martes, 14 de agosto de 2012

El Demonio sabe Latín


El ateísmo viste muchos uniformes. Está el materialismo del Archipiélago Gulag, el de Mao, Stalin, Polpot y Hitler, con su intento de aniquilación de Dios a bocajarro, el que somete el fenómeno religioso a pasar por las depuradoras de la deportación, la cárcel o el exterminio. Está el ateísmo filosófico que desde Nietzsche han arrojado al hombre de fe sobre el foco de una tramoya burlesca en cuyo reparto figura interpretando siempre al tonto del pueblo. Está el ateísmo científico que anda escondiendo a Dios y escondiéndose de Dios en los burladeros de lo palpable, y que, con cada respuesta que encuentra a los enigmas de la creación, desencadena muchas otras preguntas que tiene que despejar en un eterno comenzar de nuevo.

            Pero el peor ateísmo de todos es el de ciertos creyentes que tratan de mostrar  a Jesús como un hombre bueno más, y al cristianismo como un mero símbolo o una especie de código de buenas prácticas. Una guirnalda o un muñeco sonriente más que se desempaqueta de la caja de los trastos sólo por Navidad.

            Como no son pocos los piratas que desde siempre han querido hundir la nave de la Iglesia desde que el día de Pentecostés san Pedro mandó levar el ancla de la barca, a bordo también se enrolaron todos los heréticos que a lo largo de la historia del cristianismo han tenido algo que decir. Desde el gnosticismo y el arrianismo, el maniqueísmo y el pelagianismo. Con Lutero llegaron las modernas herejías de las sectas protestantes, y hasta el día de hoy no han parado de hacer cumplir la profecía de nuestro Señor que nos advirtió que surgirían muchos falsos profetas que engañarían a muchos.

            A lo largo de los siglos, los amotinados han cambiado de vestimenta y han refinado los métodos, pero siempre han perseguido alcanzar  la sala de máquinas y desde allí gobernar la nave. Ya desde el siglo VI el gran Gregorio Magno explicaba muy bien la carga que desde siempre debe soportar vicario de Cristo: 

            “Indigno y débil, me he hecho cargo de un viejo barco castigado por las olas que le envuelven por todas partes, un navío con la quilla podrida y cuarteada, azotado por la galerna que amenaza con echarlo a pique”.

             Pero ese buque se ha mantenido a flote a pesar de haber cambiado tantas veces de tripulación y de insurrectos, indestructible al óxido del tiempo, la voracidad de las tempestades y la saña de los corsarios.


            Las grandes herejías del momento que se va abriendo paso a empujones son el modernismo y el relativismo. Los que predican el Evangelio según Pepe o según Paco, un cristianismo tuneado al que se le ha desprovisto de la teología del sacrificio, ha cerrado el infierno y el purgatorio, ha decretado de la muerte de las virtudes teologales y hasta ha bajado a Cristo de la cruz para que parezca uno más entre tantos. Es un Evangelio al que le han arrancado tantas páginas que se ha quedado en un simple folleto publicitario donde Jesús  no es la estrella protagonista de la redención del hombre, sino un actor secundario que sirve lo mismo para llevar unas flores que para dar un pésame.

            Sin señalar a nadie, a todos nos vienen a la cabeza esos hombres y mujeres que un día se consagraron a Dios, que juraron, entre otros votos, el de obediencia, pero que ahora se ofrecen como voceros y avalistas de los que promueven la cultura de la muerte.

            Insensatos. Cristo no nos invitó a escoger de su doctrina aquello con lo que más cómodos estuviésemos, ni siquiera con lo que estuviéramos de acuerdo. El paquete lo vendió completo.

            Un entrañable cura, de esos de los de antes con sotana, ayuno y cilicio, contaba que cada vez que se presentaba en casa de un moribundo para administrarle los últimos sacramentos, los familiares del enfermo solían decirle:

            -Tenga cuidado con lo que le dice no vaya a ser que se asuste”.

            -Más vale que entre asustado en el cielo que silbando un chachachá en el infierno”, solía contestarle el padre.

            Si en lugar de elegir Jesús a sus discípulos entre gente bruta y flojos de ánimo, hubiese escogido a doce modernistas, aún hoy seguirían reunidos tratando de ponerse de acuerdo sobre si lo que sopló el día de Pentecostés fue el aliento del Espíritu Santo o el polvo que levantaron una caravana de comerciantes persas en el momento en que sacudieron todos a la vez  sus alfombras.

            Lo peor del caso es que los teólogos del buen rollito quieren seguir llevando colgada la etiqueta de católicos. Quizás la Iglesia debería registrar los derechos sobre el título de este término para que nadie se valiese de esa autoridad no para ensalzarlo y defenderlo, sino para contradecirlo y denigrarlo. Sería como acuñar una especie de denominación de origen como el aceite de oliva o el jamón de jabugo. Y tendría sus controles de calidad como los muebles, los coches o los paraguas. Nadie en su sano juicio quisiera ser responsable de que alguien muera atropellado por un coche que no frenó a tiempo o que acabase con un ojo tuerto porque un paraguas se abrió al revés. Pues esos teólogos modernos son como los paraguas que siempre se abren hacia adentro.

