jueves, 20 de enero de 2011

Entró en una Iglesia a buscar un Amigo (4)

Caer del Caballo (5)

Douglas Hyde

Fue un gran periodista inglés, educado como metodista por sus padres, pero que en su juventud perdió la fe y se hizo comunista durante 20 años, ocho de los cuales fue director jefe del periódico Dayly Worker, el periódico del partido comunista inglés.

Yo creía que todos los sacerdotes, monjas y monjes eran inmorales, que los jesuitas eran siniestros y criminales. Y seguía conservando mis prejuicios comunistas.

En el partido sosteníamos que la población católica representaba la parte más atrasada, inculta y políticamente moribunda del pueblo y que los católicos estaban hundidos en la superstición y gobernados, sin esperanza de liberación, por los curas[1].

Un día al salir de la oficina, entré a una iglesia católica. Permanecí una hora sentado en la oscuridad, iluminada sólo por la vacilante llama de las velas del altar. A la mañana siguiente, volví teniendo cuidado de entrar, cuando no me viera nadie... Cuanto más veía aquella iglesia, más me gustaba. Pero seguía sin poder rezar. Era ridículo y degradante arrodillarse, un signo de sumisión, de rendimiento, de humildad. Era como hablar con alguien que no estaba presente, que ni siquiera existía. Pero yo seguí yendo día tras día, noche tras noche.

Una mañana sucedió algo. Estaba sentado en la penumbra de Santa Etheldreda en el último banco como de costumbre, cuando entró una joven de unos dieciocho años, pobremente vestida y no muy agraciada. A mí me parecía que sería una criada irlandesa. Pero, al pasar por mi lado, vi la expresión de su rostro: estaba preocupada.

Como yo, tenía evidentemente alguna grave preocupación. Con paso decidido avanzó por el centro de la iglesia hacia el altar, después giró hacia la izquierda, encaminándose a un reclinatorio en el que se arrodilló delante de Nuestra Señora, después de haber encendido una vela y echado unas monedas en la alcancía.

A la luz de la llama de la vela, pude ver cómo sus manos pasaban unas cuentas y cómo inclinaba la cabeza de vez en cuando. Aquella era una práctica católica que yo desconocía. Aquel era el mundo de la fe. Aquel era el mundo que yo buscaba ¿Era una superstición? ¿Era el mundo propio de los salvajes? Al pasar a mi lado, cuando salía, miré el rostro de la joven. Fuera cual fuera su preocupación había desaparecido. Sencillamente desaparecido. Y yo hacía meses y años que llevaba a cuestas el peso de la mía.

Cuando estuve seguro de que nadie me veía, me encaminé casi como un perro por el centro de la iglesia como ella había hecho. Al llegar al altar, giré a la izquierda, eché unas monedas en la alcancía, encendí una vela, me arrodillé en el reclinatorio e intenté rezar a Nuestra Señora. Pero era lo mismo que me ahorcaran por una oveja que por un cordero. Si iba a ser supersticioso e iba a rezar a alguien que no estaba allí, bien podría dar un paso más en mi superstición y rezar a una imagen. Pero ¿cómo se rezaba a Nuestra Señora? Yo no lo sabía. ¿Se rezaba a Ella o por medio de Ella como si fuese una intermediaria? ¿Se contemplaba la imagen para ver la realidad que había tras ella o había que dirigir las palabras solamente a la imagen? Tampoco lo sabía. Intenté recordar alguna oración dedicada a Ella de la literatura medieval o algo de los poemas de Chesterton o Belloc. Pero fue inútil... Fuera de la iglesia traté de recordar las palabras que había pronunciado y casi me eché a reír. Eran la letra de una música de baile del año veinte de un disco de gramófono que había comprado en mi adolescencia: Oh dulce y encantadora señora, sed buena. Oh Señora, sed buena conmigo.

A las ocho y media de la noche del 17 de enero de 1948 telefonee al colegio de los jesuitas de nuestro barrio para bautizar a nuestros dos hijos... y nuestra instrucción comenzó bajo la dirección del Padre Joseph Corr, un santo y culto anciano jesuita del norte de Irlanda, que comenzó su tarea sin hacernos más preguntas. Tardó semanas en saber quién era yo.



viernes, 14 de enero de 2011

Lluvia de Rosas

Por desgracia es un hecho que en este mundo hay muchísimas personas que nunca oran, nadie se lo ha enseñado o lo han olvidado. Los santos tienen esa misión en la tierra y después en el cielo. En la tierra nos hablan del amor de Dios y nos describen, como bien hace santa Teresa de Jesús, su experiencia mística y cómo llegó ella a encontrarse con Dios a través de la oración. Y después de la muerte, desde el cielo, nos ayudan a encontrarnos con Dios. Ellos se meten en nuestra vida para que nos demos cuenta de que Dios guía nuestros pasos y, cuando lo consiguen, desaparecen con una humildad muy característica. Son como un megáfono con el que pedimos auxilio. Nuestra débil voz, que no llegaría a oídos de los más cercanos, aumenta al usar el megáfono, de tal modo que esa voz pueda ser oída a distancia. Y lo más curioso es que ese megáfono nos acerca tanto al auxilio que necesitamos, que ya luego no necesitamos altavoz y hablamos directamente con quien nos puede auxiliar. Así son los santos. Así es, sobre todo, esa santita que los norteamericanos llaman Little Flower, santa Teresa del Niño Jesús, hoy doctora de la Iglesia, que prometió que desde el cielo enviaría una lluvia de rosas. Desde América nos llega una historia que nos demuestra cómo la santa cumple su promesa.

Nuestro protagonista es un hombre de negocios que desde pequeño fue impermeable a las prácticas de devoción que su buena madre le inculcaba. Luego, ya mayor, casó como una mujer del gran mundo que no practicaba religión alguna y su corazón se enfrió más que nunca. Sin embargo –cosas de la vida–, querían educar bien a sus hijas y las llevaron a una escuela católica regentada por religiosas, simplemente porque a ella iban otras niñas de familias amigas y decían que eran buenas pedagogas. He aquí su relato:

"Yo me dediqué en cuerpo y alma a los negocios y, como prosperaba, no me acordé más de Dios. Un día se me presentó un negocio para el cual necesitaba una cantidad de dinero que ni tenía a mano, ni me era fácil conseguirlo en el plazo de cuatro días. Estaba yo con esto muy preocupado y traté del asunto con mi mujer, por ver si ella me podía conseguir el dinero de alguna manera. La mayor de mis hijas, de nueve años, oyendo esto y viéndome tan preocupado, me dijo: –Papá, ¿por qué no rezas a la Litte Flower para que te ayude? Yo, que no sabía qué clase de flor era aquella, pensé que se trataba de una superstición que las monjas habían enseñado a mi hija y, un tanto incomodado, le dije que yo no rezaba a ninguna flor. Mi pobre hija, mirándome entre asombrada y triste, se marchó, dejándome más desazonado que antes.

