jueves, 13 de septiembre de 2012

Sobrevivir a la Duda

Tener dudas no es negar a Dios porque la fe no es una certeza. A una santa como la Madre Teresa de Calcuta le asaltaron muchas durante cuarenta años. El creyente no es un ser acrítico y debe vivir bregando con la incertidumbre que muchas veces es el termómetro de una fe intensa. “El hombre puede conocer a Dios únicamente hasta que Dios se hace conocer”. La verdadera fe se mantiene en la duda, según Unamuno. El que duda en su fe, vive su fe.

            Para el cardenal Newman, creer significa ser capaz de soportar la duda, porque, en frase de Underhill, “si Dios fuera lo suficientemente pequeño como para ser entendido, entonces no sería lo suficientemente grande para ser adorado”. Todo hombre es un filósofo en busca de respuestas. En cada corazón creyente hay un peregrino atrapado en una selva de certezas y vacilaciones.

            Pascal estaba seguro de que sólo había tres clases de personas:

            “Los que habiendo encontrado a Dios le sirven, los que no habiéndolo encontrado se dedican a buscarlo, y los que viven sin haberlo encontrado y sin buscarlo. Los primeros son razonables y dichosos, los últimos son estúpidos y desdichados, los de en medio son desdichados y razonables”.

            Quizás Pascal debió incluir una cuarta categoría que en la sociedad de los tibios religiosos de hoy causaría furor: los que habiéndolo encontrado no le sirven. Son, entonces, razonables y desdichados.

            El primero que figuraría en esta última lista sería  el joven rico del Evangelio que, conociendo las cláusulas gordas del contrato para heredar el reino de los cielos –amar a Dios sobre todas las cosas, no matar, no robar, honrar a tu padre y a tu madre-, el alcance de su fe no daba para leer la letra pequeña  del tratado. Jesús le animó a que vendiese todo lo que poseía y lo donase a los que más lo necesitaban, pero el muchacho rico se despidió, -eso sí, triste-, del Hijo de Hombre para consolarse en su riqueza. Conoció a Dios pero fue incapaz de servirle.

            El joven de la historia conocía el mapa que le llevaría al tesoro, había escalado hasta el último peldaño de la escalera pero, ya en la cúspide, sintió el vértigo de la renuncia y se echó atrás.

            Muchos de nosotros un día fuimos seducidos por Jesús, nos deslumbró maravillosamente y prometimos amarle y serle fiel en nuestro camino de la fe. Pero, una vez apagados los neones cegadores y el ruido de la orquesta, nos hemos aburguesado en nuestra entrega. Le amamos, o le decimos que le amamos, pero no le servimos; le damos sólo lo que nos sobra de nuestro tiempo, de nuestra oración, de nuestro esfuerzo.

La Cruz y el Microscopio (3)


1 comentario:

  1. Bella entrada!!! Siempre le pido a mi Senor que por favor aumente mi fe.
    Mil bendiciones.

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