lunes, 13 de diciembre de 2010

Claudio Newman


Esta historia fue contada por John Vennari, de la edición de Marzo 2001 de “Catholic Family News.”

La siguiente historia verdadera de Claudio Newman ocurrió en Misisipi (USA), en 1944. El relato fue narrado por el Padre O'Leary, un sacerdote de Misisipi, el cual fue testigo directo de los hechos. El religiosa ha dejado una cinta grabada acerca de este suceso para la haya constancia.

Claudio Newman era un hombre de raza negra que trabajaba el campo para un hacendado. Se había casado cuando tenía 17 años con una chica de la misma edad. Un día, dos años después, se encontraba arando en el campo. Otro trabajador corrió a decirle que su esposa estaba gritando dentro de su casa. Inmediatamente, Claudio corrió y encontró un hombre atacando a su mujer. Claudio se enfureció, tomó un hacha y le rajó la cabeza al asaltante, dejándosela abierta. Cuando descubrieron quién era el hombre muerto se dieron cuenta de que era el empleado preferido del dueño de la hacienda para la cual Claudio trabajaba. Claudio fue arrestado. Más tarde fue sentenciado por asesinato y condenado a morir en la silla eléctrica.

Mientras estaba en la cárcel esperando su ejecución, Claudio compartió un bloque de celdas con otros cuatro prisioneros. Una noche, los cinco hombres estaban pasando el tiempo hablando trivialidades hasta se les acabó la conversación. Claudio advirtió que uno de los cuatro presos llevaba algo colgado del cuello. Claudio le pregunto qué era eso y el joven católico le respondió que era una medalla.

-¿Qué es una medalla?- preguntó Claudio, pero el joven no le supo responder o para qué la llevaba. En ese momento y con ira, el muchacho se quitó la medalla de su cuello y la tiró al piso a los pies de Claudio soltando groserías y maldiciendo, y ofreciéndosela a Claudio.

-Quédatela, si quieres.


Claudio recogió la medalla, y con el permiso de los celadores de la cárcel, la puso en una cuerdita y la llevó al rededor de su cuello. Para él era algo curioso, pero le hacía ilusión colgársela.



Durante la noche, mientras dormía fue despertado por alguien que le tocaba la muñeca. Y allí parada, como Claudio le explicó después al sacerdote, estaba la mujer más hermosa que Dios hubiera creado. Al principio Claudio se sintió lleno de miedo. La Señora calmó a Claudio y le dijo:

-“Si tu quieres que yo sea tu Madre, y si te gustaría ser mi hijo, haz que te traigan un sacerdote de la Iglesia Católica. -Luego de esto ella desapareció.

Claudio inmediatamente se llenó de miedo, y empezó a gritar:

-¡Un fantasma, un fantasma!”, y corrió a la celda de uno de los otros prisioneros. Empezó a gritar que él quería ver a un sacerdote Católico.

El Padre O'Leary, el sacerdote que relata esta historia fue llamado a primera hora la mañana siguiente. Encontró a Claudio y le contó lo que le había ocurrido la noche anterior. Entonces Claudio, junto con los otros cuatro hombres de su bloque de celdas, pidió que se les diera instrucción religiosa y enseñanzas del Catecismo.

Inicialmente, el Padre O'Leary tenía dificultad para creer la historia. Los otros prisioneros le dijeron al sacerdote que todo en la historia era verdad, pero que por supuesto, ninguno de ellos vio o escuchó a la Señora.


El Padre O'Leary prometió enseñarles el Catecismo como lo habían pedido. Luego regresó a su parroquia y le dijo al rector lo que había sucedido, después volvió a la prisión el día siguiente para darles instrucción.


Fue entonces cuando el sacerdote descubrió que Claudio Newman no podía ni leer ni escribir. La única manera que tenía el preso para saber sin un libro estaba al derecho, era si el texto contenía alguna imagen. Claudio nunca había ido a la escuela. Su ignorancia de religión era aun más profunda. No sabía absolutamente nada de religión. No sabía quién era Jesús. No sabía ninguna cosa, excepto de que existía un Dios.

