viernes, 9 de noviembre de 2012

Rosas en el Desierto


Fue Platón el que dijo que nada cuanto sucede es malo para el hombre bueno. Pero nunca  es fácil tragar la píldora de una tragedia personal, la pérdida de un ser querido o la renuncia a un sueño. Encendemos la televisión o sintonizamos la radio, y nos enteramos que en Guatemala un terremoto se ha llevado por delante a cientos de personas, que muchas miles de  ellas han perdido sus casas y enseres y que a multitud  no les queda tiempo para llorar a sus muertos mientras tratan de rescatar de los escombros a los vivos. En Madrid, algunas madres se enteraron por la prensa que no volverían a ver a sus hijas después de haberse despedido de las chicas con un beso distraído antes de que las muchachas acudieran a una fiesta que se convirtió en la tumba que se las llevó por delante.

            Por todas partes resuenan los ecos del dolor del mundo: esposas asesinadas por sus maridos, accidentes de tráfico que acaban bruscamente su trayecto en el fondo de un barranco o estampando a un grupo de borrachos de fin de semana contra un poste eléctrico, inundaciones que se llevan por delante tierras, ganados y personas, enfermedades que se presentan sin previo aviso para acabar destruyendo a mucha gente buena.

            En esta tesitura amarga es difícil esbozar una sonrisa en medio del aguacero, levantar la solapa del abrigo y avanzar bajo la lluvia no temiendo al temporal o al río que se nos ha subido hasta la cintura. Quizás únicamente ha sobrevivido un solo árbol en medio del bosque calcinado, ha permanecido de pie una estatua de la Virgen tras el paso de Atila de un huracán, o se ha quedado una niña, jugando entre las ruinas, ajena al resto del mundo que se afana por enterrar a sus muertos o reconstruir sus casas.

            Pero alguien tiene que mantener la sonrisa en medio del caos, ser una rosa fresca en medio de un desierto de ceniza, quedarse de voluntario para inventariar los destrozos, llevar el chocolate caliente al que se refugiado en el albergue, dar consuelo a la viuda y al huérfano, y vender la esperanza de un futuro mejor al que se sostiene en la cuerda floja, al que tiene un ánimo suicida y que acabaría en el acantilado si no encontrase a alguien que le recordase  que, ahora más que nunca, necesita de un abrazo y de una plegaria.

1 comentario:

  1. Si... que rico se siente un abrazo largo en medio del dolor.
    Precioso como siempre. :0)

    Bendiciones Hermano Saulo.

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