viernes, 7 de septiembre de 2012

Las Llamadas Extraordinarias




Dios llama a la conversión de distintas maneras. La mayoría de las veces nos viene por medio de la oración y el ofrecimiento de otros; otras sale al encuentro de aquellos que le buscan en las lecturas sagradas o en los escritos de santos y de místicos. A veces  necesita dar un grito o hacer una cabriola para que dirijamos toda nuestra atención hacia él.

            En los siguientes post vamos a ver el testimonio de algunos que sufrieron una sacudida, desde posiciones increyentes o ateas, por el contacto con una palabra, de una presencia misteriosa o de una luz cegadora.

            Adolfo Reté fue un escritor francés de principios del siglo XX. Él mismo cuenta como fue en su juventud:

            “Apenas llegado a la edad adulta, llegué a ser ateo convencido, un materialista militante. Me uní a los enemigos de la religión y tomé parte en todas sus acciones abominables. Desde los 18 años, comencé un período de locuras y desórdenes, de los cuales me horrorizo y reniego de todo corazón… En todas partes de Francia sembraba el odio a la Iglesia católica e insultaba a Cristo, a quien llamaba, con desprecio, el galileo”.

            Durante mucho tiempo atrapado por una relación tormentosa con una mujer de ojos negros, pero no fue feliz.

            En 1906, regresó a París y comenzó a frecuentar los salones mundanos, pero se sentía insatisfecho, vacío y triste por dentro, hasta el punto que la idea del suicidio le rondaba cerca. Una tarde, decide entrar en la catedral Notre Dame, que estaba casi desierta, pero se queda en la puerta y dice: Dios mío, ten piedad de mí, aunque sea un grandísimo pecador. Ayudadme.

            Unos meses más tarde visita el santuario de Cornebiche y le dice a la Virgen: Algo me ha empujado a venir aquí. Hasta ahora, nunca te he invocado. A ti, a quien los fieles te invocan, acudo para que le pidas a tu Hijo que me diga qué debo hacer. Entonces, oye una voz dulcísima en el interior de su alma, que le dice:

            “Vete a encontrar un sacerdote. Libérate del fardo que te aplasta y entra sin miedo en la Iglesia católica”.

            De padres católicos alemanes, María Meyer Sevenich fue durante décadas atea y comunista.

            Así explica cómo descubrió la fe:

            El hecho que determinó mi conversión fue más que singular. Mis paseos, casi diarios, me conducían con regularidad a una iglesia de moderno estilo en la que permanecía muy a gusto. Encontraba ahí una paz inédita, un bienestar desconocido, al que me abandonaba sin pensar mucho sobre ello. Creía que se debía simplemente al silencio y tranquilidad del recinto, en el que permanecían silenciosas otras personas. Cuando, después de algunos años, visité nuestras iglesias católicas con la fuerza y entrega de la fe reencontrada, reconocí que aquella paz provenía de la presencia de Jesús Eucaristía, que me había atraído irresistiblemente en los agitados años de mi época marxista...

En 1942 fui detenida por la Gestapo. Fui acusada de alta traición y me preparé a escuchar mi sentencia de muerte, pero eso no ocurrió. Un día, me hallaba sola en mi celda de prisionera sumida en el estudio de un tema científico. De pronto, entendí con súbita claridad:

            -“Dios existe”.

             Unos minutos después:

             “Jesucristo es Dios”.

            Y finalmente:

            “La Iglesia católica es la única verdadera”.

            Conservo siempre actual y vivo el recuerdo de mi reacción. No estaba excitada ni conmovida. Había surgido en mi mente la certeza irrefutable sobre estas tres verdades ante las cuales enmudecían todas las dudas y vacilaciones... Medio año después, hice mi confesión general y recibí de nuevo la comunión. A partir de entonces, mi vida ha sido un continuo caminar hacia la Luz. Aun en medio de las miserias y sufrimientos de casi tres años de cautiverio, continuamente en peligro de muerte, en medio de la tremenda prueba de la postguerra, cada vez veía con mayor claridad y aumentaba mi fe.

