Tener dudas no es negar a Dios porque la fe
no es una certeza. A una santa como la Madre Teresa de Calcuta le asaltaron
muchas durante cuarenta años. El creyente no es un ser acrítico y debe vivir
bregando con la incertidumbre que muchas veces es el termómetro de una fe
intensa. “El hombre puede conocer a Dios
únicamente hasta que Dios se hace conocer”. La verdadera fe se mantiene en
la duda, según Unamuno. El que duda en su fe, vive su fe.
Para
el cardenal Newman, creer significa ser capaz de soportar la duda, porque, en
frase de Underhill, “si Dios fuera lo
suficientemente pequeño como para ser entendido, entonces no sería lo
suficientemente grande para ser adorado”. Todo hombre es un filósofo en
busca de respuestas. En cada corazón creyente hay un peregrino atrapado en una
selva de certezas y vacilaciones.
Pascal
estaba seguro de que sólo había tres clases de personas:
“Los que habiendo encontrado a Dios le
sirven, los que no habiéndolo encontrado se dedican a buscarlo, y los que viven
sin haberlo encontrado y sin buscarlo. Los primeros son razonables y dichosos,
los últimos son estúpidos y desdichados, los de en medio son desdichados y
razonables”.
Quizás
Pascal debió incluir una cuarta categoría que en la sociedad de los tibios
religiosos de hoy causaría furor: los que habiéndolo encontrado no le sirven.
Son, entonces, razonables y desdichados.
El
primero que figuraría en esta última lista sería el joven rico del Evangelio que, conociendo
las cláusulas gordas del contrato para heredar el reino de los cielos –amar a
Dios sobre todas las cosas, no matar, no robar, honrar a tu padre y a tu
madre-, el alcance de su fe no daba para leer la letra pequeña del tratado. Jesús le animó a que vendiese
todo lo que poseía y lo donase a los que más lo necesitaban, pero el muchacho
rico se despidió, -eso sí, triste-, del Hijo de Hombre para consolarse en su
riqueza. Conoció a Dios pero fue incapaz de servirle.
El
joven de la historia conocía el mapa que le llevaría al tesoro, había escalado
hasta el último peldaño de la escalera pero, ya en la cúspide, sintió el
vértigo de la renuncia y se echó atrás.
Muchos
de nosotros un día fuimos seducidos por Jesús, nos deslumbró maravillosamente y
prometimos amarle y serle fiel en nuestro camino de la fe. Pero, una vez
apagados los neones cegadores y el ruido de la orquesta, nos hemos aburguesado
en nuestra entrega. Le amamos, o le decimos que le amamos, pero no le servimos;
le damos sólo lo que nos sobra de nuestro tiempo, de nuestra oración, de
nuestro esfuerzo.
La Cruz y el Microscopio (3)
Bella entrada!!! Siempre le pido a mi Senor que por favor aumente mi fe.
ResponderEliminarMil bendiciones.