Tres días después no había yo conseguido el dinero, y al día siguiente debía yo cerrar el negocio. Aquella noche pasé por el cuarto de mi hija, la de nueve años. Iba a acostarse y la vi con su institutriz, que, postrada de rodillas, rezaba ante una estampa. Hice ruido y me llamó: –Papá, Marta y yo le hemos hecho un triduo a Little Flower (y señalaba la estampa) para que mañana se arregle lo de tu negocio. Ella (volvió a señalar la estampa) ha prometido que enviaría desde el cielo una lluvia de rosas...

Pasé una noche muy molesto, tanto más cuanto que mi mujer volvió de un baile casi al amanecer.

Al llegar a mi despacho, llamé a mi secretaria para dictarle una carta diciendo al interesado que me era imposible arreglar aquel negocio. Mientras le mecanógrafa escribía la carta, anunciaron una visita. Era un antiguo amigo mío a quien hacía años que no veía. Entró y, después de unos momentos de conversación, saludos, recuerdos..., me dijo: –Vengo a pagarte una antigua deuda; he tardado cinco años en cumplir mi obligación, pero hasta ayer no tuve oportunidad de conseguir el dinero. Y mientras decía esto, sacaba de su cartera el talonario de cheques y extendía uno sobre mi mesa. Luego, excusándose por la tardanza, se marchó diciendo que no quería robarme más tiempo. Al mirar el cheque, me quedé como quien ve visiones: estaba extendido precisamente por la cantidad requerida para el negocio...

Al regresar a casa aquella tarde, pasé por delante de la casa de una florista y, al ver en el escaparate un magnífico ramo de rosas, me detuve a comprarlo. Pensaba en la lluvia de rosas de que me había hablado mi hijita la noche anterior. Al entrar en casa, se las di con el convencimiento de que su Little Flower me había enviado el dinero. Acompañé a mi hija hasta su habitación y colocamos el ramo ante su estampa con una ternura inusitada.

A los pocos días me hijita me trajo una estampa de santa Teresita y me pidió mi cartera para ponérmela allí, a lo cual yo accedí gustoso. Tres días más tarde iba yo a tomar el Metro y, sin saber por qué, se me cayó la cartera; me agaché para recogerla, siendo este tiempo suficiente para que se pusiera en movimiento el tren y cerrara las puertas, obligándome a esperar el siguiente. De pronto se oyó un gran ruido y se apagaron las luces... El tren que yo había perdido acababa de descarrilar, cosa rarísima en el Metro, y varios fueron los heridos y muertos. Salí a la calle sudando frío. ¡De la que me había escapado! Por primera vez en varios años entré en una iglesia próxima, y mi sorpresa fue grande al ver una imagen de santa Teresita ante la cual ardían muchas luces. Me arrodillé y, sin saber lo que hacía, me encontré orando fervorosamente, dando gracias a Dios por haberme librado tan providencialmente de morir o de quedar lisiado, favor que yo atribuía a la mediación de santa Teresita, cuya estampa había puesto mi hijita en la cartera,

Poco tiempo después fui a casa de Kenedy, en Brakley St., y compré una imagen pequeña de la santa, que regalé a mi hija. También me vendieron allí la Historia de un alma, que empecé a leer para distraerme y la terminé interesadísimo. Lo que causó gran impresión fue el caso de Pranzini. Fui a comprar un gran Crucifijo, que desde entonces tengo sobre mi cama, y cuyas llagar beso devotamente todas las noches. En fin, cambié de vida y mi esposa también, y ahora me he convertido en propagandista de la devoción a la Little Flower, a la cual quiero muchísimo, pues ella me enseñó a orar y me hizo volver a Dios."

Hasta aquí el testimonio de esta alma buena que se dedica al apostolado de santa Teresita.

¡De cuántas manos se vale Dios para intervenir en nuestras vidas! Cómo va Él tejiendo todas las telas para que al final nos vistamos de su divina voluntad: la enseñanza de unas religiosas a la niña de nueve años, la devoción de la hija y la perseverancia en la oración de la institutriz, un deudor que llega a tiempo a devolver lo que debía, una cartera por los suelos, una imagen en la iglesia, un ramo de rosas, la Historia de un alma que la santa escribió por obediencia... Todo esto lo trama el Señor para que un hombre bueno se entregue de corazón a su causa. Y con él su esposa. Ya no llevan vida disipada y de espaldas a Dios. Ahora, a través de santa Teresita, han encontrado a Jesús. ¡Ojalá que el Señor nos haga útiles siervos para que se pueda comunicar con los hombres que todavía no le aman o se han olvidado un poco de Él! Como santa Teresita, como Little Flower.

por el P. Javier Andrés Ferrer, mCR

Revista Avemaria

jueves, 13 de enero de 2011

¡No te preocupes, Cariño!

La primera vez que Markie Works vio en televisión a la oronda monja franciscana, se dispuso a cambiar de canal. “¡Olvídame!”, dijo para sus adentros, desde Chicago, aquella noche de abril de 2001. Pero, mientras esquivaba varias botellas de cerveza vacías en busca del mando, algo en la monja le llamó la atención.

Por aquellas fechas, Markie consumía drogas de forma habitual y solía acabar la noche tomando unas cuantas copas antes de acostarse. Teniendo en cuenta por lo que la mujer había pasado, no se le podía echar la culpa de nada. Cuando contaba tan sólo 18 meses, la madre de Markie recibió de uno de sus tíos un tiro mortal en la cabeza. Los abusos y toda una sucesión de decisiones erróneas la condujeron hasta el efímero consuelo que dispensan unas cuentas líneas de polvo blanco y el fondo de un vaso de güisqui.

Era tal su deterioro físico y emocional que, a principios de semana, Markie rogó a Dios que, o bien se la llevara, o bien la rescatara de aquella vida. Fue en ese momento cuando la monja se cruzó en su camino.

