jueves, 9 de agosto de 2012

¿Quién dijo Qué?


Según Kipling, las palabras son la más potente droga utilizada por la humanidad. Quevedo dijo que son como monedas, que una vale por muchas y muchas no valen por una sola, y Horacio expresó que la palabra dicha no sabe volverse atrás.

                Hace muchos años me contaron la anécdota de una bailarina que, minutos antes de subirse al escenario, se torció un tobillo. La megafonía del teatro no funcionaba, por lo que sólo los espectadores de la primera fila supieron de la pequeña lesión de la estrella y de que el espectáculo debía suspenderse. Los presentes fueron transmitiendo la noticia unos a otros, añadiendo en el boca a boca un tanto de gravedad por cada nueva versión contada. Cuando el aviso llegó a las butacas del fondo, la bailarina ya estaba en coma irreversible y hasta le habían administrados los últimos sacramentos.

                Lo que ocurrió entre la primicia que se comunicó a los primeros espectadores y la transcripción recalentada y degradada del último grupo, fue que sobre las espaldas de una verdad muy simple cargaron el peso de un millón de palabras. Palabras engordadas con el pienso de la imaginación, palabras condimentadas con la sal y la pimienta del chisme, proyectadas en el tiempo y en el espacio por el megáfono de un pregonero de feria fantasioso.

               
  Scott Fitzgerald afirmaba que se puede acariciar a 
la gente con las palabras y Demóstenes prefería las que salvan a las que gustan.

                Con palabras decimos qué guapa estás, cómo me gustas, te quiero. Con palabras se escriben versos, se envían felicitaciones, cantamos un cumpleaños feliz, levantamos el ánimo y damos el pésame. Hay palabras que se transforman en brazos que rodean y en remedios que curan. Con ellas se recitan plegarias, se componen baladas y se proclama la buena noticia. De las palabras se sirven los profetas y los pregoneros, los cantantes y lo juglares; con ellas contamos chistes y confiamos secretos. Con palabras se arengan las tropas, se presta juramento y pedimos matrimonio; se escriben las leyes y se dicta sentencia, comunicamos el nacimiento de un hijo y felicitamos la Navidad.


                Las palabras pueden sanar. Hace unos años, en Nueva York, una profesora llamó uno por uno a cada uno de sus alumnos y le entregó a cada uno tres cintas azules donde estaban escritas en cada una  de ellas “Mereces mi reconocimiento”. Les pidió que entregaran  la primera de ellas a alguien especial por el que sentía admiración; y que las otras dos deberían formar una cadena con otras personas que fueran importantes para alguien.
                Uno de los chicos de la clase fue donde un joven ejecutivo de una empresa cercana que le había ayudado en otro tiempo. Colocó cinta azul en su camisa y le dio las otras dos cintas.
                -Estamos haciendo en clase un proyecto sobre el reconocimiento a otras personas que fueron algo importante para  nosotros –le dijo-, y me gustaría que usted busque a alguien a quien admire para que le dé estas una de estas dos cintas, y que esa persona haga lo mismo con alguien más.
                El ejecutivo que recibió la primera cinta, fue esa misma tarde a hablar con su jefe, un tipo huraño. Se sentó al lado de este ejecutivo malhumorado y le dijo:
                -Le admiro profundamente porque es usted un ejecutivo muy creativo, y me gustaría colocar en el pecho esta cinta como regalo.
                -Hazlo –dijo su jefe.
                -¿Me haría un favor más? ¿Quiere tomar esta cinta extra y dársela a alguien más que sea muy importante para usted?
                Esa noche, el ejecutivo llegó a su casa, buscó a su hijo adolescente y se sentó junto a él.
                -Hoy me ha pasado algo increíble. Estaba en mi oficina cuando uno de mis jóvenes ayudantes entró en mi despacho y me regaló esta cinta. Me dijo que me admiraba. Me dio una segunda cinta y pidió que se la entregara a una persona que significara mucho para mí. Quiero darte este reconocimiento. Vivo días muy agitados, y cuando llego a casa no te presto atención. A veces te grito por no sacar buenas notas o por tener el cuarto hecho un desastre. Tu madre y tú son las personas más importantes en mi vida y ¡te quiero!       
                El adolescente comenzó a sollozar:
                -Papá, estaba planeando suicidarme esta mañana porque pensaba que tú no me querías. Pero ya no necesito hacerlo.

                Martin Luther King tuvo un sueño en el que todos los hombres, blancos y negros, judíos y gentiles, protestantes y católicos, gritaban juntos: ¡Por fin somos libres! Con cuatro palabras Churchill convenció a un pueblo desmoralizado que, con sangre, sudor y lágrimas lograrían ganar la guerra. Con siete de ellas pronunció Jesús su último sermón, y con una sola el juez siempre decide sobre la libertad de las personas.

                Un proverbio sentencia que hay que masticar las palabras más que un trozo de pan, y otro nos recuerda que el que mucho habla, mucho yerra. Para Robert Burton, una palabra hiere más profundamente que una espada, y para Ortega y Gasset es un sacramento de difícil administración. El Evangelio, por último, nos recuerda que deberemos dar cuenta de cada palabra ociosa.

