domingo, 19 de agosto de 2012

Quédate con las Golosinas


A esa hora de la tarde, en el supermercado había media docena de clientes haciendo cola para pasar la compra por caja. En primera fila, junto a la cajera, una mujer de treinta y tantos  escarbaba en el monedero como buscando un tesoro escondido. Sentado en el asiento del carro, un niño de unos cinco años jugaba con un paquete de golosinas.

                -¿Cuánto ha dicho que me falta? –preguntó la mujer a la cajera.

                -Veintitrés euros con quince céntimos.

                La señora respiró hondo y echó un vistazo a los artículos que había ido metiendo en el carro. Tenía que decidir lo que debía dejar atrás, y eso era como tener que escoger entre lo esencial y lo básico. Eligió un paquete de cereales, unas galletas y un envase de arroz.

                La señorita retiró los productos rechazados y, cuando los iba a meter en la cesta de las devoluciones, el señor que esperaba detrás, la detuvo:

                -Espere un momento, señorita, me hacen falta esos productos. Déjemelos que yo me los llevo.

                -Muy bien, señor –dijo, y luego, dirigiéndose a la mujer del niño:

                -Aún le faltan más de dieciocho euros.

                Quitó los huevos, un paquete de pan de molde y un par de envases de zumo.

                -¿Quitando esto ya me da?

                El hombre le hizo señas que también se quedaba con la segunda remesa de cosas rechazadas.

                -Trece con treinta le faltan, señora. ¿Por qué no quita también las chuches del niño?

                -Esas nos la llevamos –dijo la cliente, y siguió quitando productos otras dos veces, pero de seis en seis.

                -Qué cabeza la mía, señorita –volvió a insistir el hombre reclamando las cosas-. También se me olvidó comprar esto; me los llevó.

                La compra se quedó en la mitad, pero aún le faltaban cincuenta céntimos.

                -No se preocupe que el medio euro lo pongo yo –respondió la cajera, malhumorada después de ver que la cola seguía alargándose.

                -¿Me puedo quedar con las chuches, mami?

                -Sí, mi cielo, nos la llevamos.

                La mujer llevaba los ojos rayados en lágrimas, pero escapó de situación tan engorrosa con una sonrisa y mucha dignidad.

                Ya había bajado las escaleras mecánicas arrastrando el carro de la compra con una mano y con la otra agarrando la del crío, cuando, desde alguna parte, oyó un sssss que la llamaba.

                -Un momentito, señora –dijo una voz de hombre-.

                Era el cliente que había acaparado los productos que la mujer no pudo pagar.

                -Todo esto es suyo, señora.

                -¿No eran cosas que le hacían falta?

                -Le pido perdón: soy un mentiroso. Verá, pocas veces tengo la ocasión de ser bueno con alguien. Si me hace el favor de aceptar estas cosas, me hará un hombre feliz. Quizás para usted eso no signifique nada, pero para mí eso es mucho.




                Esa semana, en la casa de esa familia, madre e hijo pudieron comer todos los días.

               


No hay comentarios:

Publicar un comentario