Claudio empezó a recibir instrucciones y los otros prisioneros le ayudaron en sus estudios. Después de unos pocos días, dos de las Hermanas Religiosas de la escuela de la Parroquia del Padre O'Leary consiguieron permiso del jefe de la cárcel para visitar la prisión. Ellas querían conocer a Claudio y también a las mujeres que estaban recluidas. Las hermanas empezaron entonces a enseñar el Catecismo a las mujeres también.

Después de varias semanas, se llegó el momento en que el Padre O'Leary iba a dar instrucciones sobre el Sacramento de la Confesión. Las hermanas se sentaron también a participar en la clase. El sacerdote dijo a los prisioneros:

-“Bueno muchachos, hoy voy a enseñarles sobre el Sacramento de la Confesión

Claudio dijo, “O, yo ya sé sobre eso”.

-La Señora me dijo que cuando nosotros vamos a la confesión nos estamos arrodillando, no delante de un sacerdote, sino que nosotros nos estamos arrodillando ante la cruz de su hijo. Y que cuando nosotros sentimos realmente dolor por nuestros pecados, y los confesamos, la Sangre que él derramó fluye sobre nosotros y nos baña y libra de todos los pecados.


El Padre O'Leary y las hermanas se quedaron totalmente sorprendidos con la boca abierta. Claudio pensó que estaban enojados y les dijo

-Oh, no se enojen, no se enojen. Yo no debí haberles revelado esto.

El sacerdote dijo:

-Nosotros no estamos enojados. Estamos es sorprendidos. ¿Has vuelto a verla de nuevo?


Claudio le respondió: “Venga, padre, conmigo, vamos allí alrededor del bloque de celdas; alejémonos de los demás”.

Cuando estaban solos, Claudio le dijo al sacerdote:

-Ella me dijo que si usted dudaba o me mostraba desconfianza, que le recordara que cuando usted estaba caído en una zanja en Holanda, en 1940, usted le hizo una promesa a ella la cual está todavía esperando que cumpla.” Y el Padre O'Leary recuerda, Claudio me dijo exactamente cuál era la promesa que yo había hecho.


Esto convenció al Padre O'Leary de que Claudio estaba diciendo la verdad acerca de las visiones de Nuestra Señora la Virgen María.



Después regresaron a la clase del Catecismo sobre la Confesión. Y Claudio les siguió diciendo a los otros prisioneros:

-Ustedes no deberían sentir miedo de ir a la confesión. Ustedes realmente le están diciendo los pecados a Dios, no a este sacerdote o a cualquier sacerdote. Le estamos diciendo los pecados es a Dios.

Después Claudio les dijo: “Saben ustedes, la Señora dijo que la confesión es algo como un teléfono. Nosotros hablamos a Dios a través del sacerdote y Él nos habla también a través del sacerdote.”



Una semana más tarde, el Padre O'Leary se estaba preparando para enseñarles la clase acerca del Santísimo Sacramento. Las hermanas se encontraban allí también para participar. Claudio les dijo que la Señora también le había enseñado a él acerca de la Sagrada Comunión, y le pidió al padre que le dejara decirle lo que le había dicho ella. El sacerdote consintió inmediatamente. Claudio les relató:

-La Señora me dijo que en la comunión yo sólo puedo ver lo que parece un pedazo de pan. Pero Ella me dijo que ESO es real y verdaderamente Su Hijo. Y que Él estará conmigo tan solo por unos momentos como cuando Él estaba con ella antes de nacer en Belén. Y que yo debería de pasar mi tiempo como Ella lo hizo, en todo su tiempo con Él, amándole, adorándole, agradeciéndole, alabándole y pidiéndole sus bendiciones. Yo no debería de molestarme por nadie ni por ninguna otra cosa. Pero tan sólo debería de pasar esos pocos minutos con Él.”