La Madre Angélica, a punto de acabar su programa en directo, estaba contestando a una abatida espectadora, víctima toda su vida del rechazo y el maltrato materno. Tras escucharla comprensivamente, la monja, enfundada en su hábito recién sacado del tinte, se inclinó hacia adelante y, dirigiéndose a la cámara con sincero interés, dijo con su habitual desparpajo:

-No te preocupes, cariño. A partir de ahora, yo soy tu madre.

Markie se echó a llorar. Algo en el gesto de la madre, algo que rebosaba honradez y autenticidad, tocó su corazón herido. Era como si la madre Angélica estuviera hablando cara a cara con ella. Todo el dolor acumulado desde la pérdida de su madre, sus errores, la lamentable situación en la que se hallaba, estallaron en un liberador torrente de lágrimas. En aquel momento Angélica se convirtió en la madre espiritual de Markie. Aunque sus problemas no se esfumaron, Markie fue plenamente consciente de que “ya no tenía que seguir llevando la cruz sola”.

A raíz de aquello comenzó a ver todas las semanas La Madre Angélica en directo y, poco a poco, la desesperación que había arrasado su vida la fue abandonando. Hoy Markie ha dejado las drogas y el alcohol, tiene una familia y está profundamente agradecida a la madre Angélica por su guía espiritual y sus enseñanzas que le ayudaron a superar los malos tiempos. Ya no está sola.

Esta historia real, extraída del libro Experiencias y consejos de la Madre Angélica, escrita por Raymond Arroyo, ilustra maravillosamente el tema del que quería hablarles en este post.

Las manos pueden acariciar y pueden matar, la lengua podemos utilizarla para bendecir o para esparcir un veneno homicida. Ya nos lo dijo Jesús, que hasta de la última palabra ociosa debemos dar cuenta. Y un antiguo refrán castellano nos recuerda que el que mucho habla mucho se equivoca. Muchas veces es preferible estar callado a dar un mal consejo. Pero no siempre hacemos daño con la palabra; los gestos, los malos gestos, muchas veces despiden una fuerza de odio que nos sobrecoge. Alguien nos cruza una mirada de rabia y enseguida percibimos el filo de una espada nos está seccionando la yugular. Un mal ejemplo, una mueca desairada, una mirada envenenada, un sarcasmo entonado con el afán de herir, puede suponer la gasolina para que un suicida recorra el metro que le falta para llegar al puente y arrojarse al vacío. Todos podríamos recordar aquella frase de un tío, un primo o de un amigo de la infancia que nos marcó dolorosamente, y cómo esa huella quedó viva y fresca en nuestra alma; cómo nos hizo desconfiados, introvertidos, amargados, cómo levantó un muro de mil metros entre nosotros y el resto del mundo que impide atravesar la distancia del que, al otro lado, nos espera con los brazos abiertos para abrazarnos.

La Madre Angélica nos muestra que, por el contrario, una sola frase puede salvar una vida. En el evangelio el centurión que pidió a Jesús por su criado nos descubre esta dimensión salvadora: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Casi nunca somos conscientes del poder de la lengua, para bendecir o para condenar. Una frase puede provocar que un enigma se esclarezca, un problema encuentre solución o que un toxicómano halla un nuevo motivo para intentar dejar el vicio que lo esclaviza.

Este mundo moderno nos enseña a ser embusteros, calumniadores, blasfemos. La tele está llena de programas de criticones profesionales que despellejan en la plaza pública a cuento personaje famoso tiene algo que contar. Ya nadie contiene su lengua para soltar un taco tras otro. Todo el mundo maldice a todo el mundo; hemos convertido en héroes a los que lo único que les mantiene vivos es su hambre y sed de venganza. Ya nadie perdona ni nadie disculpa. La radio nos despierta antes de que cante al gallo poniendo verde a los gobernantes y a la oposición. Hay gente que ha hecho una fortuna a base de airear los trapos sucios de todo el mundo.

Yo quisiera ir por la vida sonriendo a todo el mundo, disculpando a todos, llenando de bendiciones a todos. Hacerme el distraído cuando alguien quiere que participe en la crítica a otro, cambiar de conversación cuando se está intentado esparcir un rumor ponzoñoso. Espero lograrlo alguna vez, por lo menos durante un día entero.

miércoles, 12 de enero de 2011

Entró en la Iglesia a buscar a un Amigo (3)

Caer del Caballo (4)

Paul Claudel: Bajo la mano de Dios.

Nació en 1868. Licenciado en Derecho y en Ciencias Políticas, después empezó la carrera diplomática, representando a su país brillantemente por todo el mundo.

Hijo de un funcionario y de una campesina, fue el más pequeño de una familia compuesta por dos hermanas más. El ambiente en que se desarrolla su vida le marcará con fuerza en su infancia y adolescencia. Siempre recordará sus primeros años con cierta amargura: un ambiente familiar muy frío le lleva a replegarse sobre sí mismo y, como consecuencia, a iniciarse en la creación poética. Paul Claudel se hace en la soledad; ésta le marcará para toda su vida.


También incidirá con fuerza en su espíritu el ambiente de Francia en su época: profundamente impregnado por la exaltación del materialismo y por la fe en la ciencia. Las lecturas de Renan, Zola... y especialmente su paso por el liceo Louis-le-Grand y la visión de la muerte de su abuelo, crean en él un estado de angustia en el que la única certeza es la de la nada en el más allá. Allí se hunde en el pesimismo y la rebeldía.

En medio de ese aire enrarecido y de esa ausencia de horizontes, el joven Claudel se ahoga, y su inquietud hace que no se resigne a morir interiormente. Busca aire desesperadamente: le llegan bocanadas en la música de Beethoven, y de Wagner, en la poesía de Esquilo, Shakespeare, Baudelaire; y, de repente, la luz de Arthur Rimbaud: "Siempre recordaré esa mañana de junio de 1886 en que compré el cuaderno de La Vogue que contenía el principio de Las iluminaciones. Fue realmente una iluminación para mí. Finalmente salía de ese mundo horrible de Taine, de Renan y de los demás Moloch del siglo XIX, de esa cárcel, de esa espantosa mecánica totalmente gobernada por leyes perfectamente inflexibles y, para colmo de horrores, conocibles y enseñables. (Los autómatas me han producido siempre una especie de horror histérico).

