Nos duele
reconocerlo, pero casi todos pasamos por la vida como simples actores
secundarios. Ninguna calle llevará nuestro nombre, ni se levantarán monumentos
a nuestra memoria, ni en la placa de algún pabellón deportivo ni en la denominación
de ninguna escuela se acordarán de nosotros.
De secundario actuó Eduard G.
Robinson en Perdición, fascinado por
desenmascarar en los burladeros de las estadísticas al accidentado tramposo o
al homicida que espera salirse de rositas. Secundarios inolvidables fueron la
criada siniestra de Rebeca, la
señorita Rottenmayer, el pianista de Casablanca
y la criada negra de Lo que el viento se
llevó. Heidi no sería tan entrañable sin el abuelo y Blanquita,
Blancanieves sin los siete enanitos, ni el Rey
León sin Timón y Pumba. Secundarios memorables fueron Walter Brenan en Río Bravo¸ Peter Lorre en El Halcón Maltés o Harvey Keitel
interpretando a malos malísimos en Taxi
Driver y Pulp Fiction, o Dorothy
Malone haciendo de mujer fatal en El
Sueño Eterno.
Secundarios
irrepetibles fueron Sancho Panza, el doctor Watson y todas las madrastas de
todos los cuentos. Nadie mejor que ellos los que pronuncian la frase
lapidatoria, los que descargan los revólveres a quemarropa, los que aplastan la
colilla contra la suela del zapatos o los que escupen el tabaco mascado frente
a un fuego en una caravana que va camino del Oeste.
Secundarios
providenciales fueron las Marías que encontraron el sepulcro vacío, los
apóstoles que caminaron junto a Jesús, Zaqueo, la hija de Jairo y los leprosos
sanos. Secundarios imprescindibles de la vida son la segunda bailarina en la
compañía de ballet, la profesora sustituta, la señora de la limpieza y el que
arregla los enchufes. Casi todos somos secundarios en el decorado gigantesco de
la vida. Formamos parte del atrezzo silencioso e invisible que dota de fuerza a
la historia, hace creíble la trama y permite avanzar al argumento.
Muy pocos son
los elegidos para representar el papel de la figura del pop, el crack
futbolístico o la primera estrella cinematográfica. Pero ninguno de ellos
logrará subirse al escenario, marcará el gol que haga felices a una nación
entera o interpretar un papel glorioso, si detrás no le acompaña un ejército de
figurantes, maquilladores, utilleros, carpinteros y peluqueros que sostienen el
peso del tablao donde se desarrolla el vodevil de la vida y donde viven, aman y
mueren los protagonistas que recogerán todos los aplausos y suscitarán todos
los bravos.
Levantemos los
corazones, mantengamos la cabeza alta, el espíritu limpio y la mirada puesta en
Cristo redentor, y vivamos felices sabiendo que con nuestras pequeñas obras de
actores de reparto estamos dignificando la tierra que hemos heredado.