martes, 10 de septiembre de 2013

Tropiezos definitivos

Venimos para un bautizo y nos quedamos para un entierro”.  Esta frase –escuchada  a una de las víctimas del accidente ferroviario de Santiago- pone al descubierto la fragilidad de la condición humana y muestra también la incapacidad del hombre para sortear el destino adverso.

Nos creemos los reyes del mambo hasta que la quiebra económica, los desastres naturales o algún suceso trágico nos recuerdan que no somos más que juguetes rotos en las manos de una criatura ciega que se abre camino a manotazo limpio.

Vivimos como si fuésemos a existir eternamente. Compramos casas con las que nos endeudamos de por vida, coleccionamos cachivaches inútiles, amontamos tesoros y levantamos pequeños o grandes imperios como si fuésemos a sobrevivir a la decrepitud del tiempo, el óxido de la vejez o la llegada de la muerte.

Jesús nos advierte que debemos estar preparados porque nadie sabe cuándo será el día y la hora de nuestra marcha. Pero ello no nos impide caer en las trampas  del materialismo. Rendimos culto al cuerpo, nos afanamos por llevar una vida sana, comer delicatesen con los que se apadrinarían niños durante un año, sudamos la gota gorda en la cintas de correr o nos  embadurnamos de aceites y potingues que apuntalan la juventud o alargan la belleza. Vivimos al día y nos movemos a toda prisa pretendiendo dejar atrás el dolor y la enfermedad y esquivar a la muerte.

Pero el camino está empedrado de emboscadas que nos recuerdan que somos peregrinos transitando sobre una tierra hostil. Cuando menos lo esperamos, los ríos se desbordan, las cosechas se malogran, irrumpen los aguaceros que pudren los campos, ahogan animales e inundan las casas. Viajamos cómodos en un asiento de primera mientras tecleamos mensajes en el móvil o navegamos en el portátil, hasta que un pequeño error de cálculo, un despiste, una maniobra a destiempo, logran que un tren descarrile, un coche acabe en la cuneta o un montón de ataúdes de apilen en la morgue.

De nada nos habrá valido la seguridad de la cuenta corriente, lo sanos que habremos vivido o los miles de kilómetros recorridos para mantener la salud. Creemos estar a salvo detrás de un billetera abultada, un trabajo de ejecutivo y  un futuro prometedor, hasta que un mal paso dado o una mala jugada del destino nos deja indefensos y desnudos ante la tragedia inesperada que nos ha convertido en un número más en una estadística aterradora que se llevó por delante un accidente de autobús, una catástrofe aérea, un bosque quemado por unos desaprensivos o un tren que de pronto salta por los aires.


En los hangares de la vida hay muchas maletas dando vueltas sobre la cinta mecánica esperando a dueños que nunca pasarán a recogerlas. “Vanidad de vanidad, todo es vanidad”.