martes, 14 de diciembre de 2010

¡Levántante, en nombre de María!

El doctor Ogihara nació en una familia budista. De pequeño su padre le llevaba a la pagoda. A los treinta y tres años conoció a un sacerdote católico que le llevó a la fe de Cristo. Se bautizó y logró que lo hicieran también su esposa y el de la única hija que tenía entonces.

Ya padre de una familia más numerosa, unos años después, uno de sus hijos –de nombre Iwao o Pedro- enfermó. Le tenían que amputar una pierna para salvarle la vida. Como médico, él tenía que ser el que le cortase el miembro a su propio hijo, y resignarse a verle para siempre apoyado en una muleta, renunciar a verle corretear por el jardín jugando con los otros hermanos del pequeño.

Pero como hombre de una intensa fe aún le quedaba una última esperanza. Reunió a toda su familia y comenzó una novena a la Virgen. Pasó el primer día, el segundo, el tercero…., el octavo, y la madre de Jesús parecía no haber escuchado su oración.

A la mañana siguiente, el Padre Dalibert, del Seminario de Misiones Extranjeras de París, ofreció al doctor Ogihara un frasquito con agua de Lourdes. Monseñor Ogihara tenía entonces cinco años y era el hermano del crío al que habían que cortarle la pierna. El obispo de Hiroshima lo cuenta así:

“Enardecida la fe de todos, nos reunió nuestro padre, nos hizo arrodillar alrededor de la cama de mi hermano, tomo el agua de Lourdes en su mano y la derramó sobre la pierna enferma de Iwao, mientras clamaba con voz poderosa:

-¡Levántate en el nombre de la Madre de Dios!

Y he aquí que, de repente, mi hermano se levanta. Habían desaparecido los dolores, ya no existía la enfermedad. Podía ya andar, y al día siguiente huiera podido ir ya al colegio”.

El doctor Ogihara confesaría después que, al pronunciar aquellas palabras con tal fuerza, lo hizo impulsado por una inspiración íntima y casi sin darse cuenta de lo que hacía. Era el último día de la novena a la Virgen Santísima.