se convirtió en la tumba que se las llevó por delante.

            Por todas partes resuenan los ecos del dolor del mundo: esposas asesinadas por sus maridos, accidentes de tráfico que acaban bruscamente su trayecto en el fondo de un barranco o estampando a un grupo de borrachos de fin de semana contra un poste eléctrico, inundaciones que se llevan por delante tierras, ganados y personas, enfermedades que se presentan sin previo aviso para acabar destruyendo a mucha gente buena.

            En esta tesitura amarga es difícil esbozar una sonrisa en medio del aguacero, levantar la solapa del abrigo y avanzar bajo la lluvia no temiendo al temporal o al río que se nos ha subido hasta la cintura. Quizás únicamente ha sobrevivido un solo árbol en medio del bosque calcinado, ha permanecido de pie una estatua de la Virgen tras el paso de Atila de un huracán, o se ha quedado una niña, jugando entre las ruinas, ajena al resto del mundo que se afana por enterrar a sus muertos o reconstruir sus casas.

            Pero alguien tiene que mantener la sonrisa en medio del caos, ser una rosa fresca en medio de un desierto de ceniza, quedarse de voluntario para inventariar los destrozos, llevar el chocolate caliente al que se refugiado en el albergue, dar consuelo a la viuda y al huérfano, y vender la esperanza de un futuro mejor al que se sostiene en la cuerda floja, al que tiene un ánimo suicida y que acabaría en el acantilado si no encontrase a alguien que le recordase  que, ahora más que nunca, necesita de un abrazo y de una plegaria.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Cuando no hay respuesta



“Yo era creyente, y un día dejé de hablarle (a Dios), y esperé a que dijera algo, y no hubo respuesta”.

            Esta cita de un muchacho recogida en el blog “Siete en familia”, sitúa a la perfección la postura de la juventud actual frente al misterio de la eternidad. Y, al contrario de lo que podría parecer, el análisis que hace el joven me parece que lo coloca en el centro de la cuestión.

            “Dejé de hablarle y ya no tuve respuesta de Dios”. El Señor se quedó fuera de cobertura, se cerraron los puentes y la conversación dejó de ser un camino de doble sentido, un viaje de ida y vuelta donde la fe habla y Dios responde, para acabar embarrancando en un vía muerta.

            El muchacho que expresa la idea de que Dios dejó de comunicarse, reconoce que  el primero que rompió de cuajo la línea de comunicación fue él. Le cerró las persianas y siguió viviendo como si no existiera, y el Señor, que ama profundamente la libertad humana, se dio por enterado, dejó de ofrecerse y se echó a un lado.

            Recuerdo que una vez sentí que Dios me pedía que fuera valiente e hiciera algo que me costaba horrores acometer. Me decía a mí mismo: “Dios mío, eso que me pides me da vergüenza, me cuesta mucho hacerlo”. E inmediatamente me escuché decir: “Puesto que te cuesta tanto hacerlo, más agradable le será”. Con mis propias palabras Dios respondió al miedo que me paralizaba. Ésas son las recompensas de establecer un diálogo continuo con Él, que no necesitamos de experiencias extraordinarias ni de visiones místicas para vernos transformados lentamente, que el creador siempre responde a nuestras inquietudes, que aparta la maleza del camino para que avancemos más seguros. Si prestamos atención, le escucharemos, porque Dios siempre habla, pero lo hace muy bajito, no es de los que dan puñetazos en la mesa ni de los que se hacen entender dando voces. Debemos primero hacer el silencio exterior para oírle en la soledad interior.

            Las personas que pierden el contacto con Dios desde el momento en que dejan de hablarle, sin embargo se refugian en infinidad de cachivaches tecnológicos para que el ruido y la algarabía pongan sordina en la voz de su conciencia. Emepetrés, bluetooth, el wasap, internet, la comunicación vía móvil, el escuchar a tope la emisora favorita, hacer botellón o asistir a macroconciertos, son los sucedáneos engañosos con lo que los jóvenes de hoy tratan de hacer callar la voz de Dios que siempre está dispuesto a devolvernos el saludo en cuanto desenchufemos tanto cacharro ruidoso y hagamos un poco de silencio en nuestra conciencia.

martes, 6 de noviembre de 2012

Juicio a Dios



Recientemente leí la historia de una escritora camboyana que se convirtió al catolicismo siguiendo un proceso curioso. Durante la dictadura de los jemeres rojos, fue deportada a campos de trabajo y, mientras estuvo retenida en esa granja de terror, su marido y sus padres fueron fusilados.