En la Navidad de 1886 se produjo el acontecimiento de su vida:

"Así era el desgraciado muchacho que el 25 de diciembre de 1886, fue a Notre-Dame de París para asistir a los oficios de Navidad. Entonces empezaba a escribir y me parecía que en las ceremonias católicas, consideradas con un diletantismo superior, encontraría un estimulante apropiado y la materia para algunos ejercicios decadentes. Con esta disposición de ánimo, apretujado y empujado por la muchedumbre, asistía, con un placer mediocre, a la Misa mayor. Después, como no tenía otra cosa que hacer, volví a las Vísperas. Los niños del coro vestidos de blanco y los alumnos del pequeño seminario de Saint-Nicholas-du-Cardonet que les acompañaban, estaban cantando lo que después supe que era el Magnificat. Yo estaba de pie entre la muchedumbre, cerca del segundo pilar a la entrada del coro, a la derecha del lado de la sacristía.

Entonces fue cuando se produjo el acontecimiento que ha dominado toda mi vida. En un instante mi corazón fue tocado y creí. Creí, con tal fuerza de adhesión, con tal agitación de todo mi ser, con una convicción tan fuerte, con tal certidumbre que no dejaba lugar a ninguna clase de duda, que después, todos Tos libros, todos los razonamientos, todos los avatares de mi agitada vida, no han podido sacudir mi fe, ni, a decir verdad, tocarla. De repente tuve el sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna infancia de Dios, de una verdadera revelación inefable. Al intentar, como he hecho muchas veces, reconstruir los minutos que siguieron a este instante extraordinario, encuentro los siguientes elementos que, sin embargo, formaban un único destello, una única arma, de la que la divina Providencia se servía para alcanzar y abrir finalmente el corazón de un pobre niño desesperado: "¡Qué feliz es la gente que cree! ¿Si fuera verdad? ¡Es verdad! ¡Dios existe, está ahí! ¡Es alguien, es un ser tan personal como yo! ¡Me ama! ¡Me llama!". Las lágrimas y los sollozos acudieron a mí y el canto tan tierno del Adeste aumentaba mi emoción.



¡Dulce emoción en la que, sin embargo, se mezclaba un sentimiento de miedo y casi de horror ya que mis convicciones filosóficas permanecían intactas! Dios las había dejado desdeñosamente allí donde estaban y yo no veía que pudiera cambiarlas en nada. La religión católica seguía pareciéndome el mismo tesoro de absurdas anécdotas. Sus sacerdotes y fieles me inspiraban la misma aversión, que llegaba hasta el odio y hasta el asco. El edificio de mis opiniones y de mis conocimientos permanecía en pie y yo no le encontraba ningún defecto. Lo que había sucedido simplemente es que había salido de él. Un ser nuevo y formidable, con terribles exigencias para el joven y el artista que era yo, se había revelado, y me sentía incapaz de ponerme de acuerdo con nada de lo que me rodeaba. La única comparación que soy capaz de encontrar, para expresar ese estado de desorden completo en que me encontraba, es la de un hombre al que de un tirón le hubieran arrancado de golpe la piel para plantarla en otro cuerpo extraño, en medio de un mundo desconocido. Lo que para mis opiniones y mis gustos era lo más repugnante, resultaba ser, sin embargo, lo verdadero, aquello a lo que de buen o mal grado tenía que acomodarme. ¡Ah! ¡Al menos no sería sin que yo tratara de oponer toda la resistencia posible!



Esta resistencia duró cuatro años. Me atrevo a decir que realicé una defensa valiente. Y la lucha fue leal y completa. Nada se omitió. Utilicé todos los medios de resistencia imaginables y tuve que abandonar, una tras otra, las armas que de nada me servían. Esta fue la gran crisis de mi existencia, esta agonía del pensamiento sobre la que Arthur Rimbaud escribió: "El combate espiritual es tan brutal como las batallas entre los hombres. ¡Dura noche!". Los jóvenes que abandonan tan fácilmente la fe, no saben lo que cuesta reencontrarla y a precio de qué torturas. El pensamiento del infierno, el pensamiento también de todas las bellezas y de todos los gozos a los que tendría que renunciar -así lo pensaba- si volvía a la verdad, me retraían de todo.

Pero, en fin, la misma noche de ese memorable día de Navidad, después de regresar a mi casa por las calles lluviosas que me parecían ahora tan extrañas, tomé una Biblia protestante que una amiga alemana había regalado en cierta ocasión a mi hermana Camille. Por primera vez escuché el acento de esa voz tan dulce y a la vez tan inflexible de la Sagrada Escritura, que ya nunca ha dejado de resonar en mi corazón. Yo sólo conocía por Renan la historia de Jesús y, fiándome de la palabra de ese impostor, ignoraba incluso que se hubiera declarado Hijo de Dios. Cada palabra, cada línea, desmentía, con una majestuosa simplicidad, las impúdicas afirmaciones del apóstata y me abrían los ojos. Cierto, lo reconocía con el Centurión, sí, Jesús era el Hijo de Dios. Era a mí, a Paul, entre todos, a quien se dirigía y prometía su amor. Pero al mismo tiempo, si yo no le seguía, no me dejaba otra alternativa que la condenación. ¡Ah!, no necesitaba que nadie me explicara qué era el Infierno, pues en él había pasado yo mi "temporada". Esas pocas horas me bastaron para enseñarme que el Infierno está allí donde no está Jesucristo. ¿Y qué me importaba el resto del mundo después de este ser nuevo y prodigioso que acababa de revelárseme?" ("Mi conversion". 10-13.).

Una carta de 1904 a Gabriel Frizeau demuestra que el recuerdo de ese instante de Navidad estaba ya fijado entonces: "Asistía a vísperas en Notre-Dame, y escuchando el Magnificat tuve la revelación de un Dios que me tendía los brazos".

"Así hablaba en mí el hombre nuevo. Pero el viejo resistía con todas sus fuerzas y no quería entregarse a esta nueva vida que se abría ante él. ¿Debo confesarlo? El sentimiento que más me impedía manifestar mi convicción era el respeto humano. El pensamiento de revelar a todos mi conversión y decírselo a mis padres... manifestarme como uno de los tan ridiculizados católicos, me producía un sudor frío. Y, de momento, me sublevaba, incluso, la violencia que se me había hecho. Pero sentía sobre mí una mano firme.

