De
acuerdo con Maite López, “hoy hacen falta cantores. Que nos acompañen en el
camino de la vida. Que hagan nuestra fe más viva, más intensa y colorida. Que
pongan voz a lo que Dios siente, piensa, desea y quiere. Que ofrezcan palabras
y música a nuestras dudas, ilusiones y convicciones, bajones y subidones en la
fe. Hombres y mujeres humildes, capaces de componer canciones nuevas y recrear
las de siempre. Que nos recuerden que hemos sido creados para alabar, hacer
reverencia y servir a Dios nuestro Señor. Que acompañen tanto nuestros
silencios como la oración personal y comunitaria. Que proclamen sin complejos
la grandeza de Dios, la dignidad de cada ser humano, la bondad de lo creado, la
fuerza de la comunidad, la hermosura de la Iglesia. Que lo hagan sin complejos.
Artistas de Dios que nos recuerden que la fe y el amor son gratuitos; que
gratis hemos de dar lo que gratis hemos recibido. Que alienten nuestra
esperanza y desentierren las utopías. Que nos ofrezcan palabras cuando no las
encontramos para dialogar con el Señor o para hablar de Él cuando lo
necesitamos. Que presten su voz a Dios para que os remueva las entrañas, nos
ablande, nos abrace. Profetas y artistas que sean denuncia y anuncio. Que nos
atraigan con la belleza que procede de Dios y nos conduzcan hasta Él”.
Sí, hacen falta profetas –añado yo-
que no teman ser una voz que predique en el desierto. Que vayan abriendo camino
para Aquél que viene detrás, que manden parar la orquesta y silenciar los pasos
en la pista de baile, para recordarle al hombre que cualquier tesoro perece y
toda gloria se esfuma. Profetas que sean trompetas que derriben los muros de
las fortalezas de barro, que sean la mosca cojonera que impida a los soberbios
dormir su siesta de autocomplacencia. Que sea la mano alzada en señal de
protesta ante una asamblea de voluntades unánimes. Que digan verdades como
puños ante los que proclamen la muerte del Evangelio, cristianos que no flirteen con lo
políticamente correcto.
Hacen faltas creyentes de una pieza,
que suelten una carcajada y no desenvainen la espada, que sonrían siempre,
aunque duela, que esperen aunque ya no parezca haber esperanza. Hacen falta
manos para llevar la cruz de Cristo, hombros fuertes y fatiga generosa sobre
los que hacer descansar el peso de tantos dolores viejos. Hacen falta manos que
acaricien la piel lastimada, que enjuguen las lágrimas de tantos ojos llorosos.
Hacen falta oídos para escuchar a los que no tienen voz y se han quedado sin
palabras. Hacen falta labios para besar y bendecir, bocas que pronuncien
palabras de ánimo y frases de consuelo. Hace falta limpiar el espejo del Evangelio,
para que sean una ventana abierta por donde penetre la luz que redime y la cruz
que salva.
Buenos dias Hermano Saulo :)
ResponderEliminarYa estaba preocupada por su ausencia.
Que bueno es disfrutar de sus posts.
Bediciones.
Pues sí cuanta falta hacen. Pidamos al Dueño de la viña que mande obreros y de los buenos.
ResponderEliminarA mi me gustan mucho las celebraciones del camino neocatecumenal especialmente por el servicio de salmitas. Es una bendición del cielo poder celebrar con música y cantos, salmos de suplicas, de alabanza. Ciertamente a mi me pasa, a veces he llegado muy desanimada. Nada me ha ayudado a reaccionar y de pronto un canto, el estribillo de un salmo, un acorde de guitarra, ha predispuesto de nuevo mi espíritu. La alegría va unida sin ninguna duda al evangelio. Y la música, el baile, siempre que se haga con respeto y consecuente ayuda mucho a ello.
Un abrazo, ya se te echaba en falta.