martes, 31 de julio de 2012

Habitación 617



El ascensor panorámico se detuvo en la sexta planta. Me bajé allí y caminé por un pasillo en forma de L hasta que encontré la habitación que buscaba: la 617. Al pariente que fui a visitar se lo habían llevado a lavar a un aseo comunitario habilitado para enfermos terminales. Separada por una cortinilla, junto a la cama de mi enfermo, había otro. Se había tapado la cara con una manta y se movía de un lado a otro del lecho retorciéndose de dolor. Cuando pasé junto a él, descubrió su rostro  y me miró. Yo le sonreí y con la mano le hice un gesto de saludo. Era un hombre delgadísimo, el cáncer se había ensañado violentamente en su cuerpo. Apenas tenía dentadura, el rostro amarillento y en  su boca apenas una pieza dental había sobrevivido a la devastación de la caries. Un nuevo Cristo, esta vez clavado a los cuatro extremos una cama, pero retorciéndose de la misma manera ante cada embestida del dolor. Debía de ser un hombre muy viejo y estaba solo. Nadie parecía acompañarle en lo que yo creí que eran sus últimas horas de vida. En sus ojos, casi muertos, advertí la mirada del animalillo que se siente atrapado en una trampa, que sabe que no puede huir y al que sólo le queda esperar el momento de la rendición definitiva.

                Al rato llegó una visita. Yo le conocía pero no recordaba su nombre ni la historia que en el pasado mi había unido a él. Era una de esas caras y de esas identidades que resisten al abrazo de la memoria, y durante unos minutos estuvimos intercambiando frases sueltas tratando de refrescar el pasado.
                -¿Quién es el enfermo?
                -Mi hermano. –me dijo.
                -El mío es el compañero del tuyo, y también está en las últimas -dije.
                -¿Qué edad tiene él? –pregunté.
                -Cincuenta y cuatro.

                Me agarré a la silla. Yo habría jurado que estaba cerca de cumplir un millón de años. La segunda sacudida fue la de los recuerdos. De repente me acordé de ambos hombres: del paciente y del acompañante. Recordé los días de la infancia, las carreras detrás de un balón en un solar repleto de escombros, lavadoras viejas y ratas del tamaño de un conejo. Recuerdo los sueños de los tres de ser deportistas famosos, las partidas de futbolín en la bolera del barrio, el olor de las manzanas bañadas en caramelo y los abrazos y las despedidas que nunca cruzamos cuando el destino nos separó sin darnos cuenta. Cuarenta años después volvimos a vernos y ya nada quedaba ni de la bolera y ni del solar donde corríamos detrás de una pelota de cuero remendado mil veces, y ahora ya éramos viejos para soñar con ser futbolistas.

                Cualquier día de estos, cuando entre en la habitación para visitar a mi hermano, miraré hacia la cama del viejo amigo  de la infancia y ya no estará. Entonces me acordaré de Bécquer:


¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
En las largas noches del helado invierno,
cuando las maderas crujir hace el viento
y azota los vidrios el fuerte aguacero
de la pobre niña a veces me acuerdo.
Allí cae la lluvia con un son eterno,
allí la combate el soplo del cierzo.
del húmedo muro tendida en el hueco.
¡Acaso de frío se hielan sus huesos!
¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu, podredumbre y cieno?
No sé, pero hay algo que explicar no puedo
algo que repugna,
aunque es fuerza hacerlo
al dejar tan tristes,
tan solos los muertos.

               
                

3 comentarios:

  1. Me has metido de pronto leyendote en la penumbra de la muerte hermano Saulo.....que frio es ese ambiente.....y que cantidad de recuerdos se agolpan a la vez dentro de nosotros...que impotencia cuando ves como va minando la enfermedad el cuerpo, y ves la mirada que ya no está en la realidad mas viva sino que se va....hacia lo eterno.....y me acordaré de este amigo y compañero tuyo ....pero no dejaré entrar a la tristeza de la desesperanza...no, le diré a la muerte que ya no existe porque es la Puerta de otra Vida mucho mas hermosa y esta es Eterna, llena de Luz y Felicidad.

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  2. Ya lo dice el poema, o lo pregunta, pero la respuesta es que sin Espiritu todo es podredumbre y cieno. El polvo vuelve al polvo y el alma va al cielo, La tristeza se torna alegria aunque la compañia no la entienda, el recuerdo de una infancia vivida y un futuro cercano con escaso pasamano paracontinuar subiendo escalones que no parecen querer existir. En cualquier rincón, pase el tiempo que pase, nos podemos encontrar al amigo perdido, aunque no lo reconozcamos, en tu caso le recordaste pero no siempre es así, nuestro prójimo es cualquiera yalgunas veces ha caminado junto a nosotros y no nos dimos cuenta.

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