miércoles, 1 de agosto de 2012

La Cuna Vacía


Marta aún se acuerda de los años en que no quería ser madre. En aquella época estaba muy ocupada entrando y saliendo de asociaciones defensoras de animales, en luchar por los derechos del gran simio, o encadenándose a las puertas de las plazas de toros para exigir la abolición de las corridas. Siempre estaba metida en peloteras contra los cazadores de zorros y los curtidores, hasta recorrió varias veces el mundo enrolada en los buques de Greenpeace al abordaje de  barcos balleneros, y llegó a recalar en los mares de hielo canadienses para tratar de parar las balas de los que disparan contra las focas arpas.

                Una muestra de orina en una ocasión le dio un susto espantoso. No tenía tiempo para ser madre en medio de la campaña contra la pena de muerte en los Estados Unidos, el boicot a las granjas de visones y los piquetes contra los granjeros que crían hacinados a los pollos. El miedo se le pasó cuando acabó tumbada en el quirófano de una clínica. Marta recuerda los sofás rojos, los médicos paseando sonrientes mientas tomaban café y charlaban sobre la casa que se construían en la sierra. Recuerda el rostro aterrado de otras chicas que querían huir de allí, cómo unos brazos acompañantes que las agarraban para que no escapasen. Y una factura de cuatrocientos euros: ése el precio de no tener un hijo.

                Se acuerda también del olor a humedad y a frío, el hedor putrefacto de la sangre corrompida y la pestilencia de la muerte agarrada a los techos y las paredes.

                -Tranquila, reina –le dijeron- estás de muy poco tiempo. Cuando te quitemos eso no vas a sentir nada.

                Después del susto vino el arrepentimiento. Y cuando, años después, quiso por fin ser mamá, ya no le volvieron las náuseas de la mañana ni la orina se volvió a teñir de rosa. Se moría de ganas por sentir en el estómago mariposas revoloteando, el pecho hinchado y el apetito voraz. Llegó a poner una cuna vacía junto a su cama aguardando la llegada del huésped minúsculo, volver la cara hacia ella y tropezarse con el rostro de un bebé que le sonriera.

                Lo que no le dijeron los doctores que se paseaban felices con una taza de café en la mano y un sueño de un hogar en la sierra, fue que es más fácil arrancar un hijo del vientre de  una madre que arrebatárselo a sus recuerdos.

                Pero ya nadie llama a la puerta de Marta. Sus entrañas de madre estarán secas para siempre, pero ella se resiste y sigue teniendo, junto a su cama, una cuna vacía esperando ser mecida y ropa recién lavada que despide aroma a lavanda esperando un cuerpecito con que llenarla.

                De noche Marta se despierta oyendo el llanto de un niño. Hay un bebé llorando en alguna parte. Ella busca por todas partes con las esperanza de encontrarlo para abrazarlo y consolarlo, pero detrás del vano de cada puerta siempre hay una habitación vacía y un bebé que se ha escapado, y el niño sigue llorando noche tras noche, año tras año. En alguna parte hay una criatura que llora y que no sabe que existe una cuna vacía que le espera y una madre arrepentida que se muere por cantarle una nana.


                Marta tiene pesadillas. Sueña siempre que están en un hospital vacío donde abre y cierra portezuelas buscando a la criatura que en sus visiones siempre llora y siempre se esconde. En las alucinaciones de Marta hay un verdugo afilando un machete y la cabeza de un bebé a punto de ser decapitada.

                En las clínicas donde los médicos se pasean sonrientes tomando café y hablando de casas en la sierra, de noche sacan cubos repletos de basura. Junto a los deshechos clínicos, los tratamientos defectuosos y las tazas de café vacías, caen también los órganos descuartizados y la sangre derramada de los hijos de las madres que no quisieron ser mamás. Son huesos quebrados por las mandíbulas insaciables de las trituradoras de fetos y corazones empitonados porque tienen clavada una aguja envenenada de cloruro potásico. Tanta vida desperdiciada acabará mezclada entre montañas de basura y vísceras de pescado y borras de té.

                ¿Quién puede detener tanta barbarie de los que no dejan vivir a los niños? ¿No hay barcos que embistan a los que se enriquecen con la sangre de los inocentes? ¿Es que ese ímpetu que es capaz de detener la muerte de un toro no puede hacerlo con la vida de un hijo? ¿Ya no quedan hombres buenos sobre la tierra que sepan hallar la puerta donde se esconde un bebé al que le espera una cuna vacía y una madre para cantarle una nana?

                Marta cree ahora que el mundo es una inmensa cuna vacía perdida en el cuarto de los juegos donde el manotazo de una bestia idiota ha roto todos los juguetes de los niños y ha hecho llorar a Dios. Regados por el suelo, Marta ve en su pesadilla soldaditos de plomo bregándose en mitad de una batalla, una bicicleta a la que se le ha roto la cadena y que nadie repara, una muñeca desnuda que espera ser arropada por una niña, un tiovivo enloquecido que gira sin voluntad remando vagones que sólo montan fantasmas y las lágrimas de una madre. En el sueño, Marta se pregunta dónde están todas esas criaturas que han abandonado sus juguetes.

