Fue
Platón el que dijo que nada cuanto sucede es malo para el hombre bueno. Pero nunca
es fácil tragar la píldora de una
tragedia personal, la pérdida de un ser querido o la renuncia a un sueño. Encendemos
la televisión o sintonizamos la radio, y nos enteramos que en Guatemala un
terremoto se ha llevado por delante a cientos de personas, que muchas miles
de ellas han perdido sus casas y enseres
y que a multitud no les queda tiempo
para llorar a sus muertos mientras tratan de rescatar de los escombros a los
vivos. En Madrid, algunas madres se enteraron por la prensa que no volverían a
ver a sus hijas después de haberse despedido de las chicas con un beso
distraído antes de que las muchachas acudieran a una fiesta que se convirtió en
la tumba que se las llevó por delante.
Por todas partes resuenan los ecos
del dolor del mundo: esposas asesinadas por sus maridos, accidentes de tráfico
que acaban bruscamente su trayecto en el fondo de un barranco o estampando a un
grupo de borrachos de fin de semana contra un poste eléctrico, inundaciones que
se llevan por delante tierras, ganados y personas, enfermedades que se
presentan sin previo aviso para acabar destruyendo a mucha gente buena.
En esta tesitura amarga es difícil
esbozar una sonrisa en medio del aguacero, levantar la solapa del abrigo y
avanzar bajo la lluvia no temiendo al temporal o al río que se nos ha subido
hasta la cintura. Quizás únicamente ha sobrevivido un solo árbol en medio del
bosque calcinado, ha permanecido de pie una estatua de la Virgen tras el paso
de Atila de un huracán, o se ha quedado una niña, jugando entre las ruinas,
ajena al resto del mundo que se afana por enterrar a sus muertos o reconstruir
sus casas.
Pero alguien tiene que mantener la
sonrisa en medio del caos, ser una rosa fresca en medio de un desierto de
ceniza, quedarse de voluntario para inventariar los destrozos, llevar el
chocolate caliente al que se refugiado en el albergue, dar consuelo a la viuda
y al huérfano, y vender la esperanza de un futuro mejor al que se sostiene en
la cuerda floja, al que tiene un ánimo suicida y que acabaría en el acantilado
si no encontrase a alguien que le recordase
que, ahora más que nunca, necesita de un abrazo y de una plegaria.
Si... que rico se siente un abrazo largo en medio del dolor.
ResponderEliminarPrecioso como siempre. :0)
Bendiciones Hermano Saulo.