jueves, 9 de diciembre de 2010

El Evangelio de la Madre Teresa


Cuenta la Madre Teresa de Calcuta:

Hace unos meses encontrándome en Nueva York, uno de nuestros enfermos de sida me mandó llamar. Y, cuando estuve a su lado, me dijo:

- Puesto que Ud. es mi amiga, quiero hacerle una confidencia. Cuando el dolor de cabeza se me hace insoportable, lo comparo con el sufrimiento que tuvo Jesús con la corona de espinas. Cuando el dolor se desplaza a la espalda, lo comparo con el que debió soportar Jesús cuando fue azotado por los soldados. Cuando siento dolor en las manos, lo comparo con el sufrimiento de Jesús al ser crucificado.

- Soy muy consciente de que no tengo curación y que me queda poco tiempo de vida. Pero encuentro coraje para vivir en el amor de Jesús, compartiendo su pasión. Por eso tengo paz y alegría interior.

Una madre tenía doce hijos. La más pequeña de todos, que era niña, tenía una profunda minusvalía. Es difícil explicar esto desde el punto de vista físico y emocional. Se me ocurrió brindarme a acoger a la niña en uno de nuestros hogares, donde teníamos otros niños en condiciones parecidas. Pero la madre empezó a llorar:

- Por favor, Madre Teresa, no me diga eso. Esta criatura es el mayor regalo que Dios ha hecho a mi familia. Todo nuestro amor se centra en ella. Si se la lleva, nuestras vidas carecerán de sentido.

Ella decía: Hay personas muy pobres que cada mes me envían una rupia. Parece nada, ¿verdad? Pero significa tanto para mí... Hay un hombre que me da sangre para los pobres. Va al hospital, da sangre y me entrega el comprobante de donante para los pobres. ¡Qué gesto tan hermoso!

Hace ya tiempo iba caminando por las calles de Calcuta y se me acercó un mendigo y me dijo: “Madre Teresa, todo el mundo le da a usted. Yo también quiero darle algo”. Lo miré fijamente y dije: “Muy bien”. Entonces, él añadió: “Durante todo el día solamente he recibido veinte rupias” (aproximadamente 25 centavos de dólar), una insignificancia, pero para él significaba mucho. Tomé el dinero y les puedo decir que nunca he visto alegría tan grande como la de aquel mendigo. Todo su rostro aparecía radiante de alegría, porque también él había podido dar algo a la Madre Teresa.

Hay gente realmente sacrificada y generosa. Hace un tiempo vino una mujer y me dijo: “Yo quisiera ayudarla, Madre Teresa, pero me paso todo el día de casa en casa, lavando ropa. Lo que gano tengo que llevarlo a casa para alimentar a mis hijos. Pero creo que, aun así, puedo dar algo para los pobres. Permítame venir una vez por semana a lavar la ropa de los niños”. Desde entonces, está viniendo una hora a la semana para prestar este servicio.

Un día, cuenta la Madre Teresa, iba caminando por las calles de Londres. De pronto, vi a un hombre acurrucado en un rincón, con aspecto de estar abandonado y solo. Me rogó que me acercara. Así lo hice. Lo tomé de la mano y se la estreché. Entonces, me miró y me dijo profundamente emocionado: “¡Oh, hacía tanto tiempo que no sentía el calor de una mano amiga!”. Le brillaron los ojos y se incorporó. El simple calor de una mano amiga le produjo un rayo de alegría y de esperanza en su vida.

Averigüen bien quiénes son sus vecinos. ¿Los conocen? Tal vez haya alguno enfermo, alguno que necesite un poco de cuidado, quizás alguno que necesite que le hagan las compras o alguno que esté ciego y necesite que le escriban una carta. Traten de hacer cosas pequeñas, olvídense de las grandes, tal vez unas sencillas flores para quien está enfermo. Hagan pequeñas cosas con mucho amor.

En una oportunidad, un hombre muy rico de Melbourne, en Australia, me entregó un sobre en blanco y me dijo: “Escriba la cantidad que quiera para ayudar a sus pobres”. Sin inmutarme le devolví el cheque y le dije:

-No necesito sus dólares, lo necesito a Ud. Quiero que venga Ud. mismo a servir a los pobres.

El banquero, en un primer momento, se sintió sorprendido y molesto, pero después comprendió. A partir de aquel día, dedicaba tres horas semanales a servir en el Hogar de ancianos. Es fácil dar cosas, pero amar es darse uno mismo. Y nunca se es demasiado joven para amar ni demasiado viejo para dejar de amar con sinceridad y de verdad.