Finalmente todos recibieron la catequesis. Claudio fue recibido en la Iglesia Católica, y luego llegó también el tiempo para que él fuera ejecutado. Su ejecución iba a ocurrir a las doce y cinco minutos de la noche.



El día de la ejecución, el alcaide le preguntó:

-Claudio, tú tienes el privilegio de una última petición. ¿Qué deseas?”

-Bueno -dijo Claudio- ustedes están todos conmovidos. El carcelero lo está también. Pero ¿acaso no entienden ustedes? Yo no voy a morir. Tan sólo este cuerpo. Yo voy a estar con Ella. Entonces, ¿puedo tener una fiesta?

-¿Qué quieres decir? –dijo el alcaide.

-¡Una fiesta! -dijo Claudio-. ¿Le pueden dar ustedes permiso al padre para que traiga algún ponche y crema helada y le permitan ustedes a los prisioneros del segundo piso estar libres en el salón principal para que podamos estar todos reunidos para tener una fiesta?



Alguien podría atacar al sacerdote -dijo el carcelero.

Claudio se volvió hacia los presos que estaban allí y les preguntó:

-No, ellos no lo harán, ¿verdad que no, compañeros?.



Así que el sacerdote visitó un patrón rico de la parroquia y le pidió la crema helada y el ponche. Ellos tuvieron su fiesta.

Después, porque Claudio lo había pedido, hicieron una Hora Santa (Adoración al Santísimo Sacramento.) El sacerdote había traído libros de oración de la Iglesia y todos hicieron las Estaciones de la Cruz y tuvieron una Hora Santa, sin el Santísimo Sacramento.

Luego los hombres fueron puestos de nuevo en sus celdas. El sacerdote fue a la Capilla para sacar el Santísimo Sacramento y darle a Claudio la Sagrada Comunión.

El Padre O'Leary regresó a la celda de Claudio. Claudio se arrodilló en un lado de las rejas, el sacerdote se arrodilló en el otro, y juntos rezaron mientras el reloj seguía marcando la hora hacia la ejecución de Claudio.


Quince minutos antes de la ejecución, el alcaide subió corriendo las escalas gritando:

-¡Aplazamiento oficial!, ¡el Gobernador ha concedido un aplazamiento de dos semanas!


Claudio no se había dado cuenta de que el Gobernador y el Abogado del distrito estaban tratando de parar la ejecución para salvarle su vida. Cuando Claudio se dio cuenta, empezó a llorar. El sacerdote y el Jefe de la Cárcel pensaron que ésta era una reacción de alegría porque ya no iba a ser ejecutado. Pero Claudio dijo:

-Señores, ustedes no saben. Y, padre, usted no sabe. Si ustedes alguna vez miraran el rostro de Ella, y contemplaran sus ojos no querrían vivir un día más, y les preguntó:

-¿Qué cosa he hecho mal en estas últimas semanas que Dios no me permite ir a casa? El padre contó que Claudio sollozaba como alguien que está destrozado.

El alcaide abandonó la sala y el sacerdote permaneció allí y le dio a Claudio la Sagrada Comunión. Finalmente, Claudio se tranquilizó. Después dij:

-¿Por qué? ¿Por qué todavía me tengo que quedar aquí por otras dos semanas?

El sacerdote tuvo de repente una idea.

Le recordó a Claudio acerca de un prisionero de la cárcel quien odiaba a Claudio intensamente. El prisionero había llevado una vida horriblemente inmoral, también iba a ser ejecutado a muerte.

El cura le propuso:

-Quizás Nuestra Madre Santísima quiere que tú ofrezcas esta abnegación de estar con ella para su conversión. -El sacerdote continuó:

-¿Por qué no le ofreces a Dios cada momento que tú estás separado de Ella por este prisionero para que de esta manera el no tenga que estar separado de Dios por toda una eternidad?



