El
padre Zanotti es un cura como los de antes: de rosario, sotana y confesión de
sol a sol. Pero no es de esos sacerdotes
que parecen que tengan como un millón de años, la cadera rota y apenas
se mantenga sobre el altar. Zanotti es un sacerdote joven que antes fue
cantante y vivía una existencia cómoda y disipada en los cabarets de París y
Montecarlo. Viéndolo podría pasar por uno de esos actores secundarios que, con
su talento natural, salvan una escena desafortunada o reflotan una película
mediocre.
Pero, al contrario de lo que afirma
el nuevo ateísmo militante, ni el dinero ni la fama producen felicidad
vitalicia. A lo más que puede aspirar es a alquilar parcelas de ella a precio
de oro, a lograr pequeñas conquistas del placer efímero que es como un muñeco
que se pone en marcha girando una cuerda que llega a su tope muy rápidamente.
El padre Zanotti llegó a su parroquia
de Marsella como último recurso antes de que el vendaval de la secularización
de una sociedad donde sólo el uno por ciento de los católicos eran practicantes,
obligara a cerrar el templo, suspender el culto y quizás vender el inmueble a
especuladores urbanísticos. Cuando se hizo cargo de la nueva parroquia, a las
misas apenas asistían medio centenar de fieles, el edificio se deterioraba y la
liturgia católica corría peligro de no volverse a celebrar en una zona de
fuerte implantación musulmana.
El nuevo cura entendió enseguida que
la respuesta no era menos cristianismo, sino más cristianismo. Abrió las
puertas de la iglesia durante todo el día, implantó la misa y el rosario
diario, se paseó por las calles del barrio tomando café con todos, saludando a
todos, escuchando a todos, católicos, musulmanes y agnósticos, y a todos les
dio razones de la fe en Cristo. El resultado no puede ser más extraordinario. Ver su
historia aquí.
Para
los que piensan que la Iglesia sólo logrará sobrevivir adaptándose a los nuevos
tiempos y asumiendo las modernidades sacrílegas del mundo materialista que ya
han hecho suyas muchas confesiones protestantes, los que quieren que prediquen
una evangelio diluido y desfigurado, con resurrección y sin cruz, olvidan, en
primer lugar, que esa misma Iglesia es la única que ha sobrevivido a dos mil
años de bregar con todo tipo de enemigos muy peligrosos, desde fuera y desde
dentro, desde las herejías a los imperios que quisieron y creyeron destruirla.
Se olvidan también que ese cristianismo de rebajas cuyo testigo quieren pasárselo
a la institución católica, lejos de atraer fieles, los ahuyenta. La misma Iglesia
flirteó en Brasil durante décadas con la teología de la liberación, y lo único que consiguió fue vaciar los templos
de católicos y reclutarlos para las denominaciones pentecostales.
Nada
hay en la doctrina tradicional de la Iglesia que pueda ser cambiado sin
traicionar a Cristo, porque, como Él ya lo proclamó. “El cielo y la tierra
pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Esa convicción es la que ha permitido
al padre Zanotti salvar una parroquia que iba a ser demolida.
La Verdad no va con las modas y los tiempos, sobrepasa todo eso y se mantiene como lo que es.
ResponderEliminarUn abrazo
Yo también publiqué sobre él hace dos días y lo que más me asombra es como, haciendo lo que debe hacer un sacerdote, haya levantado una parroquia a punto de ser abandonada y atraído a tantas personas al encuentro con Dios.
ResponderEliminarEso es lo que nos hace santos: hacer bien lo que cada uno tiene que hacer.
Gracias por esta entrada