lunes, 10 de septiembre de 2012

La Cruz y el Microscopio




Blas Pascal se preguntaba: “¿Puede Dios caber en mi cabeza? Una vez planteada la incógnita, el propio matemático y filósofo francés daba la respuesta: “La grandeza de un hombre está en saber reconocer su propia pequeñez”. Pascal, que fue el primero en aplicar el cálculo de probabilidades para establecer la existencia de Dios, prefería equivocarse creyendo en un Dios que no existiese, que equivocarse no creyendo en un Dios que existiese. “Porque, si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo.”

La Fe del Carbonero           

            -Oye, carbonero, ¿tú en qué crees?

            -En lo que cree la Santa Iglesia.

            -¿Y qué cree la Iglesia?

            -Lo que yo creo.

            La fe del carbonero es la que es incapaz de dar razones de su fundamento porque es una creencia ciega que no está interesada en dar respuestas sobre la que se sostiene. Es una fe iletrada que vive feliz en su ignorancia, que cree porque sí, porque se lo dijo su madre que era una santa y ella jamás le mentiría. Es una fe arraigada en la tradición, en la que le transmitieron sus padres y abuelos, que rechaza cualquier intento de ser razonada o razonable porque, para el carbonero, Dios se basta por sí mismo y cualquier argumento es innecesario. Es la fe que se quedó varada el día de la primera comunión, que no precisa apoyarse en la muleta del teólogo en un brazo y la del científico en el otro. La que “ni entiende lo que cree y, por no tener razones para creer lo que cree, ni sabe darlas a quienes se la piden, ni rebatir las que le dan para negarla”.

            Para Benjamín Franklin, el camino para ver con la fe es cerrar los ojos de la razón. Quizás por eso Nietzsche, el filósofo que quiso matar a Dios, le responde que “tener fe significa no saber la verdad”, pero Víctor Hugo impugna su ateísmo llamando desgraciado al que no cree en nada. La fe empieza donde termina el orgullo, remata Lamennais, y en ella “no hay espacio para la desesperación”, diría Ghandi.

La Fe Ilustrada

            San Agustín fue uno de los primeros que se esforzó en casar en santo matrimonio a la fe y la razón. “No todo el que piensa cree, pero todo el que cree piensa. Porque la fe, si lo que cree no se piensa, es nula”. Para el Obispo de Hipona no le basta con aceptar la fe, el creyente necesita comprenderla y hacérsela comprender a otros. Fe y razón no sólo se complementan, sino que además se necesitan.

            Por ello San Agustín pelea con un brazo con los racionalistas, y con el otro se faja con los fideístas o, más castizamente, con los carboneros. A los racionalistas les pide que crean para que comprendan; a los últimos, que comprendan para que crean. “Creer para entender, entender para creer”.

Carboneros e Ilustrados

            En resistencia a San Agustín y su defensa del vínculo entre fe y razón, en el siglo XIX surgieron dos enfoques que, desde entonces, ponen su empeño en enfrentarse: el fideísmo y el racionalismo.

            El fideísmo no quiere saber nada de argumentos que expliquen y sostengan la fe. Lo confían todo a la palabra de Dios. A Dios, según ellos, no se llega por la razón, sino por la fe. El fideísmo viene a ser la versión protestante de la fe del carbonero. Para los hijos de Lutero, la razón “es la gran prostituta del diablo”. Quizás por eso la Teoría de la Evolución entre los cristianos es combatida con mayor encono entre los incondicionales de la reforma protestante que entre los católicos. Chesterton explica muy bien la postura católica:

            “Si la evolución significa, simplemente, que algo positivo llamado mono se convirtió, muy lentamente, en algo positivo llamado hombre, entonces es inofensivo hasta para el más ortodoxo, porque un Dios personal puede hacer las cosas tanto lenta como rápidamente, en especial si, como el Dios cristiano, está fuera del tiempo”.

            Los padres de la Iglesia fueron conscientes que, si se buscaba el sentido literal de los pasajes bíblicos, hallaríamos grandes incongruencias. La Biblia no está escrita por un solo escritor, aunque todos ellos fueran inspirados. Éstos relacionan con sus palabras los conocimientos que poseían y que eran reconocibles para sus contemporáneos. Describían las cosas con el lenguaje de su época y según su formación intelectual, y muchas de ellas eran conocidas imperfectamente por el autor de ese tiempo. Por ejemplo, en las Escrituras se llaman aves a los murciélagos y sabemos que son mamíferos; el sol y la luna son designados como grandes lumbreras. Para San Jerónimo, “muchas cosas en la Sagrada Escritura están relacionadas según la opinión de la época en la que se dice que sucedieron, y no de acuerdo a la verdad objetiva”.  El historiador narra muchos acontecimientos de acuerdo con la creencia general de ese momento.

            El fideísta o carbonero, se aferraría a la versión del Génesis de que el Universo fue creado en seis días. Hoy sabemos que esos días son tiempos o plazos de tiempo toda vez que se ha precisado que la antigüedad del cosmos es de unos quince mil millones de años. Dios es eterno y esa cifra mareante de miles de millones de años para Él no significa nada, pero contado con el lenguaje de hoy y los descubrimientos actuales al hombre de aquella época, hubiera resultado incomprensible. Sin duda alguna, Noé, obedeciendo a Dios,  metió en su arca a una pareja de cientos de especies distintas, pero tampoco es concebible que de una nave de ciento cincuenta metros de largo por veinticinco de ancho, pudiera meter el bueno de Noé un ejemplar macho y hembra de cada especie, toda vez que actualmente hay registradas en el mundo más de un millón de variedades y se estima que hay, al menos, el triple por descubrir.

            “La fe no necesita pruebas, pero sí al menos de signo en los que apoyarse”. Tomás de Aquino argumenta que  enseñar a alguien para atraerlo a la fe es tarea de todo creyente. San Pedro pedía a los suyos estar siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos pida explicaciones.

            El racionalismo sólo confía en lo palpable, en lo demostrable en la práctica y en lo desmontable y diseccionable con instrumental de laboratorio, los que querrían hallar el alma entre los entresijos viscerales de una autopsia.  “Los fideístas son ciegos para la razón natural; los racionalistas son ciegos para la razón sobrenatural. Por un lado y por otro, ambos mutilan la razón”.

            Nosotros, obedeciendo a Santo Tomás y a San Pedro, debemos dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza. En ello estamos.





3 comentarios:

  1. Hermano Saulo,mi ignorancia es tan grande y profunda...Q verguenza.
    Su blog me ayuda bastante a ir saliendo de ella,a ver la luz real,no la de una vela,que al soplarla se apaga o se extingue.
    Ojala Dios me de el tiempo de salir mas de ella.
    Mil gracias y bendiciones.

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  2. Que bien lo explicas Saulo...estoy casada con un cientifico y yo soy pianista.....el milagro lo veo cada dia en el Amor que nos Une en santo matrimonio....hay cosas que tengo certeza dentro de mi y No puedo explicar, como la Cruz en momentos concretos de mi vida...pero el ir adentrandome en la Razón iluminada por la Fé hace que viva mi Fé mas claramente.....Me encantan S to Tomas y S Agustin....pero la vida de ciertos santos me han aportado muchas "Luces" y ahora estoy con Chesterton, leyendo Ortodoxia, un libro que viene a iluminarme mucho mi caminar en la Fé.

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  3. Ya he vuelto de mi peregrinación, tengo que ir poniendome al dia en las entradas que he perdido. Veo que por este blog hay algunas muy, muy interesantes, ya iré leyendolas.
    Un abrazo.

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