No conocía un solo sacerdote. No tenía un solo amigo católico. (...) Pero el gran libro que se me abrió y en el que hice mis estudios, fue la Iglesia. ¡Sea eternamente alabada esta Madre grande y majestuosa, en cuyo regazo lo he aprendido todo!".

martes, 11 de enero de 2011

La Fe de San Juan Damasceno

Ya en el siglo VIII, San Juan Damasceno se enfrentó a una nueva religión que se extendía por todo el Oriente. Fue un gran defensor de la veneración de las imágenes frente a los iconoclastas. “Lo que es un libro para los que saben leer, es una imagen para los que no leen. Lo que se enseña con palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos. Las imágenes son el catecismo de los que no leen”: Fue llamado orador de oro por su elocuencia. Transcribo aquí su visión sobre el Islam:

“Queda aún la religión de los ismaelitas, que prevalece todavía en la actualidad, extravía a los pueblos, y anuncia la llegada del Anticristo.



En tiempos de Heraclio practicaban abiertamente el culto idólatra. A partir de esa época y hasta nuestros días un falso profeta, llamado Mohammed, se ha alzado entre ellos, el cual, después de haber tomado conocimiento, por azar, del Antiguo y el Nuevo Testamento, y de haber frecuentado a su vez con toda probabilidad a un monje arriano, ha fundado su propia herejía. Después de ganarse el favor del pueblo simulando piedad, insinúa que una Escritura venida del cielo le ha sido revelada por Dios. Habiendo redactado en su libro ciertas doctrinas risibles, les transmite esta forma de adorar a Dios.



Muchos otros absurdos ridículos se encuentran en este Libro [el Corán]. Pero les respondemos: ¿Quién atestigua que Dios le ha dado una Escritura, o quién, entre los profetas, ha anunciado que un tal profeta debía venir? Los ponemos en aprietos cuando les decimos: Moisés recibió la Ley en el Sinaí, a la vista de todo el pueblo, cuando Dios apareció entre la multitud, el fuego, las tinieblas y la tempestad; y todos los profetas, después de Moisés, han anunciado una y otra vez que el Cristo vendrá, que el Cristo es Dios y el que el hijo de Dios llegará revestido de carne, será crucificado, que morirá y resucitará, y que él es el que juzgará a vivos y a muertos. Y cuando decimos: ¿Por qué vuestro profeta no ha venido del mismo modo, con otros para ofrecer de él testimonio, y por qué Dios, que ha dado la Ley a Moisés a los ojos de todo el pueblo, sobre una montaña humeante, no le ha transmitido igualmente la Escritura de la que habláis, en vuestra presencia, para lograr vuestra total certidumbre? Responden que Dios actúa como le place. Esto, decimos nosotros, no lo sabemos menos bien, pero os preguntamos cómo la Escritura ha sido revelada a vuestro profeta. Ellos contestan que ha sido durante el sueño cuando la Escritura ha descendido sobre él. Para burlarnos de ellos les decimos: Puesto que ha recibido la Escritura durante el sueño, sin caer en la cuenta de ello, el adagio popular le conviene perfectamente ["Me cargas con sueños"]. Les volvemos a inquirir: Puesto que él mismo os ha ordenado, en vuestra Escritura, no hacer nada o no recibir nada sin testigos, ¿por qué no le habéis pedido vosotros: "Tú primero, prueba con la ayuda de testigos que eres profeta y enviado de Dios; y que la Escritura testimonia en tu favor."? Entonces, vergonzosamente, guardan silencio. Con razón les insistimos: puesto que no os está permitido desposar a una mujer, ni comprar ni adquirir sin testigos, y que no admitís poseer ni siquiera asnos o ganado, sin un testigo, en ese caso no tomáis mujeres, bienes, asnos ni nada sino ante testigos; ¡sólo, pues, la fe y la Escritura las aceptáis sin testigos! Ya que aquel que os ha transmitido dicha Escritura no posee garantías por parte de nadie, ni conoce a quien testimonie en su favor en el pasado. ¡Mucho mejor que eso, la ha recibido durante el sueño!”


S. Juan Damasceno

lunes, 10 de enero de 2011

El Señor de los Milagros

Fiesta: 18 y 19 de octubre.

Jesucristo nuestro Señor es venerado en Perú como "El Señor de los Milagros". En el lienzo aparece Jesús crucificado. Sobre la cruz, el Espíritu Santo y el Padre. A la derecha del Señor, Su Santísima madre con su corazón traspasado por una lanza de dolor y Su derecha, el fiel Apóstol San Juan. Además de su hermosura, el lienzo es una maravillosa representación de las verdades de nuestra fe.

Cada año las multitudes de todas las razas y condiciones sociales celebran juntas la procesión del Señor de los Milagros, no solo en Perú sino en donde quiera que se encuentran comunidades peruanas. Las calles se visten de morado para celebrar al Señor que tanto nos ama que se entregó en la cruz por nosotros. En la procesión nos unimos a La Virgen Madre y a San Juan con dolor pero con profunda gratitud y alegría por la salvación y la vida nueva otorgada por El Señor. Ese es el mayor de los milagros.

Se le llama también el "Cristo Moreno" y el "Cristo de Pachacamilla".

Historia

En el siglo XVII la capital de Perú, Lima, aunque pequeña en comparación con los 7 millones que tiene en la actualidad, crecía por las inmigraciones muy variadas. Había en ella personas de todas las razas, y muchos procedentes de las costas africanas. Entre ellos había cofradías que veneraban diferentes santos. A mediados del siglo, los negros de Angola se ubicaron en Pachacamilla (llamado así porque allí habían vivido indios del Pachacamac). Formaron una cofradía y para ella levantaron una edificación. Uno de los angoleños pintó en la pared la preciosa imagen de Cristo como aparece en esta página. Resalta no solo su gran artesanía sino también su expresiva capacidad catequética.

El 13 de noviembre de 1655, a las 2:45 de la tarde, un fuerte terremoto sacudió a Lima y Callao haciendo caer muchos edificios y causando miles de muertos. Los angoleños que eran ya muy pobres sufrieron muchísimo. Todas las paredes de su cofradía se cayeron. Pero en medio de aquello aparece el gran milagro: El muro de adobe con la imagen del Cristo permaneció en pie perfectamente preservada.

Ante el desastre, los limeños hicieron muchas peticiones al Señor. Había una profunda conciencia de que habían pecado y muchos pedían perdón. 15 años más tarde, Antonio León de la parroquia de San Sebastián, encontró la imagen del Señor en la pared abandonada y comenzó a venerarla. Ocurrió entonces otro milagro, pues Antonio, que sufría por un tumor maligno de terribles dolores de cabeza, fue sanado cuando se lo pidió a Cristo ante su imagen. Aquel milagro le fortaleció en su fe y propagó por todas partes aquel don divino. Pronto muchas personas acudían al Cristo milagroso. La mayoría de ellos eran negros y pobres. Se reunían los viernes por la noche a rezar y cantar ante el Señor.