Claudio estuvo de acuerdo, y le pidió al sacerdote que le enseñara las palabras para hacer ese ofrecimiento. El sacerdote lo hizo. En ese entonces los únicos que sabían sobre el ofrecimiento eran Claudio y el Padre O'Leary.


Al día siguiente, Claudio le dijo al sacerdote:

-Ese prisionero que me odiaba antes, pero, ¡Oh, Padre, cómo me odia ahora.

-Bueno, ese es un buen signo.

Dos semanas después, Claudio fue ejecutado.


El Padre O'Leary cuenta,

“Nunca he visto a alguien ir a su muerte con más felicidad y gozo. Aun los testigos oficiales y los reporteros de los periódicos estaban asombrados. Decían que no podían entender cómo alguien se podía ir y sentar en la silla eléctrica realmente radiante de felicidad.”



Sus últimas palabras para el Padre O'Leary fueron:

-Padre, yo lo recordaré a usted. Y cuando usted tenga una petición, pídame, y yo se lo pediré a Ella.


Dos meses después, llegó el momento para que el hombre de raza blanca que había odiado tanto a Claudio fuera ejecutado. El Padre O'Leary dijo, “Este fue el hombre más sucio, la persona más inmoral que yo haya conocido. Su odio por Dios, por todo lo espiritual desafiaba cualquier descripción.”

Justo antes de su ejecución, el doctor del condado le rogó a este hombre que por lo menos se arrodillara y dijera un Padre Nuestro antes de que el Jefe de la Cárcel viniera por él.



El prisionero le escupió la cara al doctor.

Cuando el preso había sido asegurado en la silla eléctrica, el alcaide le dijo:

-Si tienes algo que decir, dilo ahora.”

El hombre condenado empezó a blasfemar.



De repente el condenado a muerte paró, y sus ojos se fijaron en la esquina del salón, y su rostro se llenó de terror absoluto.


Él gritó:

Volviéndose hacia el Jefe de la Cárcel, entonces dijo:

-Alcaide, ¡consígame un sacerdote!



Ell Padre O'Leary había permanecido en la sala de espera puesto que la ley requería que un hombre del clero estuviese presente en las ejecuciones. El sacerdote, sin embargo, estaba escondido detrás de unos reporteros puesto que el hombre condenado había amenazado maldecir a Dios si veía cualquier sacerdote.


El Padre O'Leary fue inmediatamente hacia el hombre condenado. El salón fue desocupado de todo el resto de gente y el sacerdote escuchó la confesión del hombre. El preso le confesó que había sido católico pero que había abandonado de su religión cuando tenía dieciocho años debido a su vida inmoral.

Cuando todo el mundo regresó al salón, el Jefe de la Cárcel le preguntó al sacerdote:

-¿Qué le hizo a este hombre cambiar de idea?

N lo sé -dijo el Padre O'Leary -, no le pregunté.



Entonces el alcaide dijo:

-Bueno, yo no voy a poder dormir si no lo sé.



El Jefe de la Cárcel se acercó al hombre condenado y le preguntó:

-Hijo, ¿qué te hizo cambiar de idea?

El prisionero respondió:

-¿Recuerda ese hombre de raza negra, Claudio – a quien yo odiaba tanto? Pues bien, el está parado allá (señaló el lugar), en la esquina. Y detrás de él con una mano sobre cada uno de sus hombros esta la Madre Santísima. Y Claudio me dijo, ‘Yo ofrecí mi muerte en unión con Cristo en la cruz por tu salvación. Ella ha obtenido este regalo para ti: el de que tú puedas ver tu lugar en el Infierno, si no te arrepientes’. Me fue mostrado mi lugar en el Infierno, y ahí fue cuando yo grité.”


Éste, entonces es el poder de Nuestra Señora.