miércoles, 8 de agosto de 2012

El Ruido de un Trueno

Seguro que les sonará eso del efecto mariposa o la teoría del caos. Hablando en plata, esta hipótesis nos viene a decir que el simple aleteo de un insecto podría el cambiar el mundo. Pisamos un gusano hoy y dentro de un millón de años a lo mejor en Bangladesh una hambruna se lleva por delante a millones de niños.

                El Ruido de un Trueno es un cuento de Ray Bradbury. En él se cuenta el viaje en el tiempo de un grupo de cazadores que dan vueltas al revés al cronómetro de la historia para matar un dinosaurio.

                El jefe de la expedición les advierte que todo está previsto. Sólo deberán asestarle un par de tiros en la cabeza a un animal prehistórico que, por lo demás, si no se altera el curso de los acontecimientos, morirá accidentalmente. El organizador del viaje confiesa que, a lo mejor, están equivocados y la teoría en que se basan es una conjetura inofensiva que sólo provocará un cambio tan leve como una suave brisa o un cabello roto. O tal vez matar por accidente a un ratón en el pasado remoto provoque, primero, un desequilibrio entre los insectos que se alimentan del cadáver del roedor; una mala cosecha más tarde; hambrunas colectivas después. Acabar por accidente con un ratón conllevaría destruir las futuras familias de ese bicho, luego una docena, más tarde mil, un millón después.

Por la falta de diez ratones, muere un zorro. Por falta de diez zorros, un león muere de hambre. Por falta de un león, especies enteras de insectos, buitres,  billones de formas de vida son arrojadas al caos y la destrucción. Al final todo se reduce a esto: cincuenta y nueve millones de años más tarde, un hombre de las cavernas, uno  de la única docena que hay en todo el mundo, sale a cazar un jabalí o un tigre para alimentarse. Pero alguien ha aplastado con el pie a todos los tigres de esa zona al haber pisado un ratón. Así que el hombre de las cavernas se muere de hambre. Y el hombre de las cavernas es toda una nación futura. De él nacerán diez hijos. De éstos surgirán cien niños, y así hasta llegar a nuestros días. Destruya usted a este hombre, y destruye una raza, un pueblo, una historia viviente. Es como asesinar a uno de los nietos de Adán. El pie que ha puesto sobre el ratón desencadenará así un terremoto, y sus efectos sacudirán nuestra tierra y nuestros destinos a través del tiempo. Con la muerte de ese hombre de las cavernas, mil millones de otros hombres no saldrán nunca de la matriz. Quizás Roma no se alce nunca sobre las siete colinas. Quizás Europa sea para siempre un bosque oscuro. Pise usted un ratón y aplastará las pirámides. La reina Isabel no nacerá nunca., Washington no cruzará el Delaware, nunca existirá un país llamado Estados Unidos”.

El hombre moderno está preocupado por el cambio climático, y eso es bueno. Por la lucha contra la extinción de muchas especies, y eso es bueno. Moviliza recursos y apela conciencia para evitar matanzas como la de la caza de las ballenas, y eso también es bueno. Nos conmovemos ante un animal maltratado, por un gato que ha caído en un pozo o por un perro que ha atravesado solo Norteamérica para encontrarse con el dueño que lo había perdido. Y eso también es bueno.

Sin embargo, nos ponemos frente al televisor con una bandeja de palomitas de maíz mientras el telediario anuncia cinco mil muertos en un terremoto, el recuento del último parte de guerra en Oriente o el detalle de la crónica negra de asesinatos, redadas, trata de blancas o de náufragos sin nombre ahogados en su travesía hacia el paraíso europeo. No nos duele el dolor de tantos hermanos. Nuestra conciencia ha sido domada hasta el punto de no provocarnos ningún escalofrío cuando la multinacional del aborto anuncia que, desde 1980, en el mundo más de mil millones de fetos han sido eliminados.

Lo malo de este asunto es que el aborto  es el ratón que acabamos de aplastar al otro lado del tiempo, una bala que acaba de dispararse. Apenas notamos el chispazo de la pólvora cuando sale despedida desde el cañón del revólver. Y lo vemos con la lente de una de esas  cámaras que ruedan a alta velocidad y muestran el resultado a ritmo lentísimo. Cuando el proyectil del aborto haga diana  en el tablero de la humanidad, aún habrá de pasar quizás mucho tiempo. Mil millones de personas hacen número para vaciar muchas ciudades y muchos países, para que se echen a perder incontables cosechas y para que cientos de miles de bocas mueran de desnutrición. Mil millones de personas son muchos ratones aplastados por un cazador despreocupado que pisó un sendero equivocado en alguna aldea legendaria de la prehistoria.

En medio de esa multitud tan increíble de los mil millones de embriones abortados, se habrá frustrado el talento de muchos músicos, que se dejen de escribir algunos quijotes y hamlets, que dejen de pintar los nuevos Rembrandts y los nuevos Picassos, que no vuelvan a surgir Da Vincis y Miguelángeles. Dentro de cien o doscientos años, quizás no haya médicos suficientes para atender a tantos enfermos, ni trabajadores cotizando para costear el retiro de tantos pensionistas. Dentro de un par de siglos tal vez miles de asilos tendrán que cerrar y millones de ancianos deberán malvivir sus últimos días empujados a morir solos. Habrá ciudades sin zapateros remendones o sin poetas, pueblos sin fiestas, mujeres si esposos, esposas sin marido. Cerrarán multitud de escuelas y tal vez ya no habrá quien sepa contar un cuento o enseñar una oración.

El rastro el aborto en la sociedad es una trampa de relojería que irá detonando poco a poco en pequeños cataclismos cada vez más potentes, contagiados por una especie de epidemia diabólica hasta que un último estallido formidable haga que la humanidad entera salte por los aires y no quede nadie para retirar los desperdicios.


2 comentarios:

  1. Soy tremendamente emotiva y lloro con facilidad, igual de emoción, de pena, de alegria. Puedo llorar viendo las noticias y nunca me oculto, siempre intento explicar a mis hijos los que es el sufrimiento ajeno y enseñarles a mirar y a llegar más allá de lo consideran suyos. Eso es lo que como mujer yo acepté un día al tener mis hijos. Somos los "evolucionados", queremos ser iguales a los demás. Ay, pero siempre igual al forrado de dinero, nunca al pobre que pide en la plaza. Queremos tener. Y sin darnos cuenta estamos perdiendo lo más valioso, la oportunidad de tener el privilegio de ser participe de la vida con Dios. Yo nunca quise casarme, ni tener hijos y doy gracias a Dios por poner en mi vida a Pepe. Con él y con Dios hemos tenido a Lucy e Iván y jamás crei que ser participe de algo que parece tan simple a primera vista, me trasportase a ver de un modo tan distinto el milagro de la vida.
    Me pregunto que sentido tiene la matanza de tantos inocentes, le pregunto a mi Padre y no encuentro respuesta. Así que sigo orando para que la mujer no sea más engañada y descubra el gran tesoro que puede albergar su cuerpo.
    Un abrazo.

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  2. Dificil detener la barbarie del ser humanos sino es con buen ejemplo y oración. Mostrar en los colegios que es un aborgto y las imagenes de dentro de la madre cuando se produce puede ser el ratón que sobrevive y con ello salva a otros tantos, o el ejemplo de cada uno tiene el mismo efecto.

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