Aunque
parezca una fábula sacada de la fantasía de un escritor de ciencia ficción, el
síndrome de la mano ajena es una de esas tantas enfermedades raras descrita y
catalogada por la literatura médica.
Los pacientes que desarrollan esta
patología lo hacen después de sufrir infartos cerebrales o haberse sometido a
cirugías radicales para tratar epilepsias, entre otras causas. La mano que se
comporta como si tuviera voluntad propia es la contraria al lado donde se ha
producido la lesión. Así, los enfermos que sufran esta anomalía describen casos
como que, mientras una mano trata de abrochar la camisa, la otra la desabotona;
al mismo tiempo que una intenta girar el picaporte de la puerta, la otra lo
impide; mientras la lógica mete los platos en el fregadero, la autónoma los
saca; la primera trata de escribir, la rebelde retirar el papel una y otra vez.
Esto de la mano revoltosa me
recuerdo a nosotros, los cristianos, que formamos el cuerpo místico de Cristo,
cuando muchas veces los miembros rebeldes de esa unidad en Jesús salvador
ponemos en aprietos al cuerpo entero. Los malos ejemplos de sacerdotes y
laicos, las doctrinas heréticas, el catecismo a medida donde cada católico
rechaza o acepta los mandamientos según le vaya en la plaza, el evangelio según
Pepe o según Paco, los casos de abusos sexuales, los malos ejemplos y los malos
consejos de quienes deberíamos ser espejo, modelo y guía para quienes se
preguntan sobre la verdad del cristianismo, son esos dedos ingobernables que
nos cierran la puerta cuando el resto de nuestra voluntad se empeña en
traspasarla.
En la barca de Pedro seguiremos
gobernando el timón aunque tengamos que mantener atada a esa mano intrusa que
se empeña se arrojar a los remeros por la borda o en inundar la nave de agua.
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