martes, 24 de julio de 2012

Invite a un Científico a Cenar


En un viejo chiste se cuenta los efectos de probar un nuevo fármaco en ratones:  el 33% se curó, el otro terció murió y el tercer roedor logró escapar. Cuando las muestras no son significativas, los resultados provocan la  risa. La ciencia, que es esa señora siempre bien vestida y al que todo el mundo invita a su fiesta por lo importante que hace quedar a los demás,  no escapa a las corrupciones de las mentiras, la propagan y las estadísticas. De ciencia,  estadísticas  y propaganda va este post.

Tengo un amigo que afirma que si lográramos encerrar a un puñado de físicos, químicos, matemáticos, biotecnólogos e ingenieros espaciales en una finca apartada y los sometiéramos durante semanas a una dieta única de telebasura, saldrían de allí un puñado de memos con título universitario.

Por eso no me extraña el resultado de la última encuesta del BBVC: el 47% de los españoles es partidario de seguir con los experimentos científicos aunque ellos choquen con cualquier código ético o moral. Luego uno lee cosas que al común de los compatriotas les parece minucias, como los 50 embriones abandonados en bidones en los bosques rusos. El aborto es visto como una intervención tan inocua como estirarse unos pómulos o reparar unas cataratas. La sociedad celebra la aparición de los bebés medicamentos, esa alquimia siniestra que juega a ser Dios, concibe embriones en laboratorio, los somete a controles de calidad como si estuviésemos hablando de muebles o galletas, destruyen a los que portan la enfermedad que se quiere curar; eliminan también a los que son compatibles con el hermano enfermo, hasta que después de  muchas intentos de prueba y error, de vaciar las probetas una y otra vez, dan con el embrión adecuado. En el proceso se habrán quedado muchos embriones inútiles. Incluso el que tiene éxito lo hará sólo por el valor utilitario que posee su carga biológica. El resto de los hermanos incompatibles no podrán ocupar su sitio en la tierra. Pero que se alegre ese 47% con tantas tragaderas éticas: ya tendremos un hijo a la carta.

Hay en Estados Unidos clínicas que poseen bancos de óvulos de jóvenes fecundados por donantes rubios, guapos, de ojos claros u oscuros, de rasgos atléticos, semblante mediterráneo, y todo un catálogo donde escoger a gusto del consumidor. Es famosa la historia de dos lesbianas que querían tener un hijo sordomudo como ellas, y lograron convencer a un amigo sordo congénito cuya familia llevaba al menos cinco generaciones de miembros sin capacidad auditiva. El resultado fue tener un bebé que a los cuatro meses presentaba una sordera profunda en uno de los oídos y audición en el otro.

La vida no parece valer nada. Esas complicidades del hombre de hoy para aceptar ensayos monstruosos nos ponen arena en la conciencia. Cuando se abre un postigo a Satanás, acaba acampando en toda la casa. Ya nos han convencido de que la eutanasia es algo deseable. Se empieza eliminando por compasión a enfermos terminales, luego vienen los crónicos, los que poseen taras físicas o intelectuales, y ya nadie podrá poner repartos si se incluyen a los que sufren tendencias homicidas, a los neuróticos o al que caiga mal al matarife de guardia. Luego está la compra de óvulos humanos, las madres de alquiler, la manipulación genética, la fecundación invitro, la clonación de seres, la experimentación con las células madres embrionarias.

The Washington Post informaba en 1915 de un plan de esterilizaciones masivas de personas defectuosas. La iniciativa recibió apoyo de profesores de Harvard, Yale o Princeton; financiación de filántropos de renombre; y el aval científico de la American Association for the Advancement of Science. Las consecuencias se agravaron especialmente en un país como la Alemania nazi. El régimen de Hitler se aprovechó de ese liderazgo estadounidense para sus planes de esterilización forzosa a cientos de miles de personas.

Durante treinta años del siglo XX se realizaron en Alabama (EE UU) investigaciones con 400 pacientes de sífilis de raza negra a quienes ni se informó ni administró antibióticos. También en los años 60 se conocieron algunas barbaridades cometidas en el marco de la investigación biomédica. Dos ejemplos de sendos hospitales de Nueva York: en uno se experimentó durante cinco años con más de 700 niños discapacitados a los que se llegó a infectar con hepatitis víricas y en otro inyectaron células tumorales vivas en ancianos para investigar el cáncer.

Conocí a una joven que fue obligada por sus padres a someterse a tres abortos. Con cada intervención, la chica caía en una depresión profunda. La respuesta del padre fue colmarla de regalos. Con la primera interrupción le pagó un viaje, el segundo fue un coche, con el tercero le obsequió un apartamento. La ética es aquello que impide que hagamos lo que está mal aunque nadie nos vea. Los creyentes lo llamamos conciencia moral. Si derribamos ese muro, los científicos harán lo que les da la gana.



1 comentario:

  1. No encuentro respuesta, cuando me pregunto ¿porqué el hombre no aprende de sus errores, de sus monstruosidades, de su ambición de poder?...
    El diablo no puede dañar a Dios, pero sí a su obra maestra: ¡El hombre! y parece que no para ni un segundo.
    Un abrazo

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