Dios llama a la conversión
de distintas maneras. La mayoría de las veces nos viene por medio de la oración
y el ofrecimiento de otros; otras sale al encuentro de aquellos que le buscan
en las lecturas sagradas o en los escritos de santos y de místicos. A veces necesita dar un grito o hacer una cabriola
para que dirijamos toda nuestra atención hacia él.
En los siguientes post vamos a ver el testimonio de
algunos que sufrieron una sacudida, desde posiciones increyentes o ateas, por
el contacto con una palabra, de una presencia misteriosa o de una luz cegadora.
Adolfo Reté
fue un escritor francés de principios del siglo XX. Él mismo cuenta como fue en
su juventud:
“Apenas llegado a la edad adulta, llegué a ser ateo
convencido, un materialista militante. Me uní a los enemigos de la religión y
tomé parte en todas sus acciones abominables. Desde los 18 años, comencé un
período de locuras y desórdenes, de los cuales me horrorizo y reniego de todo
corazón… En todas partes de Francia sembraba el odio a la Iglesia católica e
insultaba a Cristo, a quien llamaba, con desprecio, el galileo”.
Durante
mucho tiempo atrapado por una relación tormentosa con una mujer de ojos negros,
pero no fue feliz.
En
1906, regresó a París y comenzó a frecuentar los salones mundanos, pero se
sentía insatisfecho, vacío y triste por dentro, hasta el punto que la idea del
suicidio le rondaba cerca. Una tarde, decide entrar en la catedral Notre Dame,
que estaba casi desierta, pero se queda en la puerta y dice: Dios mío, ten piedad de mí, aunque sea un
grandísimo pecador. Ayudadme.
Unos
meses más tarde visita el santuario de Cornebiche y le dice a la Virgen: Algo me ha empujado a venir aquí. Hasta
ahora, nunca te he invocado. A ti, a quien los fieles te invocan, acudo para
que le pidas a tu Hijo que me diga qué debo hacer. Entonces, oye una voz
dulcísima en el interior de su alma, que le dice:
“Vete a encontrar un sacerdote. Libérate del fardo que te
aplasta y entra sin miedo en la Iglesia católica”.
De
padres católicos alemanes, María Meyer Sevenich
fue durante décadas atea y comunista.
Así
explica cómo descubrió la fe:
El hecho
que determinó mi conversión fue más que singular. Mis paseos, casi diarios, me
conducían con regularidad a una iglesia de moderno estilo en la que permanecía
muy a gusto. Encontraba ahí una paz inédita, un bienestar desconocido, al que
me abandonaba sin pensar mucho sobre ello. Creía que se debía simplemente al
silencio y tranquilidad del recinto, en el que permanecían silenciosas otras
personas. Cuando, después de algunos años, visité nuestras iglesias católicas
con la fuerza y entrega de la fe reencontrada, reconocí que aquella paz
provenía de la presencia de Jesús Eucaristía, que me había atraído
irresistiblemente en los agitados años de mi época marxista...
En
1942 fui detenida por la Gestapo. Fui acusada de alta traición y me preparé a
escuchar mi sentencia de muerte, pero eso no ocurrió. Un día, me hallaba sola
en mi celda de prisionera sumida en el estudio de un tema científico. De
pronto, entendí con súbita claridad:
-“Dios existe”.
Unos minutos después:
“Jesucristo
es Dios”.
Y finalmente:
“La
Iglesia católica es la única verdadera”.
Conservo
siempre actual y vivo el recuerdo de mi reacción. No estaba excitada ni
conmovida. Había surgido en mi mente la certeza irrefutable sobre estas tres
verdades ante las cuales enmudecían todas las dudas y vacilaciones... Medio año
después, hice mi confesión general y recibí de nuevo la comunión. A partir de
entonces, mi vida ha sido un continuo caminar hacia la Luz. Aun en medio de las
miserias y sufrimientos de casi tres años de cautiverio, continuamente en
peligro de muerte, en medio de la tremenda prueba de la postguerra, cada vez
veía con mayor claridad y aumentaba mi fe.
