Yo
conozco una Iglesia que no sale nunca en los periódicos. A la que ningún
paparazzi persigue para hacerle fotos comprometedoras cuando cuida al
convaleciente o da de comer al hambriento; que no sube a la palestra de los
programas de chismes porque ella no está interesada en sacar los trapos sucios
de nadie. Yo conozco una Iglesia que tiene un millón de historias que contar
pero ningún periodista interesado en contarlas.
Yo conozco una Iglesia que madruga
en miles de monasterios para cantarle y rezarle a Dios con cantos y alabanzas,
que cuando otros duermen sus sueños de plata y de fama, ella está al pie del
enfermo que sufre, del pecador que agoniza, que lava al leproso y viste al
desnudo, que visita al preso y lleva consuelo a la viuda. Yo conozco una
iglesia de cientos de miles de sacerdotes honestos que oran y laboran desde el
canto del gallo hasta la medianoche, que parten el pan de Cristo y lo reparten
a los hermanos, que enjuaga las manchas de tantos pecados y suelta las cadenas
de tantos pecadores.
Yo conozco una iglesia que siempre
tiene la mesa puesta para el fugitivo que huye de la crisis, que es el puerto
donde recalan las barcas de tantos inmigrantes que naufragan en las playas de
los paraísos del hombre rico. Una iglesia que educa en la escuela y en la
Universidad, que sana en hospitales y dispensarios, en leproserías y
ambulatorios, que atiende los viejitos en los asilos, que enseña en la
catequesis, que alberga en sus templos miles de museos donde exponen durante
todo el año pinturas, esculturas, retablos y cálices de artistas
extraordinarios y de pintores y escultores anónimos.
Yo conozco una Iglesia que vive
perseguida en tantos sitios, que conoce historias de mártires asesinados y
encarcelados por razón de su fe, que celebra la eucaristía a escondidas, en
lugares donde ser fiel a Cristo es la mayor y la peor de las traiciones. Una
Iglesia que es torturada y silenciada, que riega de sangre y de lágrimas la
tierra donde sobrevive con heroísmo, donde no sólo le es arrebatada la libertad
y la palabra, sino la misma vida.
Yo conozco una Iglesia que sufre
como nadie con el mal ejemplo de los cristianos deshonestos. Que ha aprendido a
vivir con ellos desde que Judas traicionó al Maestro, pero que sabe que no se
puede arrancar la cizaña sin extirpar también el trigo, y dos mil años de
siembra dan para muchas y muy buenas cosechas: la de Benito de Nursia y sus
monjes copistas que salvaron la cultura antigua, la de san Francisco y santo
Domingo, la filosofía de Tomás de Aquino, la fundación de las universidades y
el auge de los hospitales, de haber puesto al servicio de la fe la música de Beethoven
y Mozart, la pintura de Velázquez, Murillo y Tintoretto, las esculturas de
Miguel Ángel, la mística de Santa Teresa; la que levantó catedrales hace mil
años y hoy siguen en pie en su adolescencia eterna, la que expandió la
arquitectura gótica y el arte románico; la que consagró a Dios el pincel y la
piedra, las notas y las letras.
Yo conozco una Iglesia que, en
efecto, tiene muchos tesoros. Las prostitutas, los drogatas, los alcohólicos,
los contagiados de sida y malaria, los huérfanos y los sin techo, los
hambrientos y todos los parias de la tierra, los hombres sin patria que les
acoja ni horizonte al que dirigirse. La que recoge con la derecha las limosnas
de los cepillos de las misas –la que cada fiel entrega según la profundidad de
su cartera o la grandeza de su generosidad- y la dona con la izquierda para
pagar alquileres o llenar la despensa de los que lo han perdido todo.
Yo conozco una Iglesia que todos los
días pone la cara para que se la parta todos los matones tramposos que, en el
nombre de la modernidad y el laicismo, lanzan sus guantes llenos de piedras
para hacer callar a la única voz que les repite una y otra vez que no existe
paraíso en la tierra. Una Iglesia que se deja escupir por los que quieren
cambiar la moral de los diez mandamientos por la ética del sálvese quien pueda,
la filosofía del placer a cualquier precio y el individualismo a toda costa.
Yo conozco una Iglesia que lleva
diciendo lo mismo desde hace dos mil años, que sigue proclamando hoy lo mismo
que Cristo predicó en los montes de Judea y en las sinagogas de Galilea, que
por ser la institución más antigua, es al mismo tiempo la más moderna, porque ella,
en su peregrinar por el tiempo, ha tenido muchas veces que levantar la pierna
para no tropezarse con los cadáveres de imperios, doctrinas y herejías que
surgieron para vivir, al menos, mil años. Una Iglesia que se aferra a su
doctrina y a sus dogmas porque es el secreto que la ha hecho tan vieja en el
tiempo y tan joven en su presencia.
Ésa Iglesia es la católica, y yo
estoy orgulloso de haber sido bautizado en ella.
¡fantástica entrada!
ResponderEliminarHola, supongo que no me conoces. me llamo Adela y de vez en cuando entro a leer tu blog, me lo recomendo Angelo un dia y la verdad es que me encsanta. Esta entrada es magnifica. Si me lo permites, me gustaria traducirla al Ingles y colocarla en mi Facebook. Me dejas? Un fuerte abrazo y gracias por tus post!
ResponderEliminarHermano Saulo que entrada tan divina.
ResponderEliminarMe lleno de orgullo,de amor,de alegria de saber que pertencemos a la misma iglesia...la amo!!!.
Tan imponente en palabras y obras y tan humilde a la vez.
Un abrazote y milll bendiciones.
Mil gracias!
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