sábado, 4 de agosto de 2012

Disparen al Periodista





En otras épocas de la historia, ser mensajero era una profesión de riesgo. Se presentaba ante al rey un jinete exhausto después de atravesar media Europa  y, tras observar la cara de sofoco del monarca nada más leer el pergamino lacrado que informaba de algún desastre bélico o sobre un motín de sus vasallos, el emisario ya podía despedirse del caballo y darse de baja en el cuerpo de carteros reales.

                En este tiempo convulso de crisis, lo que toca es dispararle al periodista. Yo mismo me he agenciado una pistola de aire comprimido para cubrirme las espaldas cuando me acerco a leer la prensa diaria. No hay rastro de las buenas noticias. La prima de riesgo deja ver cada vez  más su feo hocico de suegra mal encarada. Cientos de españoles son empujados Pirineos arriba buscando ganarse el pan. Suben las patatas y baja la bolsa, la tijera de los recortes se ha amellado de tanto pasar su hoja afilada por el paño de subsidios, pensiones y salarios, y hasta algunos hospitales van a tener que cerrar por falta de fondos.

                Me entero por el padre Fortea de que los hombres de negro de la economía no son ninguna leyenda urbana, pero que no son esos policías de la ortodoxia financiera que escarban en los cajones de los contables públicos tratando de pillar  algún libro de contabilidad en B, o el fajo de billetes traspuesto por algún comisionista profesional. Qué va. Son, por el contrario, unos bandidos sin escrúpulos que han urdido un plan para dejar en bancarrota a la economía europea y a la yanqui.

                Por eso no me sorprende saber que alguien se ha propuesto construir una nueva arca, como la de Noé, y embarcarse a toda prisa antes de que una calamidad bíblica arrase a todo lo que se mueve. A estas alturas del anuncio, ya hay colas para sacar la tarjeta de embarque. Yo mismo, mientras escribo este post, me he puesto a aguardar turno para agarrar un sitio en la nave.

                Los grandes profetas del fin del mundo describieron el acabóse como una colosal catástrofe de sangre y fuego que descendía del cielo, tormentas de meteoritos lloviendo sobre nuestras cabezas, cientos de millones de seres humanos sucumbiendo al desastre final.

                Quién sabe si ese cataclismo definitivo no tiene que ver menos con la furia de la  naturaleza que con la mano del hombre. De ese ser que ha dejado de creer en Dios para adorarse a sí mismo y proclamarse juez de la vida y de la muerte, que experimenta en los laboratorios con las probetas de la clonación, la selección embrionaria, los bebés medicamente; de ese hombre que se cree eterno y ama al dinero por encima de todas las cosas.

                Pero la riqueza es una concubina de lujo a la que es muy difícil seguirle la marcha de su paso de manirrota. La misma España que en otros siglos se consagró a los Corazones de Jesús y de María, ahora le ha alquilado a Satanás un bajo espléndido donde ha abierto una taberna. Durante décadas, los adoradores del becerro de oro que nos han gobernado nos hicieron pasar como los nuevos ricos que se codeaban con los más listos de la clase. A cambio de unas sobras en la mesa de los poderosos, hemos querido ser los más audaces con el aborto o las uniones del mismo sexo. Por ello hay quien piense que esta crisis es la factura que nos pasa la justicia divina, que seguiremos hundiéndonos en el arenal movedizo del crack económico hasta que rompamos tantos contratos que hemos firmado con el diablo, o, de lo contrario, continuaremos cocinándonos en el caldo de nuestras renuncias morales.

                El hijo pródigo no volvió hasta que se gastó todos los cuartos de la herencia. Hay quien piensa que si la fortuna recibida hubiese sido más cuantiosa o que si se hubiese banqueteado menos espléndidamente, el regreso lo hubiese emprendido mucho después.
                España es ese hijo pródigo que se cepilló la plata en malas compañías políticas, que corrió de su cuenta la orgía de tantos juerguistas inconscientes, y ahora que ya saborea el amargo sabor de las algarrobas reservadas a los puercos, necesita emprender el camino de regreso a la casa del padre.

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