Alberto Leseur
era un rico empresario, agnóstico y antirreligioso que había luchado para
arrebatarle la fue a su esposa recién fallecida. Él nos lo cuenta:
Elizabeth (mi esposa) había
orado mucho por mi conversión. En el mes de agosto de 1914, casi cuatro meses
después de su muerte, la guerra acababa de declararse y el consejo de
administración de la empresa que yo dirigía me confió la misión de salvaguardar
la fortuna de la compañía. Yo me puse de acuerdo con el presidente para
transportar todo el dinero y cosas valiosas. Debía partir el 31 de agosto,
acompañado de mi secretario y de dos mozos, pero, la salida resultó
imposible... La víspera, el pánico se había apoderado de París y el éxodo
masivo había comenzado. Yo estaba bloqueado en Paris sin poder salir, cuando,
al último momento, todo se me facilitó contra todas las previsiones humanas,
por un concurso de circunstancias demasiado extraordinarias para que la
intervención de lo Alto pareciera innegable... Baste saber que llegamos a
Vierzon, donde tomamos un tren para llegar a Bordeaux, después de muchas
vicisitudes por Limoges, Perigueaux y Coutras.
A
duras penas, habíamos podido entrar en un vagón lleno, donde se iba a decidir
el futuro de mi vida... Yo estaba en el tren pensando en los acontecimientos de
nuestro país (en guerra), cuando, de repente, una voz interior habló a mi
conciencia: “Si tú has podido dejar París de una manera tan inesperada, no
creas que sea para salvaguardar tus intereses materiales, que te han sido
confiados... Esto era necesario para que te sea posible ir a Lourdes, donde
Dios te espera. Lourdes es el verdadero
término de tu viaje. Tú debes ir a Lourdes, vete a Lourdes”. Mi primer
pensamiento fue de estupor. Yo me preguntaba, si no estaba dormido o era todo
un sueño. Yo, sin embargo, estaba bien seguro de que estaba despierto. Me di
cuenta de que el tren estaba entre Chateauroux y Limoges, que eran las dos y
media de la madrugada y yo me esforzaba en luchar contra aquello que me parecía
extravagante; pero, de nuevo, se repitió la misma voz más imperativa. Yo trataba
de decirme que eso no era serio, pero la llamada se hacía cada vez más
repetida, precisa y determinante. Yo reconocí la voz de Elizabeth y se levantó
en mi espíritu como un gran resplandor.
Era
lo sobrenatural que tomaba posesión de todo mi ser. Cesé de luchar, y me
abandoné, me resigné y tomé la resolución y la promesa de que, después de
llegar a Bordeaux para cumplir mi compromiso, iría Lourdes... Sólo a principios
de octubre me fue posible ir a Lourdes. Yo llegué a donde: “Dios me esperaba”.
No era el Lourdes animado por la multitud de peregrinos, ahora estaba casi
vacío, un lugar propicio para la piedad individual. Yo estaba completamente
solo, no hablaba con nadie, me aislaba lo más posible. Durante la semana
entera, que pasé en esta santa ciudad, viví en el más absoluto recogimiento...
Pero yo me sentía acompañado de Elizabeth, aunque invisible. Ella me dirigía y
me conducía a Dios...
Una
mañana, en la Gruta, al día siguiente de mi llegada, fui súbitamente
conquistado. Mi voluntad fue dominada por una voluntad todopoderosa y exterior
a mí. Era la acción misteriosa e irresistible de la gracia. Caí de rodillas,
movido por esta fuerza superior, y me puse a rezar de todo corazón, suplicando
a la Virgen María que pidiera a su divino Hijo que me perdonara, que me diera
la fe y me tomara para sí. Yo había sido vencido y, cada día, renovaba esta
petición... Disfruté de la dulzura de esos momentos en los que Dios se apodera
fuertemente y para siempre del alma... Elizabeth me dirigió también a Lourdes
en 1918, donde pasé dos meses para madurar mi vocación religiosa, que debía
llevarme a la Orden de Predicadores..
Leseur se hizo sacerdote
dominico y vivió hasta su muerte dedicado a la predicación, amando intensamente
a María y a Jesús Eucaristía.
Bello...bello.
ResponderEliminarFeliz fin de semana Hermano Saulo,bendiciones.
Que hermosa entrada! ¡Muchas gracias!
ResponderEliminarDios le bendiga.Encantada de conocerle.