domingo, 17 de octubre de 2010

De Cospedales y Malthusianos

Es legendaria la sorna gallega que sale a relucir, sobre todo, en momentos de aprieto. No sé si ustedes se acordarán de la UCD, aquel partido que fundó Adolfo Suárez y que gobernó España durante algunos años. Pues era una especie de jaula donde convivían juntos caimanes, orangutanes y periquitos. Durante algún tiempo todo fue armonía, hasta que al orangután le dio por desplumar al periquito y el caimán tuvo a tiro de mandíbula al gran simio. Aquello fue el sálvese quien pueda y las mujeres y los niños primero. En medio de la descomposición del partido, mientras el barco se hundía y en la cubierta la orquesta entonaba el "Nearer, my God, to Thee" (Mas Cerca, Oh Dios de ti) hasta que se hubo agotado el último salvavidas, Pío Cabanillas, otro gallego socarrón, lanzó una de sus frases lapidarias: “Yo ya no sé si soy de los nuestros”.

Cuando estuvo más enconada la refriega política sobre la última reforma del aborto, María Dolores de Cospedal se oponía a la nueva ley alegando que ésta no contaba con el consenso social. Con semejante argumento no me extraña que los matarifes abortistas lograran ampliar la licencia para que las trituradoras de bebés funcionasen a más revoluciones, o que ahora echen humo las cajas registradoras donde se cobra el peaje a las madres que no quieren ser madres.

Que no me hablen del consenso general como termómetro de la buena salud de sociedad. Poned frente a la televisión durante tres meses a media docena de doctores en astrofísica sentados frente a un televisor mientras obedecen con un movimiento de cabeza los péndulos que manejan las Esteban y los Wyomings, y cuando alguien, tres meses después, les apague el aparato, se levantarán media docena de idiotas convencidos de que el pan brota de los árboles o que avanzando hacia el horizonte hallaremos un valle remoto donde todos los hombres son inmortales, los músicos nacen con piano de cola y que al otro lado de donde se pone el sol, podremos, por fin, contemplar cómo llueve café en el campo. Eso sí, seguirán siendo media docena de idiotas con doctorado en astrofísica, porque nadie les va a quitar lo bailao.

En nombre del consenso el aborto ha arrojado a las alcantarillas a cientos de millones de muertos, generaciones invisibles y silenciosas que buscan sin tregua una lágrima que les llore o un nombre que les recuerde. En nombre del consenso Hitler llegó al poder, los vaqueros del Lejano Oeste colgaban a los sospechosos de cuatreros y los ateos votarían en referéndum que Dios no existe. En nombre del consenso se han proclamado dictaduras y se han sostenido a dictadores, la Revolución Francesa decapitó a reyes y clérigos y declaró que la Razón era una diosa.

El consenso es una viuda negra que asesina a sus maridos para quedarse con el botín. Imaginaos un auditorio repleto de gente y, al final de la sala, casi junto a la puerta, hay dos o tres tipos ingeniosos que tienen una idea extravagante. Como son muy simpáticos, van pidiendo permiso a los de delante para que les cedan su sitio, y todo el mundo lo hace porque sería muy descortés lo contrario. Poco a poco irán ganando terreno, cultivando simpatías y ganando adhesiones, hasta que lograrán colocarse en primera fila. Después será muy fácil llegar al estrado donde dirigirán el debate, manipularán al público y lograrán vendernos zapatos rotos. Porque los debates los ganan no el que argumente mejor sino el que grite más alto. No el que fundamente más razones, sino el que arranque más aplausos. Fue de esta forma como se legalizó el aborto en Estados Unidos, según el famoso caso de Jane Roe que se plantó en la sala de audiencias del Tribunal Supremo norteamericano solicitando permiso para abortar. Luego supimos que su nombre verdadero era Norma MacCorvey y que jamás abortó. Pero los habilidosos manipuladores de la punta de atrás del auditorio ya se habían colocado al frente del debate ya tenían no sólo permiso para cambiar los nombres de sitio, sino también de echar a la calle al dueño de la casa.

Hace casi dos siglos Thomas Malthus trató de convencer a sus contemporáneos de que en la tierra no cabía una persona más. Después de él no hay día que algún hijo de Malthus nos jure que se ha puesto a agudizar el oído y ha escuchado el tic tac de la bomba demográfica a punto de estallar. Nos lo recuerda en cada documental el National Geographic, el Príncipe Felipe de Inglaterra y hasta el Dalai Lama. Estos profetas que serían incapaces de acertar una quiniela después de haberse jugado todos los partidos, insisten en que no queda una lechuga que llevarse a la boca y que en los comedores de la tierra no hay sitio para un muerto de hambre más, y que acabaremos comiéndonos unos a otros. Así que condones para todos, que los estados implanten la política china de una sola pareja, un solo hijo, y que haber cuándo legalizamos la eutanasia.

También me entero por ForumLibertas que "Eric R. Pianka, profesor de Zoología en la Universidad de Texas, propuso en una conferencia el rociado aéreo del planeta con el virus del Ébola para exterminar al 90 por ciento de la población”. Y nadie corrió a inyectarle un chute de sentido común; al contrario, le nombraron científico distinguido.

Hay un fiscal canadiense que ha pedido que sea legal el matrimonio múltiple; es decir, que se puedan casar tres o cuatro personas con el mismo libro de familia. Pueden ser tres mujeres y un hombre, tres hombres y una mujer, un empate, todos del mismo sexo o todos los que quepan en un taxi, en un autobús o en el Ave Madrid-Barcelona.

Durante un debate reciente en el Reino Unido, una conocida proabortista confesó que si ella fuera madre de un bebé con una enfermedad severa, ella sería la primera en tapar su respiración con una almohada para que no sufriera más. Y claro, lo haría por compasión, ese sentimiento tan noble que hermana a toda la humanidad. Después del aborto por cuestiones de cupo y la eutanasia para los enfermos terminales, habrá quien pida desconectar los respiradores artificiales para el enfermo que, aunque no sea tan viejo ni tan enfermo, a lo mejor está solo o que el coste del tratamiento es demasiado gravoso para ser sufragado por la Seguridad Social, y faltan camas para que pase el siguiente. Luego se pondrán en la lista de espera de la eugenesia a los que tiene artrosis, a los que llevan dentadura postiza o los que del pecho le cuelgan una medalla cristiana.

Y que los Cospedales de turno no me digan que estoy exagerando. Si hace un siglo alguien hubiese pronosticado que en nuestros días los hombres se podrían casar entre sí, que muchos varones se amputarían los testículos y se implantarían vaginas, que quien nació hombre podría ser declarado mujer previo pago de una tasa y un asiento en el registro, que los niños pueden tener dos mamás y ningún papás, o dos papás y ninguna mamá, que las madres se alquilarían y los niños se comprarían; que el aborto se recetaría como si fuese una aspirina y los hijos se podrían pedir por catálogo a madres que anuncian sus vientres disponibles folletos como los que anuncian muebles de cocina; si hace un siglo algún lunático se hubiese subido a una silla en una plaza pública para anunciar que llegaría un tiempo en todo esto ocurriría, a ese profeta loco le hubiesen llamado iluminado y le hubieran querido desterrar al anillo de Saturno.