Pero pronto comenzaron las dificultades. Aquellas reuniones atraía a toda clase de personas, no todas venían por buenas razones. Las autoridades intervinieron para prohibir las reuniones y mandaron a destruir la imagen de Cristo pintando sobre ella. La siniestra orden quiso llevarse a cabo en septiembre de l671. Pero cuando el pintor trató de cubrir la imagen, fueron tanto los temblores y la impresión que sufrió que no pudo aunque trató varias veces. Fue entonces que un soldado de Balcázar intentó aquel ultraje pero tampoco logró hacerle daño a la imagen. Luego relató que, una vez frente a la imagen, vio que esta embellecía y que la corona se tornaba verde

Las autoridades no se dieron por vencidas pero el pueblo comenzó a protestar. Informado el Virrey de lo acontecido, decidió revocar la orden y darle culto a la imagen. El 14 de septiembre de 1671, fiesta de la exaltación de la Cruz, se celebró la primera misa ante el Cristo de Pachacamilla. Los peregrinos aumentan continuamente y pronto se le llama "El Santo Cristo de los Milagros o de las Maravillas". Pero las autoridades aun no responden como debían ante Dios.

En octubre de 1687 un maremoto arrasó con el Callao y parte de Lima y derribó la capilla edificada en honor del Santo Cristo. ¡Solo quedó en pie la pared con la imagen!. Ante aquel portento decidieron confeccionar una copia al óleo de la imagen y que, por primera vez, saliera en procesión en andas por las calles. La procesión se estableció para los días 18 y 19 de octubre de cada año.

HIMNO AL SEÑOR DE LOS MILAGROS

SEÑOR DE LOS MILAGROS
AQUI VENIMOS EN PROCESION
TUS FIELES DEVOTOS
A IMPLORAR TU BENDICION

FARO QUE GUIA
A NUESTRAS ALMAS
LA FE, ESPERANZA, LA CARIDAD
TU AMOR DIVINO
NOS ILUMINE
NOS HAGA DIGNO DE TU BONDAD

CON PASO FIRME
DE BUEN CRISTIANO
HAGAMOS GRANDE NUESTRO PERU
Y UNIDOS TODOS
COMO UNA FUERZA
TE SUPLICAMOS, NOS DES
TU LUZ

viernes, 7 de enero de 2011

Shukasu Endo

Shusaku Endo nació en Tokio en marzo de 1923 y pasó en Manchuria, China. Regresó al Japón a los 10 años de edad con su madre cuando sus padres se divorciaron. Allí se bautizó a los 11 años con su madre.

Ella sentía el rechazo de la sociedad por ser una mujer divorciada y encontró el consuelo de la fe cristiana a través de su hermana. También se bautizó nuestro autor. Él comparó su bautismo como un traje que no le sentaba bien, y que tuvo que ir adaptando a su cultura y mentalidad oriental.

En el Japón de los años 30, los cristianos eran el 1% de la población, y Endo se sentía extraño porque el cristianismo era visto como una religión occidental. Por eso veía Occidente como su hogar espiritual.

Después de la II Guerra Mundial, fue a estudiar a Francia literatura francesa y allí se familiarizó con los grandes escritores católicos de ese país como François Mauriac y Georges Bernanos. Pero en Francia tampoco se sintió bienvenido, esta vez por la raza, pues los Aliados habían desarrollado una amplia propaganda anti japonesa durante la guerra.

Durante los tres años de su estancia en Francia, Endo cayó en una depresión. Para empeorar aún más las cosas, contrajo tuberculosis, le extirparon un pulmón y estuvo mucho tiempo en hospitales.

Al final, concluyó que la fe cristiana lo había hecho enfermar. Rechazado en su patria de origen, rechazado en su patria espiritual de Occidente, le vino una grave crisis de fe.

Antes de volver a Japón, visitó Tierra Santa para conocer la vida de Jesús, y allí hizo un descubrimiento sorprendente para él: Jesús también fue rechazado. Sus vecinos se rieron de Él, su familia se cuestión su salud mental, sus más estrechos amigos lo traicionaron, y sus compatriotas lo entregaron como un vulgar criminal. A lo largo de su ministerio, Jesús se acercó adrede al pobre y al rechazado: tocó a los leprosos, comió con los pecadores, perdonó ladrones, adúlteros y prostitutas.

Esta nueva percepción de Jesús golpea a Endo con la fuerza de una revelación. Desde la ventajosa posición lejana del Japón había visto el cristianismo como la constantiniana, triunfante. Había estudiado el Sacro Imperio Romano y las brillantes Cruzadas, había admirado las fotos de las grandes catedrales de Europa, había soñado con vivir en una nación donde ser cristiano no fuera una deshonra. Ahora, cuando estudió la Biblia, vio que el mismo Cristo no había evitado "la des-honra".

Jesús era el Siervo sufriente, tal como era representado por Isaías: Despreciado y rechazado por los hombres, un hombre de penas, y acostumbrado a los sufrimientos. Como uno de quien los hombres se apartan. Si alguien podía, seguramente era este Jesús quien podía entender el rechazo por el que atravesaba Endo.

Endo volvió a Japón con la fe intacta, aun sintiendo la necesidad de rehacerla para formar un traje que le sentara bien. El cristianismo, para ser efectivo en Japón, debe cambiar, decidió. Se hizo novelista, de hecho, para poner por escrito estas cuestiones. Un hombre flaco, enfermo, que llevaba gafas con cristales gordos, en el borde de la sociedad, se deslizó fácilmente dentro de la vida libresca de un escritor. Empezó a sacar novelas a razón de una por año y su paso no ha ido más despacio desde mediados de los años 50.

Irónicamente su idea de minar los cimientos del rechazo y alienación del cristianismo llevaron a Endo al éxito y a la aclamación. Se convirtió en el escritor vivo más conocido, sus libros traducidos a más de 25 idiomas, su nombre muchas veces sonó como candidato al Premio Nobel de Literatura. Graham Greene lo llamó "uno de los más finos novelistas vivos". Luminarias como John Updike, Annie Dillard y Yukio Mishima se unieron al coro de alabanzas. Fue algo así como un héroe cultural en Japón, prominente en periódicos y revistas, y durante un tiempo hasta tuvo un programa de entrevistas en TV.

