viernes, 24 de agosto de 2012

Pena de Telediario

Poco se imaginaba Cecilia Giménez el domingo, cuando salía de misa, que unos pocos días después su nombre, su cara y su traspiés iban a dar la vuelta al mundo.

                ¿Qué es lo que hizo esta anciana octogenaria a cargo de un hijo impedido para que fuese condenada a pena de telediario? ¿Robó a punta de pistola alguna sucursal bancaria? ¿Huyó con el dinero del cepillo de la iglesia? ¿Cometió alguna estafa financiera? ¿Descargó sobre algún asilo una ráfaga de metralleta? Su enorme pecado mortal, por el que su cara y su nombre han sido crucificados en los platós de medio mundo, fue el intentar restaurar –con escaso gusto y menos pericia- un retablo de dudoso valor artístico colgado en el monasterio de su pueblo.

                Es muy probable que la viejecita lleve toda su vida entrando y saliendo de la iglesia, arreglando flores, limpiando los suelos o lavando las ropas litúrgicas. Miles de veces se habrá arrodillado para rezar una plegaria por los suyos y por los otros, por el hijo minusválido y por la paz del mundo. Habrá llevado una vida recogida y austera, de trabajo, oración y vida familiar haciendo el bien de una manera discreta y cristiana. Pero ahora, de la noche a la mañana, se ha convertido en el centro de la diana en la que todos los graciosillos del mundo les lanzan sus pedorretas groseras y sus chistes del mal gusto. ¡Tuiteros del mundo, uníos: hay una anciana en el plató del club de la comedia!

                Cualquier instrumento, en las manos equivocadas, puede convertirse en un arma de destrucción masiva. Las redes sociales tienen su utilidad social cuando sirve a la policía para coger a pornógrafos y acosadores sexuales, para mover los corazones y los bolsillos por cualquier causa justa, para evangelizar y llevar esperanza a personas rotas. Pero, como el cuchillo que lo mismo sirve para trocear los alimentos que luego nos alimentan que para herir y matar; como la boca que sirve para besar, decir te quiero que para insultar, mentir o escupir, facebook, twiter y tuenti se convierten, en muchas de las ocasiones, en los tirachinas públicos donde los insultadores profesionales hacen carrera. Todos sabemos que  los gamberros de la clase siempre se sientan en la parte trasera del aula y, a través del tubo vacío de los bolígrafos, lanzan sus bombas de papel contra los compañeros más débiles. Esas redes sociales son los nuevos lanzahuevos y tiratomates modernos, pero amparados en la cobardía del anonimato y la distancia.

                Desconozco cuál es el mecanismo por el que un suceso anecdótico como éste se convierte en noticia bomba y por qué en otros casos acontecimientos objetivamente trascendentes pasan desapercibidos. De lo que estoy convencido es que ello no tiene una explicación inofensiva. Esos periódicos de medio mundo que han colgado en sus páginas la foto de Cecilia porque ha cometido un desliz de aficionada con buena voluntad, son los mismos que silencian que en Siria hay unos dos mil cristianos refugiados en un monasterio, tiroteados día y noche, sin comida ni agua. Son los mismos que no le dedican ni dos líneas a la matanza casi diaria de cristianos en Nigeria. Los que callan por la persecución religiosa en Asia y no se escandalizan al saber que una niña de once años, con síndrome de Down, podría ser condenada a muerte por blasfemia.

                La auténtica blasfemia, el verdadero sacrilegio no es el artístico que cometió Cecilia, sino la de esos tuiteros tan simpáticos que se han llevado las manos a la cabeza por la restauración libre de la viejita y han aprovechado la visita para colgar montajes blasfemos sobre el Ecce Homo insertando de matute, en lugar del rostro de María, caras de chimpancés, hombres elefantes o extraterrestres.  La auténtica blasfemia son las de todos esos que se han apresurado a coger la carretera y peregrinar hasta el remoto pueblo de Cecilia, a fotografiarse con menos ropa que vergüenza, junto a la imagen retocada.

                ¿Alguien es tan ingenuo para creer que todo este pollo mediático es porque una obra de arte ha sido maltratada? Les importa un tuit. La mayoría de ellos no sabrían separar una obra de Velázquez o Caravaggio del mural de un grafitero. Lo que encuentran desternillante es que el desliz de una artista de pueblo con buenas intenciones, les ha valido para mofarse de lo religioso y lo católico.

                Mientras Cecilia Giménez ha sido condenada, sin juicio previo ni abogado que la defienda, a una semana de pena de telediario, en el sur de España un puñado de utópicos de alpargata recorren pueblos  asaltando supermercados, ocupando ilegalmente fincas y hoteles, o aterrorizando a empleados de banca. Cuando llegan a los pueblos, esos descamisados son recibidos bajo palio como si fueran los héroes del día de la victoria. ¡Qué valiente es burlarse de una vieja! Y qué heroico es aplaudir a los rateros de supermercado.
               



3 comentarios:

  1. ¡Felicidades por el post! En el año de la fe que está apunto de comenzar, tendremos algunos de estos númeritos mediáticos.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. Curiosamente la primera vez que vi la famosa imagen pensé que era un chiste de algún graciosillo. Cuando vi la noticia, vi al graciosillo en si, hay que ver que bien la lia el demonio y sus súbditos.Todo lo que se ha montado. Yo pensé como tú, me paré a pensar en cuanto bien habria hecho esa mujer en el cuidado y al servicio del templo y en lo que se iban a fijar nada más. Venga ya, si se puede restaurar todo, hasta lo que esta señora ha hecho. ¿porque nadie dice eso? Yo siento vergüenza ajena pero no por la señora, sino por la manada de hienas en que nos estamos convirtiendo. Yo ya no lo veo como los gamberros de la última fila, las hienas seguramente tienen mejores sentimientos.
    Perdona si soy un poco bruta escribiendo, pero es que me indigno.

    ResponderEliminar