                ¿Qué sería del mundo y del hombre si el verdugo que en las pesadillas de Marta quiere acabar con los niños hubiese atrapado al que inventó las cometas y los globos de colores, al que fabricó los caballitos de madera, al que le dedicó un tema para Elisa, al que escribió El Patito Feo, al músico sordo que compuso la Quinta Sinfonía, al que echó a rodar por primera vez una rueda, al que logró por primera vez que prendiera una bombilla, al que por accidente descubrió la penicilina, la que acuñó la primera moneda, al que construyó el primer arado, al que elaboró el primer yogur, al que supo transformar una cuña de madera en un lápiz, al que inventó la silla, el reloj, los fósforos y el sacapuntas, la tinta y la televisión, y al que se le ocurrió mezclar el chocolate con la leche, al que creyó que de un líquido viscoso que brota de la tierra serviría para que los coches se movieran, fabricar el nailon o asfaltar los caminos.

                En alguna parte deben de vagar niños errantes que no podrán reírle las gracias a los titiriteros ni aplaudirán las cabriolas de los saltimbanquis, pupitres vacíos que no podrán ser ocupados, talleres de orfebres sin orfebres, poemas sin poetas, canciones sin autor, amantes que morirán solos a falta de hallar la mano única en la que colocar un anillo de esposos, enfermedades que seguirán destruyendo vidas y corrompiendo cuerpos porque se habrá disuelto en el espacio el científico que iba a descubrir el remedio que las curase.

                Aún no es tarde para pararle los pies al verdugo que acampa en las pesadillas de Marta.  Por una sola vida que escape a su carnicería habrá valido la pena gritar hasta quedarnos sin voz, caminar bajo el aguacero y llegar con los pies ensangrentados adonde una mujer se enfrenta a la lucha de tener o no a su hijo, espere una palabra de aliento, un ejemplo valiente que le diga: Ánimo, no tengas miedo. Este hijo tuyo es también el nuestro. Hay tantas embarazadas que necesitan de una palabra sanadora, de una mirada a tiempo, de una sonrisa que aleje una tormenta cuando los pies pesan y se vive como si se permaneciera  siempre encaramado en la cornisa de un rascacielos. La fuerza que empuja a una mujer a ser madre es capaz de derribar los muros de las fortalezas y arrancar de cuajo las raíces de árboles centenarios.



                Dios es ese mago que transforma los huevos en pájaros, que sacude los árboles en otoño y hace brotar de los campos yermos las rosas y las margaritas, el trigo y el centeno. Dios es ese prestidigitador incansable que oculta tesoros en los fondos marinos y en el corazón del bosque, que esconde en las profundidades saladas o donde se intrica la selva animales y especies que sólo Él ha visto, para demostrar al mundo que, aunque haya permanecido cien millones de años sobre la tierra, nunca descubrirá todas las obras de su creador.


                Cada hijo devorado por las trituradoras donde los médicos se pasean con una taza de café en la mano y un sueño de un hogar en la sierra, nos convierte a todos en huérfanos y viudos. Todos los brazos son necesarios para seguir levantando el mundo, pero el hombre ha amputado tantas manos que la tierra comienza a tambalearse, herida ya de muerte. Y siempre habrá en los sueños de las Martas del mundo una madre aguardando el regreso imposible de un hijo muerto.















4 comentarios:

  1. Impresionante relato. Con tu permiso lo compartiré un día en mi blog, enlazándolo al tuyo. Un fuerte abrazo

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  2. Uf.....no deja de estremecer tu entrada Saulo...que tristeza mas tremenda.....no sabes que rezo mucho por estas madre frustradas por el engaño del maligno..que las deja atadas de pies u manos y mente...para gozar de la libertad dela Vida y poder asi Amar.......y me hago la pregunta: Que privilegio tengo yo....si he salido de ese tormento? cuantas oraciones por mi alma abré recibido...pues no soy mejor que ninguna de ellas......
    Que sufrimiento mas enorme el que describes......

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  3. Paradójica la entra espero que no sea cierta porque de serlo es triste y penosa para la protagonista y sobre todo paradójico pues quien anda salvando vida de animales no tiene un apice de dúda cuando se trata de matar a un semejante que ademas lleva en sus entrañas. Lamentable....., de ser cierta esperemos que se de cuenta y vuelque su lucha en contra del grave error que ella cometió y su conciencia le recuerda de día y de noche. Una oración por ella y todas las personas que piensan que cinco minutos les va a librar de un problema sin darse cuenta de que lo que se crean es uno mayor para toda la vida. Como de costumbre magnifica entrada.

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  4. Que tristeza tan profunda.

    Mil bendiciones.

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