Una de las paradojas no menos importantes que rodean a Endo es que ningún novelista importante hoy trabaja tan desvergonzadamente y exclusivamente con temas abiertamente cristianos. Los cristianos en Japón aún no exceden del 1% de la población, lo que hace aún más increíble que los libros de Endo aterrizen en la lista de los más vendidos. Dentro de Japón ayudó a un gran número de escritores e intelectuales a encontrar su camino dentro de la Iglesia. Fuera del Japón ha derramado una nueva luz sobre la fe - a la vez una luz reveladora potente que expone ángulos mucho tiempo ocultos y una luz que borra suavemente oscuras sombras-.

Desde el principio Endo quiso mostrar las diferencias entre las maneras de ver el mundo de Oriente y Occidente. Por ejemplo, él había sido formado en la literatura católica occidental, que supone un Ser creador distinto de lo creado. El japonés, sin embargo, no creía en tal Ser supremo, por lo cual los temas profundos de Dios, pecado, culpa y la crisis moral -el centro de mucha literatura occidental- tenía poca importancia para el lector medio japonés.

Hablo a continuación de algunas obras interesantes por el tema y dónde podéis encontrarlas:

· Silencio, El país de oro y Los últimos mártires: Estas tres obras tratan sobre la persecución a que fue sometida la Iglesia en Japón desde el siglo XVI hasta el XIX (la más larga y cruel persecución contra los cristianos). Silencio es su novela más famosa e importante y junto con Los últimos mártires (un relato corto) trata del silencio de Dios cuando tenemos dificultades y las torturas que tuvieron que soportar los mártires japoneses. El país de oro es una obra de teatro.

· Sombras, Hombre amarillo/hombre blanco, Volcán y también Silencio tratan sobre la crisis del sacerdote.

· Japoneses en Varsovia, El samurai y Estudios en el extranjero muestran las relaciones de Oriente y Occidente a través de relatos históricos. En el primero unos japoneses de visita en Polonia conocen a San Maximiliano Mª Kolbe (el mártir de la caridad en Auschwitz) gracias a que los polacos les hablan de él ya que son japoneses y el santo fue misionero allí. Los otros dos son novelas históricas ambientadas en distintas épocas para mostrar desde la óptica japonesa la impresión que causó Occidente en los japoneses que vinieron a Europa desde el siglo XVI.

· Finalmente, para que conozcáis algo de la Iglesia en Japón y los kakure, los cristianos que sobrevivieron a la persecución y que conservan las oraciones aprendidas de los primeros misioneros, pero que debido al aislamiento y a la ausencia de pastores por la persecución, hoy son oraciones ininteligilibles y sus creencias mezclan el cristianismo con el budismo y creencias japonesas; ellos se consideran a sí mismos los cristianos auténticos y no tienen interés en unirse a la Iglesia católica oficial.

· El tonto maravilloso: una versión de El idiota de Dostoievski, en que la candidez del protagonista es vista por muchos como idiotez, todo ello como un trasunto de Jesucristo.

En definitiva, la fe es el centro y el motivo principal de su obra, como decía Justo Amado en la noticia de su muerte (Alfa y Omega 39 5-X-1996):

La obra de este hombre nos puede dejar perplejos. Nos hemos acostumbrado a ser católicos, y el oír hablar de un escritor católico nos puede hacer pensar que estamos delante de un compositor de catecismos o de un hombre que simplemente no pone las típicas escenas picantes en cada novela. No, Shusaku Endo es un escritor católico en el sentido más pleno de la palabra. La fe es tema en sus novelas y es también luz de sus juicios. Una piedra donde podrían tropezar muchos autores españoles «cansados de la moral cristiana».

El escritor católico japonés Shusaku Endo (1923-1996) expresó cómo comprende Cristo nuestro sufrimiento en las palabras que le dice a un joven que ha sufrido un desengaño: “Ven a mí. Ven. Yo también fui rechazado lo mismo que tú. Por eso yo nunca te abandonaré” (Río profundo, p. 72), y cuando habla también al sacerdote que en medio de la terrible persecución es invitado a renegar para salvar a los cristianos que están siendo torturados:

“- Puedes pisarme… Yo he venido al mundo para que vosotros me piséis, he cargado con la cruz para compartir vuestro dolor…

Cuando el padre puso el pie sobre la imagen estaba naciendo la mañana. A lo lejos se oía cantar al gallo” (Silencio, p. 200).

Tomado de http://www.eltestamentodelpescador.info/search/label/Shusaku%20Endo

miércoles, 5 de enero de 2011

Si te acuerdas de que tu Hermano...

En España, la población protestante es tan pequeña que roza casi lo insignificante. Los estudios demoscópicos dicen que, aparte de los no creyentes, los que profesan una fe distinta a la católica no pasan del dos por ciento. Y en ese número más de la mitad son musulmanes y hay entre ellos también un buen puñado de Testigos de Jehová. Hay seguro más adoradores de de la Nueva Era, asiduos de brujas, videntes y curanderos que seguidores de Lutero. Por eso quizá a los españoles nos pilla todas las polémicas que nuestros hermanos latinos mantienen con las sectas evangélicas como algo lejano y extraño. El católico español prefiere dejar de ser practicante o unirse al ejército de los agnósticos que convertirse en protestante. Preferimos la apostasía antes que la traición, y, en la mentalidad española, convertirse en evangelista no sólo es enfrentarse a la Iglesia, sino también pisotear la fe de nuestros antepasados, ultrajar a nuestros padres y abuelos, poner muros con nuestros hermanos de sangre y sellar un pacto siniestro con todo lo tabú, con todo lo prohibido.

En la ciudad donde vivo hay unos quinientos mil habitantes. Si tuviera que localizar algún templo protestante me costaría encontrarlo. Hace años se abrió uno en un antiguo cine que cerró al poco tiempo, luego inauguraron otro donde hoy se levanta un supermercado; recuerdo un tercero que a los pocos meses cerró y hoy puede ser una barbería o un quiosco de prensa. Casi todos los feligreses eran inmigrantes que habían llegado a España con las oleadas del boom económico. Si se marchaba el pastor o ministro, la iglesia cerraba las puertas y volvía a fundarse donde el pastor ubicaba el nuevo domicilio. Es como una especie de iglesia portátil que va cambiando de escenario como las maletas de un viajante.