                Rosa era una mujer herida. Sufría el maltrato verbal de un marido que la consideraba la peor esposa y la peor cocinera, un desastre como compañera, como madre y como ama de casa. Sus hijos nunca la visitaban y carecía de amigas. El único sitio donde se sentía querida era en el grupo de oración de la parroquia. En el coro tocaba la pandereta porque no tenía oído para el bombo y no aprendió a rasgar la guitarra. Esa tarde la directora del coro había tenido un día para olvidar, y, para colmo, Rosa no acababa de seguir el compás de la música. Después del quinto ensayo fallido, la directora arrancó con brusquedad la pandereta de la mano de Rosa, y le soltó:

                -Desde luego, bonita, tienes menos sentido del ritmo que una cafetera.

                Esas palabras fueron como una sentencia de muerte para una mujer que llevaba meses luchando al borde del precipicio. Lo que no sabía la coordinadora del grupo que ese día a Rosa le robaron el bolso en el mercado, se le pegó la comida y el esposo le anunció que se largaba a vivir con una amiga. Cuando llegó a su casa, Rosa se atiborró a tranquilizantes, y, horas después, luchaba por su vida en un hospital.

                De la misma manera que las palabras pueden ser instrumentos de bendición, pueden transformarse también en armas de herir y de matar. Oímos cosas como “maldito seas”, “vete al infierno”, “ojalá te mueras”, “hijo de Satanás”, “sal de mi vista”. Las palabras esparcen infundios, escupen calumnias, lanzan reproches y cursan amenazas. Sirven para hundir reputaciones, disparar rumores sin fundamento y entablar pleitos.  Las palabras pueden servir para condenar a inocentes o para proporcionar coartadas tramposas a los granujas. Las palabras juran en vano y prometen imposibles, esconden verdades y airean secretos escandalosos. Con ellas los pornógrafos de papel hacen fortuna y los editores de libelos pisotean el buen nombre de gentes y empresas, o contaminan la opinión pública señalando enemigos o creando simpatías hacia causas mezquinas.

                Aquella noche Rosa llegó a Urgencias a tiempo de que le hicieran un lavado de estómago y sobrevivió. Es cierto que la frase lapidaria que escuchó de la directora del coro fue sólo el último lego que remataba una torre gigantesca de desprecios, pero esas palabras insensatas pudieron causar la condenación de Rosa.

                Muchas veces las palabras son más peligrosas que los cuchillos. Una ofensa puede dejar una cicatriz más profunda que un navajazo o un par de costillas rotas. En ocasiones pasan años y aún nos quema el recuerdo de un insulto o una injuria recibida.

                En estos últimos tiempos ha surgido una nueva casta: los chismosos profesionales. La televisión ha lanzado al estrellato a una legión de cotillas de lengua muy larga y conciencia muy escasa que destrozan vidas y arruinan carreras. Lo peor del asunto es que cuenta con un público multitudinario dispuesto a digerir cualquier bulo, a reírles la gracia y respirar sus ventosidades. Son en escenarios como ésos donde se manosean las palabras sin cuidado, donde se cargan las metralletas del odio y donde surgen las leyendas negras que al final terminan colando como verdades irrefutables.

                Según la marquesa de Sévigné, hay palabras que suben como el humo y otras que caen como la lluvia. El ser humano es la única especie que se vale del lenguaje para comunicarse. Y lo hace por medio de palabras que usan para amar y para odiar, que salvan o hunden, que confortan o descorazonan, que siembran la paz o declaran la guerra, que valen para ganar fortunas o dejar en la ruina. Palabras con las que se apalabran negocios, se urden fraudes y se cometen perjurios, que sirven lo mismo para el conjuro de una hechicera o para formular el juramento hipocrático, que arrancan sonrisas o nos hacen llorar, con las que decimos siempre y nunca, te quiero o no vuelvas más, con las que cantamos un gloria o lanzamos amenazas y chantajes. Con las palabras los santos alaban a Dios y los tiranos aterran al pueblo.

                El apóstol Santiago nos encarga que no murmuremos del hermano. San Pedro nos recuerda que aquellos que amamos la vida y queremos ver días buenos, tenemos que refrenar nuestra lengua de hablar mal de los demás y de decir calumnias. En Proverbios nos dicen que el sabio refrena su lengua, sólo el necio dice cuanto sabe y la consecuencia es dolor y dificultades. Salomón, en su sabiduría, escribió que “Mejor es vivir en el desierto o dormir con una gotera cayéndote en la cara en una noche lluviosa, que convivir con un chismoso”. Y hasta Cicerón afirma que nada se expande más que una calumnia.

                Cuidado con las palabras que pronunciemos, porque de cada una de ellas somos responsables y de ellas nos pedirán cuentas.







1 comentario:

  1. Es verdad ,las palabras te pueden cortar el corazon a pedacitos o levantarte hasta el cielo de alegria,por eso le pido a mi Jesus cada dia, que bendiga por favor mis sentidos para con ellos glorificar su nombre.Me encanta tu blog.
    Que entrada tan sabia.

    Mil bendiciones.

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