            La Iglesia también tiene sus controles de calidad pero, como su reino no es de este mundo, su horario de oficina tampoco. Por eso tarda tanto en pronunciarse sobre casos de religiosos que reescriben el Evangelio según su ideología y son autores de libros o propietarios de cátedras en universidades católicos donde se venden coches que frenan mal o paraguas que abren al revés.

            Resulta divertido ver los esfuerzos de los que tienen a lo católico como enemigo principal y causa de todos los males del género humano desde el principio de los tiempos, aconsejando a la Iglesia lo que debe hacer para que las ovejas descarriadas vuelvan al rebaño sin dejar de ser descarriadas, y para que los templos se llenen de pecadores sin arrepentimiento ni propósito de enmienda. Son los mismos que no sabrían diferenciar un ambón de una novena. Su receta del éxito consiste en barra libre para todo el que quiera abortar, bendición de las uniones homosexuales, sacerdocio de mujeres, anticoncepción a mansalva y que cada uno escoja una moral a la carta. Para estos últimos se les puede confeccionar un traje a medida donde cortemos todos los dogmas que nos encorsetan y no nos hacen vernos guapos en el espejo de la modernidad.

            Tenemos noticias para ellos: ese cristianismo de rebajas ya lleva en los escaparates de las grandes denominaciones protestantes desde hace décadas. Las llamadas iglesias liberales como los luteranos, presbiterianos, episcopalianos y metodistas han pasado de representar en cincuenta años el cuarenta por ciento de los cristianos norteamericanos a sólo el doce. En Inglaterra ya hay más católicos practicantes que anglicanos que asisten a sus cultos. En Alemania los protestantes se han reducido a la mitad desde 1950. En algunas partes, el catolicismo también ha sufrido este fenómeno del liberalismo evangélico. Durante el fragor de la teología de la liberación, los Boff y sus discípulos lograron meter en las iglesias a la guerrilla, pero pusieron primero a Dios de patitas en la calle, y de paso dejaron los templos sin fieles. Podría seguir con estadísticas hasta cansar, pero sería inútil porque esto ya lo saben los mismos que insisten en ello porque ya nos lo dijo nuestro Señor: “Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”.

            El modernismo ha atrapado en sus nasas a las pescadillas de denominaciones progres, pero la pieza que persiguen es caza mayor, la gran ballena: la Iglesia Católica. Durante dos mil años el catolicismo ha resistido heroicamente empuñando la bandera del Evangelio, no dejándose engatusar por la modernidad de cada momento, sabiendo que es depositaria de un tesoro que no admite devaluaciones ni copias de bisutería. El día que lo hiciera, el cristianismo estaría reconociendo que lleva dos mil años timando a la gente con un fraude que habría tardado milenios en descubrirse. Por el camino se habría derramado inútilmente la sangre de millones de mártires, la pureza de las vírgenes, los dolores de muchos santos y la fe sencilla de tantísimos cristianos viejos.

            La fe en Cristo la propagan los testigos, y muchas veces la ahuyentan los malos teólogos. Y aun cuando fuera cierto que si la Iglesia siguiera sus doctrinas modernistas abarrotaríamos las iglesias, pero las estaríamos llenado de modernistas y vaciándola de Dios.







2 comentarios:

  1. Que bien te inspira el Espiritu Hermano Saulo....podria escribir sobre las tentaciones mucho porque al "listo" lo veo cada vez mas claramente como me persigue para lograr convercerme de que la Verdad no se encarnó nunca, claro....me he reido con la salida del cura a los pies del enfermo agonizante.....me das una idea para escribir en el blog otra anecdota estupenda de dos curas...uno dandole los santos oleos al otro.....y mira tu que el que estaba moribundo enterró al que le daba la extremaucion.....los "horarios" del Padre.....me he encantado tu entrada....me ayudas mucho.

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  2. A mi como a Gosspi también me gustan y me ayudas con tus entradas. Como no soy muy culta y se muy poco de casi todo. Hay entradas que las leo como una chiquilla con la boca abierta, no se lo que son los luteranos,ni eso de los liberanismos , yo solo se lo que siento. Lo que mi ángel de la guarda me cuenta cuando se le permite la comunicación y lo que siento que el Espiritu me trasmite, primero con pensamientos, luego con palabras en la boca del sacerdote de zona, por ejemplo, y para terminar con las obras que se cumple lo anunciado en los acontecimientos. Yo estaba en contra al principio de que la Iglesia parecia a mi gusto muy primitiva. pero ahora se que debe de ser así. Que hay muchas cosas que no entendemos y que en el mundo que nos movemos de ser de otro modo, sin duda dejariamos a Dios solo con todo. Lo que si creo que es importante es que los catequistas aprovechen la oportunidad que se les brindad con los niños de catequesis para que puedan atraer a las familias hacia la Iglesia. Que a los peques les guste ir a catequesis como al parque a jugar con sus amigos. Que se sientan parte del edificio, del ambiente que se vive parroquial, que tengan ganas de seguir y de pedir a sus padres que los dejen seguir. No debemos rendirnos nunca darles unos años, ver como hacen la comunión y perderlos.Y en este aspecto si me parece que hay que innovar muchas cosillas.
    Un abrazo.

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