Víctor Hugo se apenaba por aquellos que no
creían, “porque la fe es algo indispensable en el hombre”. Pero, ¿es el
individuo del siglo XXI un ser creyente? ¿Es ésta una sociedad que sigue
teniendo fe?
Hasta
hace unas décadas, solíamos ver a nuestras abuelas por la tarde rezando el
rosario. En los duelos, el silencio guardado por el difunto sólo era
interrumpido por el rezo de las avemarías o las letanías a la Virgen. El tiempo
se medía por las cosas que suceden en un santiamén o en un decir Jesús. Los
hombres solían ir a trabajar al canto del gallo, se calculaba el tiempo en que
debía hervir un huevo rezando padrenuestros, el mediodía llegaba al rezo del Angelus, y el pueblo se reunía al toque
de ánimas o al repique de muertos.
Aunque
esas estampas de religiosidad familiar ya no se ven, nadie nos prohíbe asistir
a los cultos, dar catequesis o inscribir a los niños en la asignatura de
religión. En Semana Santa siguen desfilando los tronos y saliendo las procesiones;
muchas veces las autoridades encabezan las comitivas, los santos se pasean por
las calles en las fiestas del pueblo y en el calendario siguen siendo festivas
muchas celebraciones católicas. Las banderas de muchos países y regiones portan
cruces en sus escudos o en sus himnos se nombra a Dios; decenas de
ciudades y miles de pueblos llevan el
nombre de santos o veneran la cruz.
La
diferencia es una línea delgada como un cabello que separa lo permitido de lo
tolerado. Permitimos, por ejemplo, que nuestras hijas tengan novio, pero no
toleramos que se morreen lujuriosamente delante de nuestras narices.
Las
leyes protegen la libertad de culto, el poder entrar y salir sin cortapisas y
peajes por iglesias, sinagogas o mezquitas; cambiar de credo y apostatar de la
fe de bautismo, pero a la persona creyente se le ha ido arrinconando,
empujándole hacia trincheras más estrechas cada vez, obligándole a recular
hacia los territorios donde parece un ser invisible.
Benjamín
Franklin se preguntaba que, si los hombres son tan perversos con religión,
¿cómo serían sin ella? Para San Agustín nadie niega a Dios sino aquel a quien
no conviene que exista.
Ahí
tal vez estriba el secreto de por qué en los últimos tiempos un puñado de
intelectuales ateos han salido a predicar desde los púlpitos del
existencialismo con la publicación de libros, o impartiendo conferencias y
dando lecciones magistrales en foros y universidades.
Uno
de los principales personajes de esta corriente radical es Richard Dawkings. Es
el perejil de todas las salsas antirreligiosas. Catedrático de ateísmo en la
universidad inglesa de Oxford, este profesor va predicando a todo el que quiera
oírlo que Dios es sólo un espejismo. No me extraña que un colega suyo haya
dicho que, como biólogo, Dawkings sabe mucho de gallinas, pero como ateo no sabe ni palabra e creyentes.
A
riesgo de repetirme, declaro que nunca he creído que el destino me pudiera ser
revelado consultando el horóscopo o que la buena o mala fortuna se lograsen
descifrar leyendo las rayas de la mano. No creo en escobas voladoras, varitas
mágicas, unicornios azules ni caballos alados. Nunca me convencieron los que
afirman haber sido abducidos por extraterrestres, haber visto al monstruo del
lago Ness, los que acamparon junto al Hombre de las Nieves o los que escarban
entre los escombros de alguna ruina prehistórica tras las huellas del
minotauro. Que cada lunático le encienda una vela a su extravagancia de
cabecera.
Lo
que no se me ocurriría nunca es fundar la asociación contra los chalados del
unicornio, prohibir los cuentos de hadas, abolir las leyendas urbanas o
prescribir al Hombre del Saco.
Supongo
que para los increyentes es tan absurdo creer en Dios como en el Ratoncito
Pérez, de ahí que uno no sale de su asombro cuando comprueba que son legión los
ateos que han escrito libros y salen en programas de televisión tratando de
convencer y de convencerse de que tener fe es tan descabellado como ladrarle a
la luna.
Lo
que me parece delicioso es que, mientras reúnen a sus incondicionales en las
plazas públicas mediáticas para proclamar la muerte de Dios, estos
librepensadores pasan la gorra para pagar los gastos de la lucha, y de paso
reunir un dinerillo para levantar un chalet en las afueras o viajar por todo el
mundo a cuerpo de rey. Para qué preocuparse de abonar la factura si el que va a
pagar la cuenta no existe. El ateísmo es la mayor cultura parasitaria: se
alimenta de beber en la sangre de la creencia que están tratando que
desaparezca.
Que
Dios se apiade de ellos. Si no de su alma, sí al menos de su sentido común.
Hermano Saulo...me transporto a mi nines.
ResponderEliminarYo vivia en un pueblito en las montanas,parecido a un pesebre, y a las 5am hora de ir a misa,colocaban el Ave Maria y se oia por toooodo el pueblo,seguido de bellos campanasos.
Ahhh tiempos bellos en que mamita(abuelita) rezaba el rosario con sus amigas,ahora yo lo rezo con mi muchachita.
Bendiciones y feliz fin de semana.