No me gusta hablar de las protestantes, y creo que a los católicos tampoco. Las únicas veces que los nombramos en nuestras parroquias es para pedir por la unión de todos los cristianos. Sin embargo, los hermanos separados una y otra vez se acuerdan de nosotros y nunca para bien. Ese anticatolicismo es la única doctrina fundamental que une a las más de treinta mil sectas protestantes que existen. Unos aceptan dos sacramentos, otros tres, muchos ninguno. Otros están de acuerdo con el aborto y la eutanasia, otros lo condenan radicalmente; algunos apremian al bautismo de los niños, otros lo consideran una aberración. Se dicen inspirados por el Espíritu Santo todos ellos, por lo que los protestantes deben de creer en más de treinta mil espíritus santos. Pero la calumnia y el proselitismo contra lo católico se han convertido en el único aire que respiran.

Para combatir la fe de estos otros cristianos podría acudir a muchos apologetas católicos, o citar a los padres de la iglesia y sus obras donde todo resuma catolicismo. Podría citar tantas citas evangélicas donde contradice tantas de esas creencias, podría apelar a la historia y preguntarles por qué durante mil quinientos años Jesús, según los hijos de Lutero, mintió cuando dijo que estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos. Fíjense que no dijo algunos días, ni muchos días, ni siquiera la mayoría de los días. No dijo de jueves a domingo, ni los días impares. Dijo todos los días y puso como término el fin de los tiempos. Y además no puso condiciones: no dijo: estaré con vosotros si sois santos, si no pecáis, porque Cristo conoce la naturaleza débil del ser humano. Le fallaron muchas veces los mismos que caminaron con Él por Galilea y Jerusalén, los que le vieron detener las tormentas y caminar sobre las aguas. No podía esperar la santidad de tantos cientos de millones de católicos que le seguirían después si cuando eran tan pocos como para caber malamente en una barca uno le traicionó, otro le negó y la mayoría la abandonaron en la hora de la prueba. Pero a pesar de ello, Jesús prometió no abandonarnos nunca, a pesar del pecado y de los errores. Cristo nunca miente, y Nuestro Señor fundó una iglesia, sobre la roca de Pedro, a la que asistiría todos los días hasta el fin de los tiempos. ¿En nombre de quién se atrevieron Lutero, Calvino y tantos otros a proclamar que Jesús o, bien mintió, o bien se equivocó cuando prometió esta asistencia todos los días hasta el fin?

Sin embargo, si tuviera que elegir una sola cita para desacreditar, para hacer una enmienda a la totalidad al evangelismo, es en el Evangelio de San Mateo, capítulo 5,23-24:

Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.

Cuando los hermanos separados comiencen a tratarnos a los católicos como nosotros les tratamos a ellos, como hermanos, y no llenen templos, foros, oídos y corazones de tanta gente con el veneno de Satanás esparciendo infundios, ultrajando y calumniando a la Iglesia que salió del Evangelio, la que compiló los libros sagrados, las conservó durante siglos a veces con la sangre de los mártires, y la mantuvo a lo largo de los siglos, entonces, digo, empezaríamos a pensar que esos hermanos separados están un poco más lejos de sus errores y un poco más cerca de Dios.

martes, 4 de enero de 2011

¿Existe el Mal?

La siguiente historia puede ser real o, simplemente, es una leyenda urbana. Eso no viene al caso. Sea como fuera, la enseñanza que transmite es una poderosa arma de evangelización ya sea una parábola, ya sea un suceso histórico.

Un profesor universitario retó a sus alumnos con esta pregunta: ¿Dios creó todo lo que existe?

Un estudiante contestó valiente: Sí, lo hizo.

¿Dios creó todo?, preguntó nuevamente el profesor

Sí señor, respondió el joven

El profesor contestó: Si Dios creó todo, entonces Dios hizo al mal, pues el mal existe, y bajo el precepto de que nuestras obras son un reflejo de nosotros mismos, entonces Dios es malo.

El estudiante se quedó callado ante tal respuesta y el profesor, feliz, se jactaba de haber probado una vez más que la fe era un mito

Otro estudiante levantó su mano y dijo: ¿Puedo hacer una pregunta, profesor? Por supuesto, respondió el profesor.


El joven se puso de pie y preguntó: ¿Profesor, existe el frío?

¿Qué pregunta es esa? Por supuesto que existe, ¿acaso usted no ha tenido frío?

El muchacho respondió: De hecho, señor, el frío no existe. Según las leyes de la Física, lo que consideramos frío, en realidad es la ausencia de calor. Todo cuerpo u objeto es susceptible de estudio cuando tiene o transmite energía, el calor es lo que hace que dicho cuerpo tenga o transmita energía. El cero absoluto es la ausencia total y absoluta de calor, todos los cuerpos se vuelven inertes, incapaces de reaccionar, pero el frío no existe. Hemos creado ese término para describir cómo nos sentimos si no tenemos calor.

Y, ¿existe la oscuridad? continuó el estudiante. El profesor respondió: Por supuesto.

El estudiante contestó: Nuevamente se equivoca, señor, la oscuridad tampoco existe. La oscuridad es en realidad ausencia de luz.

La luz se puede estudiar, la oscuridad no, incluso existe el prisma de Nichols para descomponer la luz blanca en los varios colores en que está compuesta, con sus diferentes longitudes de onda. La oscuridad no. Un simple rayo de luz rasga las tinieblas e ilumina la superficie donde termina el haz de luz. ¿Cómo puede saber cuan oscuro está un espacio determinado? Con base en la cantidad de luz presente en ese espacio, ¿no es así? Oscuridad es un término que el hombre ha desarrollado para describir lo que sucede cuando no hay luz presente

Finalmente, el joven preguntó al profesor: Señor, ¿existe el mal?

El profesor respondió: Por supuesto que existe, como lo mencioné al principio, vemos violaciones, crímenes y violencia en todo el mundo, esas cosas son del mal.

A lo que el estudiante respondió: El mal no existe, señor, o al menos no existe por símismo. El mal es simplemente la ausencia de Dios, es, al igual que los casos anteriores, un término que el hombre ha creado para describir esa ausencia de Dios.

Dios no creó el mal. No es como la fe o el amor, que existen como existen el calor y laluz. El mal es el resultado de que la humanidad no tenga a Dios presente en sus corazones. Es como resulta el frío cuando no hay calor, o la oscuridad cuando no hay luz.

Entonces el profesor, después de asentir con la cabeza, se quedó callado.

EL JOVEN SE LLAMABA ALBERT EINSTEIN...