            Alberto Leseur era un rico empresario, agnóstico y antirreligioso que había luchado para arrebatarle la fue a su esposa recién fallecida. Él nos lo cuenta:

            Elizabeth (mi esposa) había orado mucho por mi conversión. En el mes de agosto de 1914, casi cuatro meses después de su muerte, la guerra acababa de declararse y el consejo de administración de la empresa que yo dirigía me confió la misión de salvaguardar la fortuna de la compañía. Yo me puse de acuerdo con el presidente para transportar todo el dinero y cosas valiosas. Debía partir el 31 de agosto, acompañado de mi secretario y de dos mozos, pero, la salida resultó imposible... La víspera, el pánico se había apoderado de París y el éxodo masivo había comenzado. Yo estaba bloqueado en Paris sin poder salir, cuando, al último momento, todo se me facilitó contra todas las previsiones humanas, por un concurso de circunstancias demasiado extraordinarias para que la intervención de lo Alto pareciera innegable... Baste saber que llegamos a Vierzon, donde tomamos un tren para llegar a Bordeaux, después de muchas vicisitudes por Limoges, Perigueaux y Coutras.

 
A duras penas, habíamos podido entrar en un vagón lleno, donde se iba a decidir el futuro de mi vida... Yo estaba en el tren pensando en los acontecimientos de nuestro país (en guerra), cuando, de repente, una voz interior habló a mi conciencia: “Si tú has podido dejar París de una manera tan inesperada, no creas que sea para salvaguardar tus intereses materiales, que te han sido confiados... Esto era necesario para que te sea posible ir a Lourdes, donde Dios te espera. Lourdes es el  verdadero término de tu viaje. Tú debes ir a Lourdes, vete a Lourdes”. Mi primer pensamiento fue de estupor. Yo me preguntaba, si no estaba dormido o era todo un sueño. Yo, sin embargo, estaba bien seguro de que estaba despierto. Me di cuenta de que el tren estaba entre Chateauroux y Limoges, que eran las dos y media de la madrugada y yo me esforzaba en luchar contra aquello que me parecía extravagante; pero, de nuevo, se repitió la misma voz más imperativa. Yo trataba de decirme que eso no era serio, pero la llamada se hacía cada vez más repetida, precisa y determinante. Yo reconocí la voz de Elizabeth y se levantó en mi espíritu como un gran resplandor.

Era lo sobrenatural que tomaba posesión de todo mi ser. Cesé de luchar, y me abandoné, me resigné y tomé la resolución y la promesa de que, después de llegar a Bordeaux para cumplir mi compromiso, iría Lourdes... Sólo a principios de octubre me fue posible ir a Lourdes. Yo llegué a donde: “Dios me esperaba”. No era el Lourdes animado por la multitud de peregrinos, ahora estaba casi vacío, un lugar propicio para la piedad individual. Yo estaba completamente solo, no hablaba con nadie, me aislaba lo más posible. Durante la semana entera, que pasé en esta santa ciudad, viví en el más absoluto recogimiento... Pero yo me sentía acompañado de Elizabeth, aunque invisible. Ella me dirigía y me conducía a Dios...

Una mañana, en la Gruta, al día siguiente de mi llegada, fui súbitamente conquistado. Mi voluntad fue dominada por una voluntad todopoderosa y exterior a mí. Era la acción misteriosa e irresistible de la gracia. Caí de rodillas, movido por esta fuerza superior, y me puse a rezar de todo corazón, suplicando a la Virgen María que pidiera a su divino Hijo que me perdonara, que me diera la fe y me tomara para sí. Yo había sido vencido y, cada día, renovaba esta petición... Disfruté de la dulzura de esos momentos en los que Dios se apodera fuertemente y para siempre del alma... Elizabeth me dirigió también a Lourdes en 1918, donde pasé dos meses para madurar mi vocación religiosa, que debía llevarme a la Orden de Predicadores..

Leseur se hizo sacerdote dominico y vivió hasta su muerte dedicado a la predicación, amando intensamente a María y a Jesús Eucaristía.



2 comentarios:

  1. Bello...bello.

    Feliz fin de semana Hermano Saulo,bendiciones.

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  2. Que hermosa entrada! ¡Muchas gracias!
    Dios le bendiga.Encantada de conocerle.

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