martes, 18 de septiembre de 2012

Moral a la Carta




Los cristianos tenemos nuestros referentes morales en los diez mandamientos, eso de no robar ni matar, respetar a nuestros padres y serles fieles a nuestros cónyuges. Las leyes humanas han ido enjuagando tanto las tablas dadas a Moisés, que los mandamientos inscritos en ellas aparecen difuminados por el mal de la piedra que, a medida que el ser humano se cree sabio y autosuficiente, se acerca más a sí mismo y se aleja más de Dios. Por eso el hombre de este siglo no debe afrontar graves crisis de conciencia si quiere ser infiel o si decide acabar con la vida del hijo que está en camino.

            Hasta mitad del siglo XX, el aborto estaba penado en la mayoría de las sociedades. Desde la llegada del cristianismo, la destrucción voluntaria de un ser vivo en el vientre materno al hombre de cualquier época le pareció un acto repugnante. Las convenciones modernas establecen ahora que lo monstruoso es que una madre no pueda decidir acabar o no con la vida del ser que está por nacer. Los principios morales dicen que los hijos no pueden pegar a sus padres, o que no debemos apropiarnos  de lo que no es nuestro. En estos días hay un puñado de revolucionarios de medio pelo que han decidido, en el nombre del pueblo, se puede robar en supermercados, ocupar fincas o asaltar bancos.

            Antes, a nuestros abuelos y nuestros padres les cuidábamos en casa hasta el fin de sus días: ahora las nuevas convenciones sociales nos autorizan a que, al primer síntoma de achaque agudo, le administremos una muerte rápida e indolora con un chute generoso de morfina.

            Si el relativismo logra que deje de tener vigencia hasta el último de los mandamientos, si consigue domesticar la conciencia y amaestrar los remordimientos con trucos de compasión engañosa y dosis de misericordia de lo que es políticamente correcto, el hombre incrédulo podría proponer cualquier sistema de valores basado más en el estómago, el bolsillo y la bragueta que en el espíritu y la conciencia. Podría establecer por decreto que las parejas no puedan tener más de un hijo o que el matrimonio sea cosa de tres. El primer caso ya ha sido establecido por ley en China desde hace décadas; del segundo acabamos de tener noticias desde Brasil cuando un juez ha dictado acto de patrimonio para un hombre y sus dos mujeres.

            Todo se tambalea donde falta la fe, diría Schiller. Porque el existencialista es un ser angustiado, para Dostoievski el secreto de la existencia humana no está en vivir sino en saber para qué se vive. Quizás por eso, este escritor ruso afirmó que a un ateo aún no lo había visto, sino que sólo se había tropezado con personas con desasosiego y que el que no cree está en el penúltimo escalón para ser un completo creyente. Su compatriota Tolstoi pensaba que Dios no tiene ninguna prisa por hacer conocer que existe, y Julian Green que el Creador no habla, pero que todo habla de Él. Newton dijo haber visto pasar a Dios por delante de su telescopio, y Einstein que el hombre se encuentra con Él detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir. Francis Bacon apuntó que un poco de filosofía conduce al ateísmo, pero que la filosofía fecunda lleva al hombre a la religión.

¿Ha triunfado el ateísmo?
            El británico Dawkins, del que ya hemos hablado, es un ateo furibundo que va soltando estacazos a todo aquel que se atreva a confesar su fe. Lo mismo fleta autobuses donde cuelgan mensajes en los que se afirma que, probablemente, Dios no existe, organiza campañas anticatólicas o urde planes para encarcelar al Papa. Este sujeto es el que postula que debe prohibirse a los padres que obliguen a sus hijos a recibir formación religiosa, porque, según él, la fe infecta e incapacita a los niños. Lo gracioso del caso es que este mismo personaje que lucha por prohibir la enseñanza de la fe, organiza campamentos para niños ateos. Enseñar a creer en Dios es algo corruptor; enseñar a no creer es, según él, saludable. Es la lógica diabólica de los hijos de las tinieblas.

            La mayoría de los que hoy se declaran ateos, recibieron de pequeños instrucción religiosa, y nada en el virus incapacitante de la fe que, según ellos, contamina a los más pequeños, les impidió de adultos dejar de creer en Dios e incluso declararse sus enemigos más fervientes.

            “Probablemente, Dios no existe”, el lema que lucieron unos autobuses hace años como propaganda atea, es una premisa falsa. Una cosa o un ser existe o no existe, pero no es probable que exista o  que no. Pablo y Andrés existen; el Hombre del Saco no. La existencia de una cosa ocurre o no, pero nunca es más o menos probable. La fe del ateo se basa en que lo existe se explica por sí mismo, pero eso jamás la ciencia –esa señora que a veces adopta el papel de profesora competente y otras se comporta como una echadora de cartas o lectora de las rayas de la mano- no lo ha dicho. El ateísmo como el del biólogo inglés invoca una autoridad que jamás la ciencia le ha otorgado, pero pasan por alto el carácter fragmentario del conocimiento científico. La hipótesis que hoy es válida, mañana vendrá otro más listo que la impugnará. Esa ciencia que tanto idolatra el ateísmo, manipulada por manos perversas, ha sido y me temo que será causa de muchos males. Cientos de miles de personas asesinadas por las bombas de Hiroshima y Nagasaki, las drogas que logran sintetizarse en laboratorios a base de procedimientos químicos, la radiación nuclear que destruyó tanta vida en Chernovil, artefactos bélicos que arrasan ciudades, son unos pocos ejemplos de cómo esa ciencia a la que quieren subir al pedestal donde se adora a Dios, tiene antes muchas cosas que explicar antes de confiarle las claves de la felicidad humana.

            Oyendo a Dawkins no dejo de acordarme de Henrich Böll que dijo que le aburrían los ateos porque se pasaban todo el día hablando de Dios. Y Dawkins no sólo habla todo el rato de Él, sino que ha ganado una pasta gansa a su costa. Cada palabra de altisonante ateísmo que pronuncia hace sonar para su bolsillo la campana de la caja registradora. Para afirmar esa majadería filosófica de que Dios es un espejismo, le habrían bastado cuatro palabras grabadas en una pegatina de treinta céntimos. Él necesitó de un libro de cuatrocientas cincuenta páginas y veinte euros el ejemplar para decir lo mismo. Claro que las pegatinas habrían dejado poco negocio.

            La Cruz y el Microscopio (7)

1 comentario:

  1. Leyendo tú entrada que me parece fantástica me he acordado de la conversación que tuve hace unos días con una amiga. Yo no me considero mejor que nadie, pero en casa hemos tenido a los abuelos hasta el fin de estar aqui y mi niñez y preadolencencia fue limitada al ritmo que ellos y sus cuidados marcaban y no cambio esa experiencia por nada. por muy mal que lo pasara en muchos momentos. El otro día esta amiga me viene contando que se ha quedado parada por que a la abuelita que cuidaba se la llevan a casa una hija que está en paro y su esposo también parado. Y yo comente, que viva la crisis porque después de todo aunque sea por el egoismo de tener la pensión de los abuelos para subsistir. Hoy muchos hijos se llevan de nuevo a los abuelos a casa y por los menos los nietos van a tener la oportunidad aunque sea de este modo tan injusto de disfrutar de los abuelos. Porque hay que ver el 4º mandamiento que poco lo practicamos.
    Un abrazo.

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