martes, 2 de octubre de 2012

Flashes y Oraciones





Un año atrás, Cristiano Ronaldo afirmo que la gente le tenía envidia porque era guapo, rico y buen futbolista. La afirmación retrata mejor al que la formula que a aquellos criticones contra los que va dirigida.

            El jugador madridista es el típico personaje que sufre esta enfermedad de nuestro tiempo que es la famitis. No pueden vivir sin ser el centro de atención, sin vivir haciendo equilibrios encaramado en la cresta de la ola, en el ojo del foco hacia donde se dirigen todas las miradas y donde se suscita todos los comentarios.

            La prensa, la televisión, las redes sociales están llenas de estrellas como Ronaldo que reclaman incesantemente que estemos pendientes de ellos: que le veamos retratado con el último ligue, viéndole conducir el deportivo más lujoso, bañarse en las playas de California o pasear palmito por las pasarelas de la popularidad. Es gente que no sabe vivir embarrancada en el anonimato, sufren la constante tensión de las cámaras, los flahses y el micrófono, que se hable de ellos todo el tiempo, para bien o para mal. Lo que ocurre muchas veces es que la fama no hace rehenes, y, cuando una mala racha, una lesión deportiva, el fracaso taquillero de una película o una separación traumática dan una patada a los puntales de cartón piedra sobre los que se sostiene la vida del artista, muchos de ellos acaban como juguetes rotos olvidados del público y fuera del alcance de las cámaras y de los aplausos. Recuerdo a una presentadora de televisión de gran éxito que acabó destruida por las drogas, o a un boxeador campeón del mundo que murió arruinado porque no supo domesticar a esa bestia que es el éxito mal llevado. En este mundo de la farándula se dan muchos casos de artistas de renombre y alto caché que, de la noche a la mañana, cuando los focos dejan de iluminarles y los seguidores de pedirles autógrafos o de comprar sus obras, no pudieron asimilar la pesada digestión de la notoriedad perdida. Algunos acabaron desahuciados por las drogas, el juego, víctimas de estafas, dilapidaron fortunas enormes en casinos y juergas. Acostumbrados al primer plano, no pudieron reconocerse bien sin estar subidos al escenario, sin la corte de maquilladores, representantes y aduladores que viajan como fardos de hormigón en las maletas del artista.

            Fueron víctimas de los métodos competitivos de una sociedad que tiene prisa por experimentar las emociones fuertes que, tras la agitación momentánea, sólo dejan el hastío y el cansancio. Se convierten, sin saberlo, en los entretenedores de moda, en los bufones oficiales que se ofrecen a sí mismos como cobayas que giran enloquecidos sobre la rueda que pedalean sin cesar, sin ser conscientes que cuando más frenéticamente la hacen voltear, más atrapados están en el círculo vicioso que les destruye.

            Como contraste a todos ellos, quiero fijarme en los héroes anónimos que viven una existencia escondida e insignificante según la forma de calibrar el valor de las cosas del mundo actual, y que con su oración sostienen el peso del mundo de la inminencia de la catástrofe o de la justa ira de Dios.

            Ya sean las plegarias de los eremitas, el rezo de las monjas o las letanías de las abuelas, la oración silenciosa de multitud de almas buenas son las razones que conmueven al Creador cuando los sacrilegios y los horrores del hombre moderno ponen a prueba su paciencia. Las madres clamando por la conversión de los hijos, los místicos ofreciendo sus dolores y luchas por el bien común, el sacrificio de tantos espíritus orantes, son los justos que Abraham no logró hallar en Sodoma para que esta ciudad del pecado no fuese destruida.

            Jean Lafrance afirmó que cuanto más absorto está un hombre en la oración, menos conciencia tiene el que ora porque permanece oculto a su propia mirada. Felices son los que hablan con Dios porque saben entender a los hombres. Manzoni escribió que el hombre crece cuando cae de rodillas y Donoso Cortés que más hacen por el mundo los que oran que los que combaten, y si el mundo está mal es porque hay mas batallas que oraciones.

            Si hay algo que dejan claro las Escrituras es que Dios se conmueve ante la súplica de los que, con corazón contrito y humillado, invocan la ayuda del cielo.

            Se conmovió ante el deseo de Sara de ser madre, y, a pesar de sus noventa años, le concedió dar a luz a Isaac. Se conmovió Cristo del ciego que le grito: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”. Se conmovió ante la fuerza de fe de la hemorroísa que creyó que, si sólo rozaba el borde de su manto,  iba a ser sanada. Se conmovió del criado del centurión por la fe del soldado romano que le desarmó con una profesión de confianza como nunca antes había visto en los hombres de la tierra: “Señor, no merezco que entres en mi casa, pero sólo una palabra tuya bastará para sanarle”. Se conmovió de la hija de Jairo por la súplica del padre, de la viuda de Naím y sus lágrimas desgarradoras, de la plegaria del papá del niño epiléptico. Se conmovió de la multitud que le seguía sin tener nada que comer y multiplicó los panes, y los peces, y antes en Caná, transformó en vino de excelente cosecha lo que sólo eran unas tinajas de agua. Se conmovió ante la plegaria del buen ladrón, ante aquel criminal que, muy probablemente habría cometido grandes delitos y terribles pecados, pero que, erguido en la cruz  y a la misma altura que el Rey del Universo, supo advertir la majestad del Hijo de Dios, y presentar su vida como ofrenda y pago de tantos años de extravío. “Señor, acuérdate de mí cuanto estés en tu reino”. “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

            En millones de claustros diseminados por todo el mundo, en infinidad de iglesias y multitud de capillas, frente a  sagrarios que miran los penitentes en inmensas catedrales o minúsculos templos donde siempre hay arrodilladas almas buenas;  en asambleas masivas o en la soledad de las habitaciones o los hogares, ahora mismo hay millones de espíritus caritativos y orantes que con su rezo sincero conmueven el corazón de Dios. Porque saben que “debemos orar siempre, no hasta que Dios nos escuche, sino hasta que podamos oír a Dios”.

1 comentario:

  1. Hermano Saulo,me conmueven sus escritos tan lindos.

    Gracias,mil bendiciones.

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