            El odio la fue consumiendo mientras, siguiendo la doctrina budista, buscó un objetivo mental sobre el que proyectar toda su ira y todo su resentimiento. Esa diana de odio la dibujó sobre el “Dios de los cristianos”. Durante mucho tiempo dirigió su cólera y su rabia por la deportación y la muerte de sus seres queridos hacia la imagen de Cristo. Pero, a fuerza de vivir odiando a ese Dios cristiano, fue al mismo tiempo familiarizándose con él, entablando un diálogo, haciéndolo más cercano, hasta que se fue enamorando poco a poco a Él. Ya exiliada en Francia, Claire Ly acabó bautizándose.

            Hay mucha gente que odia a Dios. En 1918, las autoridades soviéticas le hicieron un juicio a Dios, y, tras cinco horas, fue condenado a muerte y fusilado por un pelotón que descargó sus armas apuntando al cielo. Es una de tantas formas de encono visceral carente de lógica porque, casi siempre, procede de personas que se llaman a sí misma ateas. Internet está lleno de ateos rabiosos que hacen de su negación de Dios una nueva forma de idolatría: colocan al Señor en el centro del cuadrilátero y sobre su memoria se fajan como boxeadores marrulleros que le golpean una y otra vez, incapaces de parar, incapaces tampoco de noquearle.

            Pero Dios no se esconde, ni siquiera para estos personajes. Él se deja partir la cara de buena gana si, después de tanta rabia y tanta persecución inútil, logra que algunos o muchos de ellos tienen la honestidad de declararse perdedores en su batalla contra la fe, y se atrevan a proclaman, como Juliano, el apóstata: “Me venciste, Galileo”.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Hacen falta Cantores



De acuerdo con Maite López, “hoy hacen falta cantores. Que nos acompañen en el camino de la vida. Que hagan nuestra fe más viva, más intensa y colorida. Que pongan voz a lo que Dios siente, piensa, desea y quiere. Que ofrezcan palabras y música a nuestras dudas, ilusiones y convicciones, bajones y subidones en la fe. Hombres y mujeres humildes, capaces de componer canciones nuevas y recrear las de siempre. Que nos recuerden que hemos sido creados para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor. Que acompañen tanto nuestros silencios como la oración personal y comunitaria. Que proclamen sin complejos la grandeza de Dios, la dignidad de cada ser humano, la bondad de lo creado, la fuerza de la comunidad, la hermosura de la Iglesia. Que lo hagan sin complejos. Artistas de Dios que nos recuerden que la fe y el amor son gratuitos; que gratis hemos de dar lo que gratis hemos recibido. Que alienten nuestra esperanza y desentierren las utopías. Que nos ofrezcan palabras cuando no las encontramos para dialogar con el Señor o para hablar de Él cuando lo necesitamos. Que presten su voz a Dios para que os remueva las entrañas, nos ablande, nos abrace. Profetas y artistas que sean denuncia y anuncio. Que nos atraigan con la belleza que procede de Dios y nos conduzcan hasta Él”.

            Sí, hacen falta profetas –añado yo- que no teman ser una voz que predique en el desierto. Que vayan abriendo camino para Aquél que viene detrás, que manden parar la orquesta y silenciar los pasos en la pista de baile, para recordarle al hombre que cualquier tesoro perece y toda gloria se esfuma. Profetas que sean trompetas que derriben los muros de las fortalezas de barro, que sean la mosca cojonera que impida a los soberbios dormir su siesta de autocomplacencia. Que sea la mano alzada en señal de protesta ante una asamblea de voluntades unánimes. Que digan verdades como puños ante los que proclamen la muerte del Evangelio, cristianos que no flirteen con lo políticamente correcto.

            Hacen faltas creyentes de una pieza, que suelten una carcajada y no desenvainen la espada, que sonrían siempre, aunque duela, que esperen aunque ya no parezca haber esperanza. Hacen falta manos para llevar la cruz de Cristo, hombros fuertes y fatiga generosa sobre los que hacer descansar el peso de tantos dolores viejos. Hacen falta manos que acaricien la piel lastimada, que enjuguen las lágrimas de tantos ojos llorosos. Hacen falta oídos para escuchar a los que no tienen voz y se han quedado sin palabras. Hacen falta labios para besar y bendecir, bocas que pronuncien palabras de ánimo y frases de consuelo. Hace falta limpiar el espejo del Evangelio, para que sean una ventana abierta por donde penetre la luz que redime y la cruz que salva.